Era sábado cuando -en palabras del cardenal Víctor Manuel Fernández- el mundo se enteró que el Papa Francisco “se encuentra bien físicamente, pero tendrá que reaprender a hablar”. Además, añadió que “no tiene intención de dimitir”. De hecho, ese mismo día se redobló la apuesta de noticias buenas, completadas con el anuncio vaticano de su primera aparición pública tras más de un mes ingresado. No podía ser sino hoy domingo, tras el Ángelus, cuando el Sumo Pontífice haya decidido asomarse por la ventana del hospital Gemelli para saludar a los miles de files que durante tantas semanas viven afligidos, sometidos a la tiranía de la incertidumbre, de la invisibilidad de su imagen. Un breve saludo y una bendición, algo que no sucedía desde el pasado 14 de febrero. Siglos, y después -a mediodía- rumbo a casa.
Roma ya sabe lo que es estar sin Papas, pero esta ocasión es diferente. En nada tiene que ver a los históricos exilios y cautiverios de Viterbo, Anagni y, sobre todo Aviñón, cuando la cátedra de San Pedro estaba ocupada simbólicamente -para minimizar el vacío- por un cuadro de Giotto, precursor del Renacimiento. No, esta vez todo es más profundo, y está cosido con frágiles e invisibles hilos. “Es cierto que la situación puede ser preocupante de cara a organismos bilaterales, para la ONU y esa necesidad de una palabra reconfortante ante el cisma mundial, pero también es verdad que no solo el Papa tiene en su mano el gobierno de la Iglesia. La maquinaria -mundial y políglota- prosigue con sus directrices, sus indicaciones. Lo vemos con el Sínodo, que marcha de forma brillante hacia adelante. Será una de las herencias que dejará este magnífico Pontificado”, explica Maria Elisabetta Gandolfi, redactora jefa de la revista Il Regno, de inspiración cristiana, con amplia difusión tanto en el mundo eclesial como en el laico-católico más vivo.
Lo cierto es que el universo laico, incluso parte del ateo, tampoco es indoloro ante esta situación de vacuidad que ha generado Francisco durante su largo destierro hospitalario. Sí, es verdad que hace días Bergoglio mandó una carta al Corriere della Sera, donde hablaba de cómo la fragilidad vuelve al ser humano más lúcido, y esto subraya aún más la “absurdidad de la guerra”. En medio del desierto, suponía una pertinente inflexión de luz escrita ante esa voz quebrada que deberá recobrar. Metafóricamente, algo así como nacer nuevamente y recuperar la imagen en toda su esencia, erigirla en el único dogma también en el sufrimiento, muerte y dolor, desgraciadamente reducidos a conceptos barrocos potencialmente cancelables cuando en realidad podrían servir de catalizadores contra tabúes. Juan Pablo II, por citar un ejemplo, jamás escondió su enfermedad. De hecho, le quitó ínfulas divinas y mediáticamente peyorativas para hacerla carne. Expuso sus heridas, sus cicatrices como parte importante del cuadro. Tan emotivo como ver a Cristo. Habrá que ver cómo lo afronta el Santo Padre argentino a partir de ahora, resguardado entre las murallas Leoninas.
¿Principio del fin?
Era domingo, sí, concretamente el 16 de marzo cuando Il Foglio publicó un interesante artículo escrito por Matteo Matzuzzi. Subrayaba precisamente el revuelo creado en torno a esta figura invisible del Papa durante tantos días. Recogía la caterva de hipocresía e improperios en torno a un credo y una teología sujeta con muletas. El dibujo era farragoso, y adolecía de prosaísmo. Se hablaba de cónclave y delirios complotistas, de fake news e imágenes recurrentes producidas por la IA como contrapeso -estilo horror vacui- a la incerteza. Todo con mucha protuberancia y poco silogismo que, en teoría, deberían comenzar a menguar ahora aunque siga de baja hasta mayo.
Es curioso, porque el asunto puede ser visto con prismas diversos. El no-Francisco ha soltado amarras, y ahí han despuntado nuevas bestias entre los cimientos. Nosotros mismos, inútiles ante el dolor, desconcertados en la vacilación e indolentes y macabros cuando huele a sangre, incluso si se trata de una figura capital y trágica: el Vicario de Cristo en la tierra. Se podría describir mejor atravesando la fábula de Esopo (Le due bisacce), donde se tiende a subrayar los vicios impíos y pecados del prójimo desoyendo los propios. El fuego siempre trajo fuego.
La historia es compleja, sí. Antes de analizar en profundidad otras perspectivas, es menester reseñar algo: más allá de la enfermedad, y puede que motivado por ella, el Francisco de carne y hueso se ha ausentado… Y es probable que este aura humana no vuelva a aparecer. Sí, la ese callejero que maduró en la Diócesis de Buenos Aires, y ya en Roma se dejaba caer por la óptica o acudía a Vía del Corso a ver el Cristo de Chagall. Quien se asomaba, generoso con su tiempo, al Palazzo Apostólico los dichosos domingos, hoy más opacos que nunca. Quizás, como recoge la pieza de Il Foglio, tenía razón el cineasta Nanni Moretti cuando en Habemus Papam éste gritaba con angustia y desesperación delante de la masa enaltecida que llenaba el sagrado petrino. Una profecía que podría presentar -una vez más (recuerden Ratzinger)- analogías con el presente, con la realidad, aunque parece que el tenaz Francisco quiere derribar esto. Desmontarlo, aunque está por ver.
Las preguntas -infinitas- carecen de respuestas hoy. ¿Quién sabe si esta aparición pública -desde el décimo piso del Policlínico- responde al corazón o más bien al drama de egos enfrentados anidados en su cabeza? ¿Habrá más? ¿Pretenderá rearmar su magisterio o se preparará para el adiós? Porque si es real que su cuerpo -sin voz- se desnuda así ahora, no es descabellado insinuar una hipotética marcha, curiosamente el hombre que nunca lo hizo. Ni siquiera en momentos que podía haberlo hecho. In primis, durante la pandemia, con esa imagen icónica rezando con el Santissimo en mano mientras las sirenas policiales de fondo trataban de no ennegrecer ni deslucir el inmortal Adoro te devote (Tomás de Aquino). El mundo católico pendía de él, de su hierática fe y fortaleza caritativa. Actualmente todo son temblores y dudas, incluso en una columnata de Bernini que vuelve a custodiarle como siempre.
“Ha cumplido doce años de mandato. Las piedras filosofales que deja en este gobierno son tres: la asamblea sinodal como clave para gobernar una Iglesia universal, la fuerza desacralizadora del Pontífice y, por último, las competencias para abrir la caja de pandora en temas de pedofilia”, asevera Gandolfi. Sí, todo apunta al principio del fin. Habrá que ver si el último capítulo lo muestra como una oportunidad que refuerza el misticismo eclesiástico o bien decide refugiarse en un alarido que, lógicamente, portaría críticas salpicadas con malos augurios. Si abraza el trueno con el alma o se retira a curar sus heridas mientras delega en portavoces para que den el parte médico.
Un tema delicado
Efectivamente, no hay dictámenes claros ni correctos. A razón de lo acontecido últimamente, el hombre humilde de Santa Marta ha virado -hasta el break de este domingo- en presencia espiritual situada en un púlpito multidimensional. Durante todo este pasaje bañado en el desasosiego, se han visto colas interminables en la Puerta Santa para ver su sombra, que presagiaba un cuerpo lúgubre a varios kilómetros de allí. Ya no.
Aunque es justo salvaguardar el espacio sacro del silencio, también es necesario recordar las palabras -escritas en plena Cuaresma- de Gianni Valente, director de la Agencia Fides (oficina de prensa de la Santa Sede). “Abrazando su fragilidad y desgaste físico, con el cuerpo agotado y sin rehuir nunca al trabajo al que le ha llamado su vocación y su ministerio, el Papa Francisco encarna sin necesidad de palabras lo que siempre ha proclamado: la Iglesia no puede ser salvada por un pobre hombre, sino por la gracia de Jesús, quien la guía, la sana y la sostiene con su gracia y su espíritu. Las limitaciones humanas de los Obispos de Roma no desfiguran el rostro de la Iglesia; al contrario, revelan el misterio que la mantiene viva y la hace caminar en la historia”. Eso es trascender, sí, a cotas muy elevadas, aunque llenas de trampas.
Precisamente este arabesco promiscuo y contradictorio, que despunta de un argumento delicado y ya secular al otro lado del Tíber, lo afrontó hace años el propio Francisco, concretamente en la Pontifica Commissione Biblica. Dijo esto. “La enfermedad y la pérdida del pensamiento moderno, a veces, son considerados como una pérdida, un no valor, un malestar que debe minimizarse, contrastar o eliminarlo a toda costa. Se huye del significado que trae, quizás por el temor de la implicación moral o existencial. Nadie da un paso más para preguntar los motivos por los que vienen… A veces, cuando irrumpen, dejan al hombre desconcertado, y esto daña la fe. Todo el mundo está ante este dilema: achantarse hasta la desesperación o acogerlo como una oportunidad de llegar a Dios”, exhortó.
Probablemente él, también, está en esa tesitura. Padeciendo en carreteras secundarias que no tienen principio ni fin. Como la Città Eterna o la vida misma. Sabe que la Iglesia católica exhala y va más allá de cualquier Santo Padre, por noble o iracundo que sea. Esté presente o no lo esté. A fin de cuentas, la pregunta es retórica, y puede suponer tanto un peso como un grito liberador. ¿Qué es una Roma sin Papa? ¿Y qué no es?
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lepanto2012
23/03/2025 13:04
ES EL CULPABLE ESE JESUITA SINIESTRO DE TODO EL DESBARAJUSTE MUNDIAL
Pacopepe
¿Populista? Eres mas tonto que el que asó la manteca.
Pacopepe
¿Populista? Eres mas tonto que el que asó la manteca.