Ruthy Chmiel Strum nació en Argentina y vive en Israel. Se sienta en la silla de un hotel en el centro de Tel Aviv para atender a Vozpópuli. Va vestida con una camiseta roja con las fotografías de sus hijos Iair y Eitan. Son dos de los 101 secuestrados por Hamás el pasado 7 de octubre que aún permanecen retenidos. En una silla junto a la suya ‘sienta’ dos carteles con las mismas imágenes de sus hijos.
Presume de haberse arreglado para el encuentro: “Cogí un tinte de pelo y me lo eché así”, indica con un movimiento de manos sobre su cabeza, al tiempo que sonríe. Un gesto que no oculta su fragilidad. Al momento, coge su teléfono móvil y lo pone a su lado. “Vivo pegado a él para cuando llegue la noticia”.
La noticia que espera es la liberación de sus hijos. Algunos familiares de los secuestrados se acercan todo lo que pueden a la Franja de Gaza y con altavoces enormes lanzan mensajes de ánimo a los retenidos, con la esperanza de que puedan escucharlos de algún modo. Ruthy habla a menudo con Iair y Eitan; a veces grita sus nombres, aunque estén a cientos de kilómetros, y echa a reír creyendo que algún día le dirán: “¿Por qué gritaste tanto?”.
Pregunta. Tiene tres hijos, Iair, Amos y Eitan.
Respuesta. Son Iair, Amos y Eitan. 46, 43 y 38 años. Crie a mis hijos muy unidos, son como un bloque y son mi orgullo.
P. ¿Dónde vive usted?
R. Vivo en Kfar Saba con Eitan. En octubre del año pasado él acababa de dejar un empleo y me dijo: “Voy a Nir Oz a ver a Iair”. [El kibutz de Nir Oz sería duramente golpeado por Hamás el 7 de octubre; de sus 400 habitantes, una cuarta parte fueron secuestrados o asesinados. Los terroristas estuvieron allí durante más de seis horas].
P. Eitan se encontraba con Iair el 7 de octubre.
R. Cuando sonó la alarma a las 6.29, no me pregunten por qué, les llamé a ellos. Siempre llamo primero a Amos, porque tiene dos niños pequeños, pero esta vez quería hablar con Iair y Eitan. Mire el WhatsApp de Eitan, su última conexión era a las 5.50. Vi que Iair estaba conectado y me escribí con él: “¿Cómo están? ¿Están en el refugio?”. “Sí, estamos todos aquí”. En su casa, el refugio es su dormitorio. Resulta que Eitan había dejado el teléfono fuera y había ido con ellos. Cerraron las puertas con llave.
P. Entonces, ¿habló con ellos?
R. Sí. “¿Cómo están?”, les pregunté. “De diez”, me respondió Iair. Lo último que le escribí fue: “Bueno, al menos no estás solo”. Porque estaba con su hermano Eitan y eso me tranquilizaba mucho.
P. ¿Qué ocurrió entonces?
R. Luego le escribí varios mensajes, pero no le llegaban. “Por favor, escribe cuando tengas conexión”. Al principio no sabía qué pensar hasta que en la televisión vimos que estaban entrando terroristas. Ese día se los llevaron [a Iair y Eitan]. No sabemos cómo, pero se los llevaron.
P. ¿Cómo está usted?
R. Un día, después del 7 de octubre, te prometo que les escuché a hablar. Escuché hablar a Iair y Eitan. Se lo dije a mi otro hijo, Amos: “¡Amos, les escuché hablar!”. “¿Qué dices, vieja? Por favor…”, me dijo él. Mis hijos me llaman vieja, es una cosa que me encanta y para mí es bárbaro. Desde el primer día hablo con ellos. Hablo con Iair y Eitan desde el corazón o en voz alta para que me escuchen.
P. …
R. Sí, ¡hasta grito sus nombres para que me escuchen! A veces los grito hasta que me da risa. Se me pasa por la mente que cuando regresen me van a decir: “¡Por qué gritabas tanto, vieja!”.
P. ¿Qué sabe de ellos?
R. Hasta el 25 de noviembre no sabía nada de ellos. Pero yo sabía, ¡sabía que estaban con vida! Y ese día… ¡ah! Ese día me informaron de que seguían con vida. Liberaron [Hamás] a muchas mujeres y me dijeron que estuvieron con ellos. Eso me reafirmaba en lo que yo sentía, en que tenían que estar vivos.
P. ¿Se los llevaron juntos?
R. Ahora mismo no sé si están juntos, pero sé que se vieron. Y eso me ayuda a fortificarme.
P. Usted se ha visto con personas que estuvieron con sus hijos en los túneles.
R. Me reuní con una de las mujeres que les vio después de que saliera para que me contara más cosas. Con otra me reuní el pasado domingo [la entrevista con Ruthy Chmiel Strum tuvo lugar el pasado 2 de octubre, en Tel Aviv].
P. ¿Le reconforta?
R. Desde entonces hay mucha gente que me escribe, que me llama, que me ve y me cuenta cosas de mis hijos que yo no sabía. Las veces que ayudaban sin hacer ruido. Porque otros sí que son de decir si han hecho una cosa o la otra, pero nosotros… nosotros no. Hacemos en silencio.
P. Y usted, ¿se cuida?
R. Es un infierno. Me despierto en la mañana y no puedo creer lo que estoy pasando. Primero no comía ni bebía. Ahora sí, para estar fuerte cuando vuelvan. Duermo. En eso tengo suerte. No necesito pastillas ni nada para dormir. A veces duermo peor, otras mejor, pero duermo. Como rápido, porque no puedo pensar en que ellos quizá no tienen qué comer y yo sí. Como rápido y retiro el plato.
P. Tiene dos nietos.
R. Después de que se los llevaran, vino mi hijo Amos con sus hijos, de 12 y 9 años. Son Gali y Ariel, a los dos les gusta el fútbol. Yo llevaba gafas de sol, de llorar. Me quitaron las gafas y me preguntaron por qué lloraba. “Tenemos que llorar si lo necesitamos. Es bueno. Pero también tenemos que hacer fuerza para enviársela a ellos [a Iair y Eitan]”. En ese momento, los padres de los niños me dijeron: “Gracias, porque así queríamos que hablaras con ellos”. Me sacó un peso de encima.
P. Le deseo que pueda verles pronto.
R. He hecho una bandera con sus remeras de chicos [las camisetas de cuando eran niños] para recibirles. Pienso que cuando salgan de ahí quizá no soy la primera persona a la que vayan a ver. ¡Me da igual! Puedo esperar más. Sólo quiero que salgan y que estén bien.
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