Internacional

Siete tabúes que la guerra en Ucrania derribó para siempre en Europa

Del fin del pacifismo a la metamorfosis energética: un año de la guerra que cambió a Europa. Un año de la guerra que derribó todos los impensables en la Unión Europea

"Cuando me despertaron de madrugada para informarme de que Rusia había invadido Ucrania supe inmediatamente que la arquitectura de seguridad europea estaba sufriendo un cambio tectónico", explicaba Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, poco después del inicio de la guerra. Este viernes 24 de febrero se conmemora el primer aniversario de la guerra más feroz que sacude a Europa en las últimas ocho décadas. Una contienda que deja muchas lecciones, grandes aprendizajes y cambios irreversibles en suelo europeo. Desde Finlandia hasta Alemania pasando por Bruselas, la guerra devuelve la imagen de una Unión Europea que poco tiene que ver con la que era el 23 de febrero de 2022.

Fin de la histórica política de neutralidad de Suecia y Finlandia 

Suecia ha sido durante más de dos siglos un país no alineado militarmente; 80 años en el caso de Finlandia. La OTAN siempre había fantaseado con la idea de los dos países nórdicos formaran parte de sus filas: cuentan con Fuerzas Armadas muy potentes; Finlandia comparte 1.300 kilómetros de frontera con Rusia; cumplen los estándares democráticos para formar parte del foro militar; y su historial como naciones baluarte de derechos humanos generan buena prensa para la imagen de la Alianza Atlántica.

Pero este era un escenario inimaginable. Hasta que llegó la invasión rusa. Ambos países solicitaron su entrada en la OTAN tras un cambio de paradigma fugaz en sus sociedades y políticas. El temor a un ataque ruso provocó un giro hacia el deseo de estar bajo el paraguas del Artículo 5 de la Alianza, la sagrada cláusula de defensa colectiva bajo la cual un ataque sobre uno de sus miembros es un ataque sobre todos. Solo Turquía se interpone en estos momentos en el camino de Helsinki y Oslo hacia los cuarteles generales. El presidente Recep Tayyip Erdogan mantiene su aprobación cautiva y la emplea a modo de chantaje para que Suecia le entregue a combatientes y refugiados kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

OTAN: de la muerte cerebral al gran despertar

"La OTAN está obsoleta". "La OTAN está en muerte cerebral". Son palabras de Donald Trump y Emmanuel Macron, respectivamente, en 2019 y 2017. El mayor foro militar del mundo naufragaba por aquel entonces sin rumbo, buscando su razón de ser en el nuevo mundo. Y la guerra en Ucrania le ha dado el impulso para superar esa crisis existencial. 

En los últimos meses, las tropas comandadas por la Alianza se han multiplicado en el flanco oriental. Los batallones de despliegue rápido se han duplicado. El polémico objetivo del gasto en defensa del 2% del Producto Interior Bruto (PIB) ya no es para sus 30 miembros un techo, sino un mínimo. Todos los países están incrementando, como nunca antes desde el fin de la Guerra Fría, su gasto en seguridad y defensa. España aspira alcanzar este umbral en 2029. Y el propio Vladímir Putin se ha empleado a fondo en presentar la guerra actual como una entre su país y la Alianza.

Ucrania, más cerca que nunca de la Unión Europea

“Ucrania es la UE y la UE es Ucrania”. Era el mantra que escuchaba en cascada Volodímir Zelenski, presidente ucraniano, cuando visitó hace unas semanas la capital comunitaria por primera vez desde el estallido de la guerra. Cuando solo habían pasado cuatro días desde la invasión rusa, Kiev pidió a Bruselas la adhesión exprés de su país al bloque comunitario. En junio, los europeos otorgaron a Ucrania el estatus de país candidato en un trámite con una fugacidad sin precedentes.

Era otro impensable antes de la guerra. Rusia ha terminado de echar a Ucrania a los brazos europeos. Pero el diablo está en los detalles. En la capital comunitaria no contemplan una vía exprés de adhesión. El país debe acometer reformas ambiciosas para fortalecer sus pilares democráticos, una tarea nada baladí en medio de una guerra cruenta. Aunque los tiempos se han acelerado, la entrada de Ucrania como país de pleno derecho en la UE todavía se anticipa larga y espinosa

El proceso dura una media de diez años y en los países grandes de la UE no hay apetito para saltarse ningún paso y agilizarlo. Más complicada será incluso su entrada en la OTAN. Una Ucrania amparada por el Artículo 5 del Tratado de Washington podría acercar el enfrentamiento directo entre los aliados y Rusia que en Occidente tanto desean esquivar. 

Alemania: giro de 180º a su política de paz y guerra

Desde Angela Merkel hasta Olaf Scholz hay una forma de entender la política alemana reciente: se debe actuar, con contundencia eso sí, pero solo cuando no queda más remedio. Berlín ha seguido desde el inicio de la guerra una estrategia titubeante. El motor alemán ha sido uno de los países más expuestos a las consecuencias de la contienda debido al cordón umbilical que le ha unido históricamente a Rusia en términos políticos, económicos y, sobre todo, energéticos.

El Ejecutivo alemán siempre se ha mostrado cauto en sus mensajes a Ucrania, especialmente en lo referente al envío de armas. Pero con el curso de la guerra y del deterioro de la situación sobre el terreno, Berlín ha dado un giro copernicano en su política de seguridad y defensa, muy condicionada por los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial. Berlín ha autorizado a sus socios a exportar carros de combate Leopard II, las primeras armas ofensivas que Occidente dona a Ucrania. Y el Ejecutivo de Scholz ha anunciado una inversión sin precedentes de 100.000 millones de euros para modernizar sus Fuerzas Armadas. 

El embrión de una UE militarista

Desde su nacimiento, el proyecto europeo, forjado bajo las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, ha centrado su valor en el mundo como un artificio de paz, diplomacia y soft power. Su valor añadido de mediación y presión externa en el globo ha sido siempre su brazo comercial. Pero eso ya ha cambiado. La guerra en Ucrania ha impulsado el gran sueño de los padres fundadores, la UE de la Seguridad y la Defensa, como nunca antes.

Por primera vez, el bloque comunitario financia y coordina el envío de material bélico a un país en guerra. Algo que prohíben los tratados comunitarios pero que en Bruselas han sorteado con el Fondo Europeo para la Paz, un mecanismo intergubernamental (externo a los presupuestos) que ya ha consumido en esta guerra 3.600 de sus 7.000 millones de euros totales. Los mensajes de tiempos pre-guerra que salían de Bruselas hacia cualquier conflicto en torno a que las guerras terminan en la mesa de diálogo dan paso ya a las declaraciones sobre que el conflicto solo se resolverá en el campo de batalla. Y es que hay un consenso casi total –a excepción de Hungría- en las capitales  europeas: hay que mantener y redoblar el apoyo financiero, humanitario y armamentístico “todo el tiempo que haga falta” para consumar una victoria implacable de Kiev.

Reequilibrio de fuerzas

Una de las evidencias que deja el conflicto a nivel interno en la mesa del Consejo Europeo es un cambio patente en el juego de poder de los 27 Estados miembros. El centro neurálgico habita ya en el Este. Países como Estonia, Lituania o Polonia han pasado de tener voz residual a marcar el paso del resto de socios comunitarios en la respuesta a la guerra y en comandar la respuesta más dura posible contra Rusia. La propia Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, han elegido Tallín como su lugar para conmemorar el simbólico primer aniversario de la guerra. Y el presidente norteamericano, Joe Biden, ha hecho lo propio esta semana con su visita a Varsovia.

Todo ello se ha producido en paralelo al debilitamiento del eje franco-alemán, que no termina de encontrar su anclaje en estos tiempos convulsos. Con un Scholz titubeante, un Macron que no quiere quemar todos los canales de comunicación con el Kremlin y una Giorgia Meloni más aislada que su antecesor Mario Draghi, en la UE se ha impuesto la voz, postura y firmeza de los países ex soviéticos. España, por su parte, ha sacado pecho de su liderazgo en Bruselas en torno a medidas energéticas como el tope al precio del gas, la excepción ibérica o los impuestos a las eléctricas.

Por último, la guerra también ha puesto contra las cuerdas al tándem que conformaban Polonia y Hungría, los dos enfant terribles de la UE por sus ataques al Estado de Derecho. Varsovia es la capital que más empuja para castigar a Moscú; Budapest, la más cercana al Kremlin. Y sus visiones antagónicas han empañado el baile de la hasta ahora inseparable pareja iliberal.

Cambio estructural energético

La guerra que libran sobre el terreno Ucrania y Rusia se ha traducido también en una batalla energética entre Bruselas y Moscú. En 2021, el 40% del gas consumido en territorio europeo procedía de suelo ruso. En los últimos meses de 2022, esta cifra había caído por debajo del 15%.

El desenganche total de los hidrocarburos del Kremlin ha sido una de las prioridades de estos doce meses en la capital comunitaria. “Cuando me preguntan qué hago en el día a día, respondo que buscar energía por todo el mundo”, aseguraba el jefe de la diplomacia europea tras la irrupción de la guerra. La UE busca en Catar, Argelia o Estados Unidos nuevas vías de suministro energético Y redobla su consumo de Gas Natural Licuado. Y Rusia, por su parte, vira a socios como India o China aguantando con más cintura de la que se esperaba el embate de las sanciones occidentales.

El vuelco de política energética lo escenifica muy bien el Nord Stream, la principal tubería que alimentaba de gas a Europa y, especialmente, a Alemania. La anexión de Crimea de 2014 no solo no cerró este grifo. Durante los siguientes años el Nord Stream I evolucionó al Nord Stream II pesa a las advertencias de Estados Unidos. Pero la guerra total en Ucrania ha provocado un cambio total de rumbo en la arquitectura energética europea y en torno a lo que para muchos era inimaginable: la suspensión del Nord Stream.

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