El fuerte terremoto de magnitud 7 en la escala Richter que sacudió Marruecos en la noche entre el 8 y el 9 de septiembre, con epicentro a 72 kilómetros al suroeste de Marrakech, nos dejó una dolorosa lección que no podemos ignorar: el desarrollo humano no puede producirse de espaldas al medio natural.
Los más de 2.100 muertos y las más de 300.000 personas afectadas por el sismo, según datos de la ONU, y sus réplicas (la última, de magnitud 3.9) ponen de manifiesto que la magnitud de este tipo de catástrofes no debe imputarse a las fuerzas telúricas. Los desastres naturales no existen: las consecuencias de las catástrofes relacionadas con amenazas de origen natural dependen siempre de las acciones y decisiones humanas.
La vulnerabilidad de la sociedad marroquí ante los movimientos telúricos tiene múltiples causas, pero una de las más destacadas es la falta de memoria histórica en la población. Marruecos, al igual que muchos otros países mediterráneos, ha experimentado terremotos destructivos en el pasado. Sin embargo, no son tan frecuentes como en Chile o en Japón. Por eso se nos olvida.
En 1960 ya hubo un terremoto con 15.000 muertos
Sin ir más lejos, en 1960 otro gran terremoto afectó el mismo área y dejó más de 15.000 muertos y miles de personas sin hogar. Sin embargo, en los siguientes sesenta años se ha hecho muy poco (o casi nada) para reducir la vulnerabilidad del país hacía la amenaza sísmica.
¿Por qué? Como ha comentado el geofísico chileno Cristián Farías, el problema es que “Marruecos no es conocido en el mundo por su historial de grandes terremotos”. La escasa frecuencia con la que se producen terremotos de gran magnitud en los países mediterráneos ha hecho que la memoria histórica se desvanezca. Y no se ha tenido en cuenta el riesgo sísmico al planificar la construcción. Cuando las estructuras no cumplen con estándares de construcción adecuados para resistir un fenómeno de esta magnitud, acabamos “presenciando la devastación que vemos en Marruecos”, añade Farías.
La escasa conciencia pública del riesgo en Marruecos ha llevado a un progresivo incumplimiento de las normativas antisísmicas por parte de la población. Además de fomentar una actitud poco rigurosa por parte de las autoridades para hacerlas cumplir.
En febrero fue Turquía, ahora le ha tocado a Marruecos. ¿Qué país será el próximo? Antes o después lo descubriremos. Sin embargo, esto no significa que no podamos hacer nada para evitar que el siguiente seísmo provoque una catástrofe.
Es preciso –y urgente–, que entendamos la importancia de poder contar con una memoria histórica sísmica que pueda suplir a las imprecisiones de la memoria colectiva. Recordar puede hacernos más responsables frente al riesgo.
Hay sociedades que ya emprendieron este camino, como Chile y Japón. Ambas naciones suelen enfrentar terremotos con regularidad, lo que les ha llevado a implementar estándares constructivos sismorresistentes muy elevados. Y, lo que es aún más importante, a que estos estándares sean respetados por la población, que incluso exige que las autoridades vigilen el cumplimiento de las estrictas normativas en esta materia.
Marruecos y el resto de países del Mediterráneo deben tomar nota de estas lecciones. Es fundamental concienciar a la población sobre la urgencia y la necesidad de implementar políticas públicas que promuevan la construcción resistente a los terremotos.
Debemos entender que, si bien la naturaleza es impredecible, nuestra respuesta ante sus amenazas puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Loris De Nardi, Investigador, Centro de Estudios Históricos, Universidad Bernardo O'Higgins, Chile, Universidad Bernardo O´Higgins.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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