Una línea artificial de 500 kilómetros divide el territorio controlado por el Gobierno de Ucrania y el ocupado por separatistas prorrusos en el este del país, donde cada semana se producen violentos combates cerca de zonas pobladas. Desde hace más de tres años los habitantes de estas provincias fronterizas con Rusia son blanco de ataques en ambos lados del frente, en los que más de 10.000 personas entre militares y civiles han perdido la vida.
El alto el fuego negociado en febrero de 2015, en el marco de los acuerdos de paz de Minsk, es violado a diario por ambas partes del conflicto, que luchan por el control del territorio con el uso regular de artillería pesada.
Pueblos aislados en peligro constante
Aunque ya no se producen ofensivas a gran escala, el goteo constante de enfrentamientos a lo largo de la línea de contacto mantiene en vilo a la población, que vive atrapada bajo una fuerte presencia militar, sin saber qué les deparará el futuro. "Mucha gente en Europa y Occidente considera que es un conflicto congelado, pero sigue habiendo combates casi cada día y sigue muriendo gente. No debe quedar en el olvido", explica Miladin Bogetic, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja, mientras acompaña a Efe en un viaje a la denominada "zona gris".
"Mucha gente en Europa y Occidente considera que es un conflicto congelado, pero sigue habiendo combates casi cada día" indica Miladin Bogetic, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja
Antes de llegar al primer puesto de control desde la ciudad portuaria de Mariupol (Donetsk), el vehículo que lleva a la periodista hasta la zona de la operación antiterrorista de las tropas ucranianas (ATO) se detiene para izar la bandera identificativa de la organización y el personal humanitario se pone su atuendo de chalecos blancos. Las carreteras que conectan los pueblos situados alrededor de la línea de contacto se encuentran desiertas y el acceso a los mismos está fuertemente restringido por el Ejército ucraniano, ya que debido a su ubicación estratégica una nueva escalada en los ataques puede ocurrir en cualquier momento.
Pese a la volatilidad de la situación y las dificultades de acceso, los trabajadores humanitarios hacen lo posible para conseguir los permisos necesarios y que los convoyes de ayuda lleguen a los más vulnerables, pues son conscientes de que muchos dependen de ello para sobrevivir.
Es el caso de las localidades de Granitne y Chermalyk, situadas a unos 40 kilómetros al este de Mariupol y cerca de la frontera con Rusia, donde los habitantes se han acostumbrado a vivir rodeados de posiciones militares, con el sonido de los disparos y los continuos registros para entrar y salir de sus pueblos. "Cuando empezó la guerra mi empresa fue evacuada y cerrada. En el pueblo ya no hay trabajo ni servicios públicos. Mi marido y yo nos dedicamos a la agricultura y sobrevivimos como podemos", cuenta a Efe Galina Jaitulova, residente en Chermalyk.
Los trabajadores humanitarios hacen lo posible para conseguir los permisos necesarios y que los convoyes de ayuda lleguen a los más vulnerables
El Gobierno ucraniano ha reiterado en varias ocasiones que intenta cumplir con sus compromisos sociales con la población que reside en la zona de conflicto, pero en ambos lados de la línea de contacto muchos ciudadanos no cobran sus pensiones ni otros beneficios sociales. Galina, rusohablante que se considera ucraniana, asegura que, tanto su familia como sus vecinos se sienten muy "aislados", porque no reciben ningún tipo de ayuda, temen por las vidas de sus hijos y sólo desean que termine la guerra. "Nosotros hemos sido testigos de los tiroteos y vemos de dónde vienen las provocaciones. No crea usted que vienen de los soldados ucranianos", añade.
Los habitantes que permanecen en la zona gris, no sólo se exponen al riesgo de ser víctimas del fuego cruzado, sino también al peligro de las minas antipersonas y otros explosivos, presentes en todo el territorio del Donbáss y en el mar de Azov, donde los pescadores locales ya no pueden acercarse a la costa por la contaminación.
El mapa de las regiones de Donetsk y Lugansk, antes consideradas como los motores industriales del país, ha cambiado radicalmente como consecuencia del conflicto armado, y el deterioro de las condiciones de vida ha causado una profunda crisis demográfica, con más de un millón y medio de desplazados internos. Miles de personas han tenido que huir de sus hogares, pero muchos otros no tuvieron más remedio que quedarse en zona hostil al carecer de recursos suficientes para desplazarse a las áreas urbanas.
La economía de Ucrania, desestabilizada
Aún así, la alta densidad de población en las partes centrales de Donetsk y Lugansk fue un factor clave que determinó la dinámica del conflicto, puesto que los rebeldes separatistas se hicieron con el control administrativo y militar de esas dos grandes ciudades industriales, que constituyen su principal bastión.
Las regiones de Donetsk y Lugansk, antes consideradas como los motores industriales del país, ha cambiado radicalmente, causando una profunda crisis demográfica
Como resultado, una gran parte de la población vive en una situación crítica, ya que el fuego cruzado ha causado daños considerables en gasoductos, centrales eléctricas y estaciones de filtración de agua, dejando a los habitantes de estas áreas sin recursos humanos básicos para sobrevivir. "La línea de contacto que ha partido en dos el Donbáss (como se denomina en conjunto a ambas regiones) pasa por infraestructuras clave que antes proveían de gas y electricidad a poblaciones enteras, y ahora han quedado aisladas", asegura John Sierra, ingeniero de la delegación de la Cruz Roja.
Además, Naciones Unidas ha alertado recientemente de que los bombardeos en instalaciones de saneamiento del agua han causado la liberación de sustancias peligrosas como el gas de cloro, que podría tener consecuencias devastadoras para la salud de la población y el medio ambiente en grandes áreas en el este de Ucrania.
Muchas plantas de carbón como la de Avdiivka han detenido su producción en múltiples ocasiones tras ser bombardeadas y otras han sido cerradas o desmanteladas, dejando sin calefacción central a grandes asentamientos civiles. La guerra ha desestabilizado en gran medida la economía del país, pues el bloqueo comercial en las áreas no controladas del Donbáss ha tenido un impacto negativo en dos sectores clave como son el de la producción de acero y la energía eléctrica.
Desde el estallido de los enfrentamientos tras la intervención militar rusa en la anexionada península ucraniana de Crimea en 2014, el Gobierno ucraniano ha acusado a Rusia de iniciar una guerra híbrida contra Ucrania y de apoyar actividades terroristas a través del respaldo a las milicias que ocuparon el Donbáss. Rusia, por su parte, niega su implicación directa, pese a las múltiples evidencias que demuestran los lazos financieros y militares entre Moscú y las autoproclamadas repúblicas separatistas de Donetsk (DPR) y Lugansk (LPR).
Aunque en la comunidad internacional sigue habiendo consenso sobre la idea de que el Kremlin puede hacer más para obligar a los separatistas a cumplir con los acuerdos de paz y mantiene las sanciones contra Rusia, el conflicto sigue enquistado y parece estar lejos de terminar.
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