"La lucha está aquí. Necesito munición antitanque, no un taxi".
26 de febrero de 2022. Putin ha invadido Ucrania 48 horas antes. Una columna de tanques y blindados rusos avanza hacia Kiev y la derrota de los ucranianos parece cuestión de horas. EEUU y sus aliados ofrecen evacuar a Zelenski a un país vecino. Pero el cómico convertido en jefe de Estado se niega a abandonar su país con la frase -burlona- que encabeza este artículo.
La anécdota sirve para evidenciar la dignidad de un hombre cuya historia parece un cuento de hadas político, demasiado perfecto para ser verdad. Lo cierto es que la amenaza para Zelenski era muy real: en las primeras semanas de guerra el presidente de Ucrania sobrevivió a más de diez intentos de asesinato, gracias en parte a los chivatazos de facciones contrarias a la invasión en el seno del Servicio de Seguridad Federal de Rusia. Así, cuando a principios de marzo los tanques rusos se acercaban a la capital ucraniana, Zelenski se mantuvo desafiante. Publicó un vídeo en el que revelaba su paradero y reiteró su intención de quedarse en Kiev y luchar: "No temo a nadie y no me estoy escondiendo". Fue una temeridad. El hombre que en una ocasión tocó un piano con sus genitales durante cinco minutos para provocar las carcajadas del público iniciaba así el camino para convertirse en una especie de héroe mítico para su pueblo y una figura internacional.
Zelenski nació en 1978 en Krivói Roig, una ciudad industrial del sur de Ucrania, un núcleo minero y metalúrgico de aire soviético. Hijo de Oleksandr, un académico, y Rymma, una ingeniera (ambos judíos), creció hablando ruso al igual que sus amigos y vecinos. Su abuelo luchó en el Ejército Rojo con el rango de coronel mientras sus tres hermanos perecían a manos de los alemanes en el Holocausto. "Zelenski era especial. Brillante, trabajador, quería ser el mejor entre los mejores". La descripción es obra del rector de la Universidad donde estudió el presidente de Ucrania en su ciudad natal.
"No soy su oponente, soy su veredicto"
En 2018, desde la popularidad obtenida como actor, cómico y cofundador de Studio Kvartal 95 (una productora de entretenimiento que se convertiría en la más exitosa del país), Zelenski irrumpió en política con un movimiento sin miembros formales ni ideario claro salvo condenar la corrupción que exasperaba a la sociedad ucraniana. "No soy su oponente, soy su veredicto", dijo al expresidente Petro Poroshenko durante un debate en televisión. Los sondeos prelectorales revelaban la enorme frustración de los ucranianos con la clase política, considerada corrupta y en manos de los oligarcas, así que el cómico -que se comunicaba con los votantes a través de las redes y evitaba los discursos y mítines oficiales- se comprometió a desligar su gobierno del control de dichos oligarcas.
Aquí aparece la mácula en el cuento de hadas porque la mano del poderoso Igor Kolomoiski, dueño del canal que emitía el programa de Zelenski y posiblemente el oligarca más controvertido de Ucrania, está detrás de su carrera política hasta la victoria en las elecciones de 2019 (cuando el protagonista de la serie Servidor del Pueblo llegó a la presidencia con el 72% de los votos). Kolomoiski, que además de la nacionalidad ucraniana tiene la israelí, ha sido descrito por The Spectator como un "señor de la guerra" que financió a varios batallones ucranianos de ultraderecha. Con causas abiertas por lavado de dinero en diversos países, cuando se celebraron las elecciones que ganó Zelenski, Kolomoiski se encontraba autoexiliado en Israel mientras en Ucrania se desarrollaban distintas investigaciones sobre sus negocios.
Los errores fruto de su ignorancia en política económica, su nepotismo o los escándalos que rodearon a algunos de los diputados de Zelenski hundieron la popularidad del presidente. En diciembre de 2021, solo contaba con la probación del 3% de los ucranianos, según un sondeo del grupo Ratings. Pero entonces llegó la invasión rusa. En marzo de 2022, dos semanas después del comienzo de la guerra, los niveles de aprobación de Zelenski superaban el 90%. Como hizo antes en su carrera política, el antiguo actor ha utilizado las redes sociales como una herramienta de combate clave. Con ellas ha configurado su figura de carismático líder en tiempos de guerra, incansable látigo de la conciencia de Occidente al exigir una zona de exclusión aérea que EEUU y sus aliados nunca se decidieron a imponer por el riesgo de un conflicto abierto con Rusia. La Tercera Guerra Mundial es una opción que no quiere nadie, tampoco el Kremlin.
El hombre "perfectamente gris"
La imagen del 11 de febrero, cuando Emmanuel Macron se erigió como mediador europeo y viajó a Moscú para reunirse con Putin en un intento por frenar la inminente intervención rusa en Ucrania, dice mucho del abismo que separa a Occidente del presidente ruso. El líder del Kremlin lo recibió con una interminable mesa blanca entre ambos. Rusia alegó que Macron se había negado a hacerse una PCR pero el gesto indicaba que un acercamiento de posturas era imposible. Putin no detendría sus planes de invasión, como tampoco ahora parece dispuesto a abandonar su objetivo maximalista de “proteger” al pueblo ucraniano de su Gobierno de "fascistas". La guerra estalló dos semanas después.
Putin es una de las figuras definitorias de nuestra época. El antiguo agente de la KGB convertido en el hombre más poderoso del mundo entre 2013 y 2016 "no es una aberración mayor que (la presidencia) de Donald Trump en EEUU o de Boris Johnson en Reino Unido", señala el excorresponsal de la BBC en Moscú, Philip Short, en su biografía sobre el presidente ruso. Una figura que, según Short, analizamos erróneamente con demasiada frecuencia. Un ejemplo: en los días previos a la invasión una serie de excéntricas apariciones públicas llevó a no pocos analistas a cuestionar la cordura de Putin. Para el antiguo corresponsal se trata de una versión actual de la Teoría del loco de Richard Nixon, una estrategia en política exterior basada en un comportamiento volátil que hace que tus rivales teman una respuesta impredecible.
En Ucrania parece haber funcionado. Bajo el pretexto de la "desnazificación" de Ucrania -el Kremlin ha instrumentalizado la existencia de milicias y grupos de extrema derecha- se esconden claves como el intento de reeditar la Unión Soviética -la humillación de su desaparición ha marcado la vida de Putin- o la "amenaza existencial" que supone para Rusia un vecino que se une a la OTAN o estrecha lazos con EEUU. El Putin que retrata Short es un hombre inescrutable, de emociones violentas reprimidas y que jamás se abandona a la charla trivial. Un experto en ser perfectamente gris en sus intenciones, cualidad que le permitió ascender desde una carrera mediocre en los servicios de Inteligencia hasta las filas del Kremlin sin ser percibido como una amenaza.
Así, tras construir una notable popularidad en su tierra, Putin se ha lanzado a una aventura imperialista que podría acabar en catástrofe: la ONU advirtió en agosto que estamos "a un malentendido de la aniquilación nuclear". Su invasión ha metido a EEUU y sus aliados en un conflicto enquistado en el que Ucrania pone los muertos y la ciudadanía occidental paga las consecuencias económicas. Ya han surgido voces que esgrimen que la mejor manera de solucionar la crisis es dejar de enviar armamento a Ucrania. Condenar a Kiev a una derrota conlleva una gran pregunta: ¿se parará Putin en Ucrania?
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