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La tetera del exmonje: El arte de hacer una infusión

Tengo un amigo que paso ocho años en un seminario entre rezos, latines y tratados de hagiografía. Por suerte para él, la cuestión alimenticia estaba solucionada por algún fraile con buena mano en el huerto y los fogones.

A medida que los conocimiento sobre la vida de San Agustín y Santa Catalina aumentaban, también crecía de forma manifiesta la incapacidad para cocinar del fraile. Con el paso de los años la vocación fue flaqueando y las tentaciones le animaron a salir de aquella vida tan austera, para poder disfrutar de la herencia que le dejó un tío canadiense casi olvidado, pero no por eso menos querido.

Mucho tuvo que ver en su nueva vida una cocinera argelina que había sido educada en Marsella y que cumplía con creces la función de cocinera y “cuidadora de cuerpo y alma”. Con ella, mi amigo mejoro la dieta y se hizo un experto en té e infusiones, que aumentaban su ánimo y su vitalidad.

Sobre su impecable cocina blanca, que tiene a gala no haber limpiado nunca con sus manos, sólo destaca una mancha de color: su tetera de Le Creuset, modelo Zen. La verdad que el artilugio es bonito y clásico, porque nunca pasa de moda.

Después de años de austeridad ahora ha decidido comprar una para cada día de la semana y siempre que puede, busca un color nuevo. Que el cereza para la primavera, que el azul para las visitas femeninas, que el negro para la noche. Y vaya usted a contarme toda clase de milongas, que “el arte de seducir en casa cada vez está más difícil”.

Me cuesta creer que el acero esmaltado condicione la calidad de la infusión, pero la verdad es que el resultado es delicioso. Dicen que la base es el material, que es altamente conductivo y permite alcanzar el punto de ebullición con cualquier fuente de calor. Pero más allá de eso, la calidad de material no transmite ningún tipo de sabor al agua.

Me creo que todos sus productos se siguen haciendo en la función de Fresnoy- Le-Grand, en el norte de Francia, con la misma aleación de hierro colado y esmaltado con el que se hacen las famosas “cocottes” que encontramos en muchos restaurantes franceses

No sé si será verdad o mentira, pero también he caído en la tentación y la tetera me gusta. El ruido que hace cuando sale el vapor y nos avisa de la ebullición parece un poco lastimero, pero suena bastante armonioso y además el “asa” está suficientemente alejada del recipiente para no quemarnos. 

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