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El Mini en el cine: el mejor secundario de cuatro ruedas

¿Es el coche lanzado en 2001 por BMW el mismo Mini que el planteado por Alec Issigonis hace 50 años? La tercera generación del nuevo modelo, que se presentará ahora en el Salón de Detroit, a buen seguro reabrirá la polémica. El gigante alemán, que se deshizo de Rover pero retuvo la popular marca, sabía que tenía una leyenda entre manos. Una forjada a lo largo de décadas, generaciones, varias crisis financieras y que implica hasta cambios de nacionalidad (de Gran Bretaña a Alemania) e identidad (de un utilitario económico a uno tan equipado como un Serie 3). Pero también una en la que pervive lo fundamental: la impresión de que estamos ante un coche pequeño y robusto, fuerte pero desenfadado, uno que hace esbozar una sonrisa cada vez que pasa.

El impacto cultural del Mini está a estas alturas fuera de toda duda. El Mini nació para satisfacer las necesidades de las clases bajas inglesas tras el cierre del canal de Suez, pero con sus diminutas ruedas y audaces soluciones acabó convertido en icono de la Gran Bretaña liberal de los 60. En muy pocos años el Mini acabó siendo casi una propiedad intelectual de su majestad, un icono que encajaba en clases bajas y altas, un coche para señoras con dinero que se adaptaba al flower power, y que para colmo se erigía como un monstruíto capaz de ganar el rally de Montecarlo.

Su salto al cine era cuestión de tiempo. La original Un trabajo en Italia, gracias al impertérrito cinismo del excelente Michael Caine y pese al aciago destino de sus tres monadas (por no hablar de su ambiguo final) se convirtió en icono de la esencia más chic británica y los renovados aires del Swinging London, una vez el país se recuperó de las penurias de la Gran Guerra. La película es una verdadera delicia que -quién iba a decírselo entonces-, una vez completado el tránsito de moderno a clásico, ha acabado convirtiéndose en algo mucho mejor: la comedia más querida del cine británico y una heist movie ejemplar. Y sí, demostraba que el Mini podía hacer todo esto aún cargado de oro hasta las cejas.

En el remake The Italian Job de 2003, el icono chic se convirtió en una amable action movie norteamericana diseñada para promocionar los músculos de Mark Wahlberg y el lanzamiento de la nueva enseña de utilitarios de BMW. Tan gratificante como olvidable, en el mejor sentido del término, la cinta sustituía el himno Self Preservation Society por la emocionante partitura de John Powell y expandía la acción hasta más allá del metro de Los Angeles.

Pero quien tuvo, retuvo. Apenas un año antes, el Mini clásico consiguió escabullirse de la policía francesa en la muy exitosa El Caso Bourne. La película, un thriller que cambió las reglas del juego del cine de acción y generó toda una franquicia para su estudio, pilló con el paso cambiado incluso a los artífices de la saga Bond. Perseguido por todos y en su lucha por empezar de cero, el espía amnésico interpretado por Matt Damon se aliaba con Marie, una hippie europea (Franka Potente) que, adivinan bien, montaba un resistente utilitario rojo. Nuestro canijo se desprendía del óxido y se crecía como nunca, haciendo de su tamaño y el reprís su mejor arma, recordándonos que es un as a la hora de bajar escaleras, circular por las aceras o en dirección contraria sin perder la compostura. El oxidado Mini se erigía como un enemigo invencible para las autoridades europeas.

Pero no nos engañemos. La creación de Issigonis no era un derroche de metros cuadrados, precisamente. El pintoresco del Mini clásico y su incorruptible practicidad quedaban bien patentes en uno de los gags más celebrados de Mr. Bean (¿se acuerdan de sus infalibles recopilatorios de Nochevieja?), y con él este coche revivió como el mejor secundario cómico de la televisión inglesa. Los poco más de tres metros del British Leyland Mini 1000 que acompañaba a Rowan Atkinson quizá no daban para meter un sillón nuevo, pero su fornida estructura, facilidad de manejo y simpatía le permitían salir del aprieto. El perfecto compañero de fatigas del freak británico.

Durante el rodaje de la legendaria La Gran Evasión, Steve McQueen y James Mason se compraron sendos minis que se llevaron a Estados Unidos. Vecinos y amigos, además de aficionados al automovilismo, la pareja de estrellas solía competir en su propia calle con los coches. El propio Garner reconoció en una entrevista a Car and Driver que su Mini Cooper fue el coche que más se arrepiente de haber vendido: “Me encantaba, podía hacer cualquier cosa con él”. El de McQueen, por cierto, era un Mini Cooper S 1275 de 1967 personalizado por el fallecido intérprete, y todavía vive plácidamente en algún lugar de California.

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