Llega el otoño y con él, la frenética actividad vinatera de los meses de vendimia parece relajarse. Aunque en el campo no existe el descanso, lo cierto es que el ritmo se vuelve más suave y la tranquilidad invita a descubrir con otros ojos las fértiles tierras ribereñas del Duero. Los pinos que salpican el camino desde Valladolid van dando paso poco a poco a viñedos majestuosos hasta que llegamos a Matarromera, la bodega que Carlos Moro puso en marcha hace más de 25 años y que ha conseguido llegar a representar como pocas la elegancia de los vinos de esta DO.Aquí no hay grandes exhibiciones arquitectónicas, pero es que no hacen ninguna falta: en no pocas bodegas españolas el artificio constructivo se ha transformado en un arma de doble filo, haciendo que los vinos parezcan algo accesorio en comparación con los edificios. Sin embargo, en Matarromera todo recuerda al visitante que está en un templo de la uva donde lo que de verdad importa son la tierra y sus frutos.Todo esto no quiere decir que el espacio esté descuidado. Al contrario, Moro y su grupo acaban de invertir una cantidad millonaria para adaptar las instalaciones y renovar por completo las visitas de modo que el viajero pueda comprobar por sí mismo todo el proceso desde que los vendimiadores recogen los copiosos racimos de Tempranillo hasta que los embotelladores ponen las etiquetas a los vinos ya listos para su distribución.Esta no es una experiencia para grupos de turistas a la carrera que quieran llegar, sacar una foto a las barricas y comprar vino. Las visitas a los dominios de Carlos Moro se realizan siempre en grupos reducidos, de no más de 12 personas, y con tiempo de sobra (dos o tres horas dependiendo de la ruta escogida) para poder recorrer con calma los pagos más emblemáticos de la firma, como el de Las Solanas o el de Valdebaniego, y además poder descubrir sin prisas sus vinos mejor valorados.No exageramos: entre los vinos que prueban los visitantes se encuentran el Reserva 2011, nacido de los viñedos del Picón de Zurita, Las Celadillas y Las Solanas, pero también el exclusivo Prestigio de la misma añada, que surge de las uvas recogidas en el Pago de las Solanas, terreno emblemático de entre los de Matarromera. Las viñas de esta finca también sirven para hacer, solo en años en los que la cosecha resulta excelente, el Matarromera Pago de Las Solanas, un vino que madura durante 21 meses en barricas de roble francés y del que se obtuvieron tan solo 2.600 botellas en su última producción.
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