Los argumentos ligados a una aparente objetividad con frecuencia desplazan y hasta anulan los mucho más sinceros que manan de las preferencias personales y, sobre todo, de las ambiciones. Afirmo, pues, que no pocas justificaciones llamadas científicas siguen las instrucciones de lo previamente elegido individualmente o impuesto por el sistema. Esto ocurre tanto por el mal llamado gusto como sobre todo por la no menos peor bautizada rentabilidad, a la que siempre deberíamos tildar de codicia. Tenemos ejemplos esclarecedores, cercanos y ligados al título elegido para esta entrega.
Todos, individuos y sociedades, tenemos estilos de vida. En muchos menos casos de lo necesario somos pocos los que practicamos una forma de estar en sociedad y usar el derredor diferente a la del conjunto. La mayoría acepta la aparente estricta necesidad de los actuales modelos energético, económico, cultural y alimentario, por ejemplo, porque cuesta muy poco ser dependiente del criterio de otros. Esos que, a menudo, se toman el trabajo de demostrar que sus opciones resultan del todo imprescindibles.
En fin, que bien pensado y ejecutado podrían sobrar buena parte de los congresos y tertulias en los medios -¡qué alivio si así sucediera!- en los que se debaten las principales opciones de todos esos temas tan candentes. El que defienda lo más cercano al generalizado conformarse con todo triunfará incluso frente al mejor pensador imaginable.
Veamos: si no desprecias al esfuerzo, la lentitud, la vivacidad, al paisaje y la transparencia poco o nada te cuesta optar por las energías renovables, el pacifismo, la ecología, la agricultura orgánica y los máximos de cooperación. Incluso puede que no te creas aquello de que el camino del éxito es dominar y endeudares.
Si consideras que es un gran logro darle a la prisa dosis crecientes de velocidad y a la comodidad la desactivación del músculo y la neurona, entonces que vengan más burbujas, corrupciones, nucleares, especulación, petróleo, desahucios, altas velocidades y competitividad a raudales. Elegir tu mismo tus preferencias es uno de los paraísos posibles. Mientras tanto: ¡Cuanta vida a merced de un estilo de vida sin la vida!
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