Sí, tal vez no los valoremos todo lo debido. Pero lo primero es conocerlos. Aquí van cuatro de los paradores que hacen las delicias de mi amigo australiano.
En los tiempos en que el señor de Barcelona ostentaba el título de conde, el de Cardona alcanzaba el muy superior de duque, lo que demuestra la importancia que esta ciudad en la Edad Media. La razón de tanto poderío hay que buscarla en las minas de sal que se encuentran a las afueras del pueblo, verdadero filón de riqueza hasta tiempos no muy lejanos.
Todo ello justifica también que un pueblo como éste, pequeño, disponga de semejante castillo. Hoy Cardona recibe a sus visitantes con esta silueta pétrea coronando la colina. Hay que subir a este castillo medieval aunque no se tenga la suerte de alojarse entre sus muros, ya que el recinto medieval es tremendamente sugestivo, ya sea por su arquitectura, las vistas, y hasta por las leyendas de fantasmas. Una vez allí no hay que perderse la iglesia de San Vicente, buen ejemplar del románico lombardo, incluida en el conjunto. Aquí sí se puede decir que traspasar sus muros es como dar un salto a la Edad Media.
Todo el recinto fortificado es una formidable construcción que debió imponer sobremanera en otros tiempos. Bien protegido debía estar el duque para defender sus tesoros, y de esta imagen de reciedumbre se aprovechó bien Orson Welles, que lo eligió como escenario para el rodaje de Campanadas a medianoche.
ALARCÓN (CUENCA)
Una peña rodeada por un meandro de un río y coronada por un castillo con torres y muros con almenas, eso sí que es un enclave insólito, romántico, donde es posible soñar con aventuras de todo tipo. Hay dos opciones para verlo: en una película de esas repletas de efectos especiales o yendo a Alarcón y deteniéndose antes de cruzar el puente sobre el Júcar. Ésta última opción parece más recomendable.
Fijándose con un poco de atención se aprecia que el castillo parece algo vivo, que es una arquitectura orgánica que ha crecido con el tiempo adaptándose a lo peculiar del terreno. Por eso no resulta extraño enterarse que este edificio es el fruto de 13 siglos de cambios, añadidos, reparaciones e historia. Entre sus muros han quedado grabados los recuerdos de las hazañas de los marqueses de Villena y los hallazgos literarios de Don Juan Manuel.
Todo ello se vive en las estancias de este parador. La mayoría de sus habitaciones son únicas, adaptadas a las peculiaridades de la propia estructura del edificio. Pero luego están las que son únicas dentro de las únicas, como la situada en la parte superior de la torre del homenaje, con su techo abovedado que arranca desde el mismo suelo. En pocos alojamientos se podrá encontrar algo semejante.
Un lugar muy propicio para encontrar una ciudad amurallada y con un recio castillo son las tierras fronterizas, y aquí estamos no sólo cerca de la raya de Portugal sino en lo que en la Edad Media, durante varios siglos, fue ese límite impreciso entre los reinos moros y cristianos de la Península. Dicen que por aquí pasó Fernando II en su tarea de repoblar estas tierras solitarias y que mas tarde fue escenario de las luchas entre Pedro I y Enrique de Trastámara.
El castillo se levanta en un extremo del recinto amurallado, sobre un alto que domina el río Águeda, y todo el conjunto es digno de ser conocido. La plaza Mayor es alargada y está definida por edificios de casi tanto rango como el castillo: la Casa Consistorial, la Casa del Marqués de Cerralbo y la Antigua Cárcel. Callejeando se pasa por todo tipo de palacios y conventos antes de llegar a la Catedral, medio escondida en otro extremo del conjunto, con la espalda bien protegida por la muralla.
Hay un mirador al lado de la carretera, un poco antes de llegar a Sigüenza, desde donde se tiene una vista excelente de esta población. Aunque mejor sería decir del imponente castillo y del pueblo que, a su lado, parece minúsculo.
Este lugar ha sido habitado desde tiempo inmemorial y en los alrededores hay restos neolíticos, celtíberos, romanos, visigodos, árabes, etc. De los árabes no es que haya restos sino un castillo de proporciones desmesuradas que ahora acoge al parador y que con el tiempo ha sido escenario de batallas, amores turbios y asesinatos que han pasado a convertirse en temas legendarios y sustancia de poemas y canciones. También, por supuesto, hay fantasmas. El Camino del Cid tiene aquí una de sus etapas más sugestivas.
Sigüenza es uno de esos lugares que sorprenden por la riqueza de su patrimonio. La catedral gótica —en donde se encuentra la celebérrima estatua del Doncel, una de las cumbres de la estatuaria fúnebre de todo el mundo— y un número interminable de iglesias, palacios, ermitas y conventos le dan a Sigüenza un empaque de siglos de historia. Pero si sales por una de las puertas de la muralla te das cuentas de que, en un paso, estás en plena naturaleza.
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