Hace frio, mucho frio; pero menos de lo que esperábamos. A pesar del clima, es ahora cuando Noruega adquiere su verdadera dimensión y en las Lofoten podemos encontrar una forma diferente y original de pasar las frías noches escandinavas. La luz solar crece cada día desde el equinoccio de marzo y el mar tiene un tono azulón que invita a salir sin pensar en lo que hay más allá del faro.
Estamos en un mundo desconocido, lejano, de reducidas dimensiones, y situado en lo más septentrional del continente europeo. Las Lofoten están al norte, muy al norte; más allá incluso del círculo Polar, entre los paralelos 67 y 68. Sus principales islas son Austvågøy, Gimsøy, Vestvågøy, Flakstadøy, Moskenesøy, Værøy y Røst y también pertenece al archipiélago la parte sur de Hinnoy, la mayor de las islas noruegas. Por suerte nadie nos va a pedir que repitamos estos nombres imposibles, para un paisaje único. Al final el nombre es lo menos. Son una referencia en una guía imposible.
Con sus cumbres rocosas y cubiertas de nieve y hielo, con sus calas abrigadas y sus playas y grandes espacios vírgenes, las Lofoten son la última frontera, un destino para amantes de lo diferente, de los espacios abiertos y las experiencias únicas.
En las Lofoten todo es tranquilo y los placeres aguardan en medio de paisajes bucólicos bajo un sol anaranjado que parece suspendido en el horizonte. Es un mundo dominado en todos los aspectos por una actividad económica que ha hecho célebres a estas islas en el mundo entero: la pesca del mejor bacalao del mundo, el Skrei.
Aquí es también donde comenzó a fabricarse el famoso aceite de hígado de bacalao. Lo hizo un tal Peter Moller, farmacéutico local, que a finales del siglo XIX decidió distribuir al mundo entero el grasiento líquido que reflotaba tras hervir el hígado de los bacalaos, en la completa convicción de que era la panacea contra la desnutrición, por su riqueza en vitamina D.
La primera planta que se levantó para la elaboración industrial de ese producto aún puede visitarse en Å la población más meridional del archipiélago que es en realidad un pueblo-museo en la isla de Moskenesøy que sólo cuenta con cien habitantes, pero cuyos tradicionales edificios de madera componen un hermoso conjunto histórico que nos transmite fidedignamente la vida del siglo XIX.
Desde lo alto de la colina que domina el pueblo puede verse la vecina isla de Vaeroy, separadas por unas aguas que ya fueron descritas por Piteas hace dos mil años como las más peligrosas del mundo y cuyos gigantescos remolinos inspiraron algunas de las mejores historias de Julio Verne y Allan Poe.
La captura del bacalao es la gran fiesta de las islas Lofoten. Cada año, los bancos de bacalao abandonan las frías aguas del mar de Barents en busca de la corriente del Golfo y la encuentran precisamente frente a las costas de estas islas. Comienza entonces el gran espectáculo del «skrei», el «nómada», como es conocido este pescado que, según los mejores cocineros de todo el mundo es el más exquisito del mundo. La pesca dura sólo desde febrero hasta principios de mayo y por eso cada jornada comienza temprano, con cientos de pequeños barcos de madera saliendo al encuentro del pescado. Más de la mitad de los bacalaos que se consumen en todo el planeta han sido capturados por pescadores noruegos.
El pescado se sala si va a ser consumido en España o en Italia; se sala y se seca si su destino es Portugal, Brasil o Iberoamérica. Entre las montañas de estas islas están siempre presentes los secaderos de bacalao, unas estructuras de madera con forma de escalera de las que penden las piezas, ya desholladas, de los pescados. Un paisaje que todavía marca la gastronomía… Como debe ser.
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