Dos acontecimientos naturales han comenzado a tener peso en las agendas de los visitadores del solar hispano, como diría el gran maestro Eduardo Hernández Pacheco. Fue uno de aquellos que tuvieron la suerte de escribir cuando la geografía era básica en la enseñanza, el periodismo y hasta para el humanismo bien entendido. Ahora son demasiados los que ni saben dónde está su país en el mapa. En fin…
Aunque estamos muy lejos de esa mitad de la población japonesa que sale al exterior a celebrar la floración de sus cerezos, los de aquí, sobre todo los del Jerte, en el norte de Cáceres, han alcanzado un más que notable poder de convocatoria. Incluso se han producido atascos, casi colapsos, en la carretera de Plasencia a Tornavacas. Todo ello hacia finales de marzo, los fines de semana, claro.
La berrea, que algunos preferimos llamar brama, es el otro suceso espontáneo que moviliza hacia las sierras de casi todo el país a un buen número de escuchantes. Porque, en efecto, es un sonido lo que principalmente provoca la asistencia de miles de personas. No es para menos.
La llamada de lo salvaje
Basta oír el ronco reclamo de los venados excitados para que además de nuestros tímpanos tirite el paisaje entero. Incluso para los que hemos dedicado una parte sustancial de nuestra vida a sumergirnos en los paisajes, a filmarlos y a grabar sus sonidos, la brama nos sigue pareciendo la medalla de oro entre las ofertas acústicas del derredor. Algo que remedando uno de los mejores libros de Stefan Zweig- otro maestro maltratado- podemos calificar de momento estelar de nuestra Natura.
Para disfrutarlo conviene la inmovilidad y el silencio propio. Así se podrá comprobar cómo se acumulan los berridos al atardecer, para durar luego toda la noche. En días frescos y nublados puede desplegarse a lo largo de toda la jornada. Y así comprobaremos como nos llama la llamada más salvaje. Recuerdo estos dos primeros pasos que han empezado a darse hacia nuestros paisajes sonoros porque no sería malo, sino todo lo contrario, que se dieran algunos más en la misma dirección.
La oferta es ingente, cotidiana, gratuita y está desparramada por todas partes. No hay día, ni rincón, sin recados bellísimos susurrados por las aguas y los aires, los bosques y los baldíos, los pájaros, los insectos y los mamíferos.Escuchar otros lenguajes, cuando el ruido emborrona casi todo los nuestros, acaso nos ayude a disfrutar de lo sencillo, pero no menos a contribuir a lo que he llamado movimiento de liberación de nuestros tímpanos.
Fotografía: Luc Viatour - Lucnix.be - imagen con licencia CC BY-SA 3.0.
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