Destinos

Nostalgia por lo desconocido

Estamos perdiendo lo que todavía no habíamos encontrado. Esta paradoja bien merece la invención de una nueva palabra. La enormidad de la desgracia, con la consiguiente imposible cuantificación, es uno de los perfiles de nuestro tiempo: tan devorador él que se lleva por delante casi todo lo logrado y no poco de lo desconocido.

Por tanto, términos como desastre/devastación o desvalijar/ derrochar, resultan del todo insuficientes. Otros como crisis, bancarrota o inflación permiten saber, casi siempre, el montante de lo especulado, sustraído o defraudado. Por supuesto sigue faltando algo, no solo lingüístico, que mida la profundidad del pozo en el que estamos cayendo. Algo imposible si no añadimos a las pérdidas las que suponen todo lo que carece todavía de nombre y utilidad. En cualquier caso, lo menos aireado es precisamente lo más grave, entre otros motivos por la evidencia de que no existe posible reparación. Ni la más avanzada tecnología puede resucitar a lo que no deja rastro genético alguno. Es, por tanto, la muerte más muerte, la que interrumpe para siempre la sucesión.

Estoy queriendo compartir con ustedes el desgarro que siento por el superlativo despropósito que supone el que cada día desaparezcan de este mundo no menos de diez, acaso cien, especies de los cinco reinos de la vida. Prácticamente todas sin que nadie las haya visto, clasificado y mucho menos bautizado. Los sin nombre se merecen, insisto, un nuevo nombre. Son ausencias que jamás llegaron a la condición de presencias. Por eso algunos las echamos todavía más de menos que si las hubiéramos conocido

Uno de los datos que mejor pueden ayudarnos a comprender el tamaño de nuestra ignorancia parte de las fiables estimaciones de los oceanógrafos especializados en los abismos submarinos. Nos aportan el dato de que solo han entrado en contacto con una de cada diez mil especies que allí, en la oscuridad absoluta, viven. Conviene tener presente, al respecto, que en esa ingente masa de no contactados nunca se esconde todo lo que podamos imaginar. Es más, gracias a las ya inventariadas, sabemos que no pocas pueden resultarnos imprescindibles.

Es decir que perdemos lo que estaba esperando a ser descubierto para solucionar nuestros problemas. De ahí que no resulte equivocado considerar que una de las mejores inversiones posible sea el mantenimiento de lo que no sabemos todavía si existe y mucho menos para que sirve.

Gracias y que el respeto a lo desconocido nos atalante.

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