The Leftovers se las prometía muy felices. A priori, lo tenía todo para triunfar: la HBO como escaparate mundial, al creador de Perdidos como showrunner, y un elenco de actores que podría dar mucho de sí. Incluso algunos murmuraban sobre la posibilidad de que esta serie superara a True Detective, la verdadera revolución del año. Pero más allá de eso el chicle no se puede estirar más.
La serie se basa en el libro escrito por el propio Tom Perrota y narra la vida de los ciudadanos de Mapleton, un pequeño pueblo del estado de Nueva York, tras la misteriosa desaparición de millones de personas en todo el mundo sin que se conozcan los motivos. Y siguen pasando los capítulos… y siguen sin saberse.
Para los que no hayan tenido la suerte de verla, la narración de la serie comienza con la desaparición de millones de personas en todo el mundo. Una madre, en el coche, coloca a su hijo en la sillita. Se da la vuelta y el bebé no está. Y así con varias familias protagonistas. Y cuando piensas que te van a explicar por qué han desaparecido, dan un salto de tres años y salen otras personas totalmente diferentes y no te cuentan nada, solo que están tristes porque han desaparecido sus seres queridos. Pero luego, de repente, aparece una secta que visten de blanco, no hablan y no paran de fumar, donde están algunos de esos desaparecidos. Y no te explican el por qué de la existencia de esa secta.
Pasan y pasan los minutos (capítulos de una hora, claro) y el sufrimiento se vuelve terror. Ni una explicación, ni una palabra, solo resentimiento, tristeza y agonía de unos protagonistas que lloran, gritan y discuten sin que el espectador tenga ni puñetera idea por lo que están pasando.
Es una forma nueva y transgresora de narrar una serie, dicen algunos. Pero el enganche que tenían en el primer capítulo lo malgastan con tramas absurdas y llenas de sinsentido. Vistos los cinco primeros capítulos de la temporada, los bostezos continúan incesantes. Pese a que la intriga permanece, no explican nada más allá del primer capítulo. Dan vueltas en círculos, como la pescadilla que se muerde la cola sin parar. Y la visión de la serie se vuelve soporífera y muy aburrida. Un bodrio. Un bodrio muy grande.
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