¿Qué vamos a hacer sin Don Draper?, se preguntarán algunas, esas fans incondicionales del publicista más misógino, machista y soberbio de la televisión. Pues lo mismo que con él, vivir, les respondo yo. Pero esa vida no será tan buena como la que nos tiene acostumbrados uno de los mejores actores que habita en la Gran Manzana de los años 60.
Sin embargo, la serie avanza y, durante esta séptima temporada, los de AMC nos resolverán las incógnitas alrededor de la vida de Don Draper, que empieza a estar más cerca de Dick Whitman que de Don. Su carácter, siempre impredecible y caprichoso, continuará en conflicto consigo mismo y con los demás, a quienes trata como trapos deshechables sin distinción alguna. Don Draper se despedía en la sexta temporada estando dispuesto a dejar de perseguir fantasmas y reconciliarse con el pasado del que siempre ha huído. Además, habiendo cedido a Ted la oportunidad de huir a California.
Peggy Olson, por su parte, es quien tiene las puertas de la agencia más abiertas de nunca. Con Don fuera de la oficina y Ted y Pete Campbell en California, la eterna heredera del primero seguirá con su paso firme y decidido a alzarse con todos los honores en la oficina. Con el permiso de Joan, claro está.
La despampanante pelirroja supo labrarse, a su manera, una carrera dentro de la agencia de publicistas en las que ella y Peggy serán las dominantas. Tan solo ellas siguen su carrera ascendente -a un alto coste eso sí-, mientras Betty Francis se encuentra de nuevo estancada en un matrimonio tradicional.
La homofobia, el machismo o los derechos civiles han sido abordados a lo largo de las seis temporadas de Mad Men, y la última, ubicada en el convulso final de la década de los sesenta, promete.
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