Era difícil recopilar tantas miserias en tan poco tiempo, pero los realizadores de El caso Alcàsser, de Netflix, hicieron un buen trabajo de almacenaje. Esta serie de cinco episodios abunda en la desgracia que sufrieron estas tres muchachas valencianas en 1993 y en el repugnante circo que se organizó tras su asesinato. Es un retrato de esa España pícara y patética, en la que cuesta más encontrar candidez que perfiria, y en la que abundan las conciencias que se manifiestan con sadismo ante la desgracia ajena. Un cuarto de siglo después, observar este documental conduce al pesimismo. Entre otras cosas, porque, en lo esencial, nos movemos en el mismo terreno arcilloso.
La serie dedica un generoso espacio a la cobertura mediática que mereció el crimen, que fue tan enorme como despiadada. Para el recuerdo quedará esa conversación telefónica entre Manuel Campo Vidal y la madre de una de las niñas, mientras la Guardia Civil intentaba confirmar si los cadáveres que acababa de encontrar se correspondían con los de las fallecidas. También esas conexiones en directo sanguinolentas, protagonizadas por Olga Viza. O, por supuesto, ese repugnante programa especial que dirigió Nieves Herrero en el auditorio municipal de Alcácer, con los padres de las muchachas sentados en el escenario, mientras observaban a la rubia periodista regodearse en los detalles más escabrosos.
Campo Vidal presidió durante varios años la Academia de Televisión. A Olga Viza le dieron hace bien poco un premio por su rigor a la hora de abordar los temas de 'género'. Y Nieves Herrero hizo una carrera paralela como profesora de universidad. Hace falta una buena ración de desmemoria o de orujo para situar a los que participaron en esa merienda de negros como próceres de la profesión, pero así funcionan las cosas en este oficio, tan encantado de conocerse y de repartirse decenas de premios cada año por los motivos más peregrinos. Ninguno de los tres periodistas citados, por cierto, se dignó a aparecer en el documental (Bambú).
El peor pasaje
De todos los episodios que describe esta producción, el más descorazonador es quizá el que tiene que ver con la investigación paralela que abrieron el padre de una de las niñas, Fernando García, y otros dos tipos, alentados por un forense -con mucho menos rigor que afán de protagonismo- que había arrojado dudas sobre la forma en la que se produjo el asesinato. Su teoría de la conspiración encontró acomodo en el conocido programa de televisión Esta noche cruzamos el Mississippi, donde se dijo de todo, sin filtro. Se dieron nombres de presuntas personas investigadas por participar en una especie de orgía satánica, grabada en vídeo, en la que las tres crías fueron presuntamente torturadas y sacrificadas. Incluso se mostraron recreaciones de la autopsia. Según un guardia civil, eran siempre de la niña cuyos padres se habían negado en participar en ese espectáculo mediático, lo cual es tétrico.
Entre las preguntas incómodas que plantea el director, León Siminiani, se encuentra la relativa al papel de Fernando García, héroe o antihéroe, según se vea. En un momento de la serie se muestra un vídeo grabado con cámara oculta en el que reconoce que se quedó con los varios millones de pesetas que recibió, en concepto de donaciones, ante la negativa de las autoridades a registrar la fundación que quería establecer. Debe ser complicado poner límites e incluso señalar a las víctimas y a los familiares de este tipo de desgracias, pero el haber sufrido un mal no sitúa a nadie por encima de la ley.
Lo peor es que algunos de los que hace unos años se movían entre vísceras, hoy se encuentran en el Olimpo del periodismo, donde no faltan petimetres de la peor calaña
La criminología mediática, en sus vertientes más sensacionalistas, suele dar protagonismo a este tipo de personajes carismáticos para engrasar su maquinaria. En el caso de Alcácer encontraron un filón, dado que Fernando García fue una fuente de la que emanaron múltiples noticias durante varios años. En casos más recientes, se han producido casos más rocambolescos, en los que algunos de los afectados por la violencia incluso han acabado con puesto en el Congreso de los Diputados.
Sobra decir que existen pocas noticias más cómodas para quienes ostentan poder político o económico como los sucesos. Al PSOE, el caso Alcácer le vino de perlas en 1993, cuando le explotaron varios casos de corrupción y el debate televisivo se centró en el triple asesinato. Desde entonces, han sido varios los sucesos en los que se ha reproducido el mismo guión. El último, quizá el del niño Julen, el que murió tras caer a un pozo, lo que mereció maratonianas coberturas informativas. De estos crímenes suelen salir debates sobre la necesidad de endurecer las leyes. Pero, ya se sabe, bien encauzados, incluso resultan beneficiosos. Peanuts. Mientras la opinión pública no analice el subsuelo o lo que ocurre por encima del follaje, los problemas siempre serán de baja intensidad.
En cualquier caso, veinticinco años después de este crimen, los patrones se repiten cada día en los medios de comunicación, que no pierden ocasión para escarbar en las desgracias ajenas y en el dolor de los desheredados. Hay un momento de la serie en la que se observa a varios periodistas perseguir al asesino, Miguel Ricart, durante el viaje en tren que hace tras salir de la cárcel de Herrera de la Mancha, con destino a Linares-Baeza. Antena 3 incluso pactó una entrevista que nunca llegó a emitir. Pocos ejemplos mejores existen de que nada ha cambiado. De que en esta España conviven los mismos roles, los mismos personajes y la misma pillería nociva.
Lo peor es que los que hace unos años se movían entre vísceras, hoy se encuentran en el Olimpo del periodismo, donde no sobran petimetres de la peor calaña.
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