María José Carrasco murió hace unos días después de que su marido, Ángel Hernández, le administrara pentobarbital sódico, un barbitúrico que se comercializa con nombres como Nembutal y que mata sin dolor en pocos minutos. Su venta al público está prohibida en España, pero en internet existen varias webs que lo comercializan por unos cientos de euros. Algunas, incluso, no pertenecen a estafadores.
Por curiosidad, escribo un correo a una plataforma favorable a la muerte digna, de otro país, y alguien contesta a los pocos minutos, con algunas recomendaciones sobre cómo obtener pentobarbital en polvo o líquido. Este último, "el más letal", según se indica. Entre las direcciones que facilitan se encuentra la de un tal Zachary, de Suiza, y la de un veterinario de Tijuana, México, donde no cuesta deducir que esta sustancia se aplica como eutanasia en animales. El bote, de unos pocos mililitros, y el envío se pagan en bitcoins; y se promete que el paquete se recibirá con la máxima discreción.
El Nembutal no se vende al público, pero es un compuesto que se emplea para matar a los animales enfermos. Si usted tiene una mascota achacosa y decide poner fin a su sufrimiento, podrá acudir a su veterinario para que le aplique la inyección letal. En cambio, si usted es un enfermo terminal, no podrá solicitar la eutanasia. Y si opta por 'ayudar' a una persona en esa situación, a buen seguro será procesado por cooperar en un suicidio.
Decía el sábado por la noche un conocido tertuliano televisivo que un buen amigo suyo, en situación terminal, decidió vivir con “gozo” hasta que la parca decidió que ya había sufrido lo suficiente. Un día antes, el secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, afirmaba que “la muerte provocada no es la solución a los conflictos” para expresar el rechazo de los Obispos a la eutanasia. Sería estúpido negar la raigambre del catolicismo en España y su peso sobre la moral de una parte de los ciudadanos. Sin embargo, llama la atención su facilidad para tratar de condicionar el debate sobre los derechos individuales con postulados espirituales que no deberían salir de las parroquias, pues tendrían que destinarse a los feligreses, y no al conjunto de la sociedad.
El secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, afirmaba que “la muerte provocada no es la solución a los conflictos”
También resulta chocante el momento en el que ha surgido este debate, en vísperas de una campaña electoral en la que la izquierda necesita movilizar al mayor electorado progresista posible. Se podría pensar que todo esto es casual. Pero también se podría dudar de ello.
A favor y en contra
Conviene aclarar -para no resultar tramposo- que el autor de este texto es favorable a la eutanasia en determinadas circunstancias, desde la perspectiva de que cualquiera debería tener autonomía para dirigir su existencia por los derroteros que estime conveniente, siempre que no vulnere el marco legal. Eso incluye la posibilidad de quitarse de en medio en una situación física o psiquiátrica incorregible sin necesidad de esparcir sus vísceras en una vía férrea o partirse las cervicales con una soga. Métodos que pueden no ser infalibles y que no resultan especialmente agradables para los allegados ni para el 'protagonista'. Ahora bien, legislar sobre este asunto resulta especialmente complejo, dado que implicaría levantar ciertas fronteras y, a buen seguro, crear un armazón burocrático que garantice los derechos de quienes quieren morir dignamente, pero también de los que quieren mantenerse con vida en la enfermedad, en distintos niveles de consciencia.
Resulta difícil de concebir -que no de entender- que el PSOE y Podemos hayan impulsado el debate sobre este asunto con un cadáver aún caliente, el de María José Carrasco. Básicamente, porque estos mismos partidos decían hace unos meses -y con razón- que no conviene precipitarse a la hora de modificar el Código Penal para endurecer las penas por el asesinato de niños o jóvenes. Quizá el debate sobre la eutanasia sea más sencillo que el del aborto, pues en ese caso se trata de garantizar una opción, y no un derecho, pese a la presión de quienes niegan con sumo atrevimiento los derechos al nonato.
Sin embargo, la conversación pública sobre su posible legalización no debería abordarse con la interesa visceralidad que han exhibido unos cuantos políticos y medios de izquierda. Por supuesto, tampoco con postulados como que “el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios”, como ha escrito el Obispo de Alcalá. Básicamente, porque fuera de las iglesias, hay enfermos a los que se la trae al pairo la supuesta recompensa divina que recibirán por aceptar el sufrimiento.
La conversación pública sobre su posible legalización no debería abordarse con la interesa visceralidad que han exhibido unos cuantos políticos y medios.
Sería sano plantear el debate en profundidad sobre la eutanasia y plantear aspectos como las garantías que recibirían los solicitantes, pero también los enfermos asistidos que no la quieren, pero que podrían verse presionados para aceptarla. También se podría hablar largo o tendido sobre el papel del médico, el juez o quien fuera que autorizara ese último tratamiento, pues evidentemente también podría enfrentarse a un duro dilema moral. Si existiera esa forma de muerte, “alguien tendría que aplicarla”, como dijo Pepe Isbert en El Verdugo, obra cumbre de Berlanga y del cine español.
La ansiedad incurable
Frente al sosiego, la realidad, en la que el debate aparece desdibujado en forma de promesa electoral y grito de tertulia. Y en la que los partidos y determinados medios han vuelto a aprovechar una muerte para intentar conseguir una buena tarde de pesca en determinados caladeros de votos. Lo hace Pedro Sánchez, sobre todo, al situar este asunto entre sus prioridades, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Pero también Pablo Casado, quien esgrime una negativa absoluta a volver a poner sobre la mesa en el futuro este asunto -que ha sido rechazado en las Cortes recientemente-, obviando los deseos de una parte de los ciudadanos. Son los peligros de haber sustituido el “ya hablaremos”, tan paternal como útil para los momentos de berrinche, por la frase tajante que garantiza un titular potente.
Quien piense que el tema de la eutanasia tiene fácil solución, quizá debería ver el más famoso suicidio de este tipo de los últimos años, que es el de la escritora francesa Michèle Causse, quien, hace unos años, recurrió al Nembutal para poner fin a su existencia. Le grabaron en vídeo bebiendo su último vaso de vino blanco, ingiriendo el líquido letal y comiendo un par de onzas de chocolate para neutralizar su amargor. Un accidente cerebrovascular había limitado sus capacidades, pero ni mucho menos estaba terminal. De hecho, decidió donar sus órganos. Habrá quien piense que el derecho a la muerte digna debería garantizarse en un amplio abanico de situaciones y habrá quien considere que sólo debería aceptarse en los casos de enfermos terminales. Y habrá quien lo niegue en todos los casos. Se trata de buscar puntos de encuentro, no de utilizar una legítima inquietud social para, como buitres carroñeros, tratar de lograr ventaja sobre el rival en la campaña electoral.
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