Todo el que haya construido castillos de naipes o imaginado el cuento de la lechera sufrió con El ladrón de bicicletas. Es quizá el mayor símbolo del neorrealismo cinematográfico italiano junto con Roma, ciudad abierta, y cuenta el sueño de un pobre hombre que basa sus esperanzas de cenar caliente en un vehículo de dos ruedas, que compra con esfuerzo y le roban en un suspiro. Este domingo por la noche, un repartidor de la empresa Glovo salía a toda velocidad de un portal y subía, con plato pequeño, una de las largas cuestas del barrio de Chamberí.
Estos 'riders' forman parte del nuevo paisaje urbano y es habitual verlos en grupos de 15 o 20 frente a restaurantes como el McDonalds de la madrileña glorieta de Cuatro Caminos, donde comparten bromas y malestares mientras esperan su próximo encargo, que no está bien pagado, para qué mentir. Muchas veces, uno hace un pedido y lo recibe de una persona diferente a la que aparece en la fotografía. Basta consultar Facebook para saber el porqué: hay inmigrantes latinoamericanos a la espera de regularizar su situación en España que utilizan las licencias de otros repartidores para poder ganar dinero mientras se resuelve lo suyo. Unos cuantos, venezolanos.
Son nuevas formas de supervivencia y nuevas formas de precariedad; y comprender su efecto en el conjunto de una sociedad no es tan fácil, entre otras cosas, porque viven en el terreno de lo digital, que a algunos les suena, pero que para otros es casi desconocido. Quienes han utilizado el progreso como un señuelo y lo han prometido una y mil veces, sin que muchos lo hayan visto -desde los partidos hasta las consultoras, las telecos, la banca y demás partes interesadas-, trasmiten que la tecnología y la mejora de las comunicaciones vienen aparejadas de una especie de 'iluminación' que permitirá a los humanos poco menos que alcanzar una nueva etapa dentro de su ciclo evolutivo. La realidad, como siempre, es distinta, y eso choca en quienes están cansados de imaginar 'El cuento de la lechera', pero nunca van más allá del segundo escalón: el de ordeñar la vaca.
El Iván Redondo inglés
Veía hace unas horas la película 'Brexit: The Uncivil War', de HBO, que es tramposa, pero que ofrece algunas claves. Ahí se cuentan las andanzas de Dominic Cummings, que vendría a ser la versión británica de Iván Redondo. Fue el gurú de los partidarios de la salida de la Unión Europea en las semanas previas al referéndum del 23 de junio de 2016 y, entre otras cosas, tuvo la idea de contratar a una empresa canadiense similar a Cambridge Analytica para saber los motivos del malestar de los ingleses, cansados de recibir mensajes sobre el progreso mientras sus vidas no mejoraban. Quizá usted no sea consciente de ello, pero los algoritmos de Facebook son capaces de saber que ha perdido el interés por su pareja a tenor de su actividad en la red social. Incluso antes de que usted esté seguro de ello. Con esos mimbres, lograron averiguar las causas del hastío de los votantes indecisos y ofrecerles mensajes anti-europeístas de una forma más certera.
Desconozco si la influencia de los datos fue tan importante como se muestra en la película -es muy cómodo para el establishment echar balones fuera y atribuir la culpa del brexit a Facebook-, pero lo cierto es que el filme narra un hecho fundamental para entender el cambio de paradigma en la comunicación: los partidarios de la salida de la UE fueron capaces de llegar a un terreno de 3 millones de indecisos, casi inhóspito y maltratado por el rumbo de los tiempos, a través de las redes sociales y de millones de datos. Y sobra decir que les atrajeron para su causa. Mientras unos trabajaban con lugares comunes y vieja política, los otros sabían lo que sentían los ciudadanos descontentos. Aplicaron argumentos, una dosis de sensacionalismo y verdades hiperbólicas; y los atrajeron.
No conviene subestimar el potencial de quienes comprenden los engranajes por los que se mueve actualmente el mundo y son capaces de situar al memo de Boris Johnson como un personaje simpático y necesario.
En los primeros análisis que se realizaron tras conocer el resultado del referéndum -con The Guardian a la cabeza-, se atribuyó la derrota, en parte, a las noticias falsas y las medidas verdades que se difundieron a través de los tabloides, alineados con los brexiters. Una vez más, los medios tradicionales hablaron de sí mismos y se otorgaron una influencia que actualmente es mucho menor de lo que piensan. Quizá en su tiempo, un editorial o una exclusiva tenía la capacidad de provocar un cambio en el rumbo de la sociedad del calado del brexit. Pero hoy no es así y, de hecho, la mayoría de las 'noticias de alcance' mueren como la mosca del vinagre, a los pocos días.
Por eso no conviene subestimar el potencial de quienes comprenden los engranajes por los que se mueve actualmente el mundo y son capaces de situar al memo de Boris Johnson como un personaje simpático y necesario. No son los únicos, por cierto, dado que los Netflix y HBO también han hecho lo propio con sinvergüenzas como Pablo Escobar y Jesús Gil, a quienes, por alguna razón, han querido convertir en una especie de iconos pop, graciosetes. Hubo un tiempo en que eso lo hacían los periódicos con sus amos y sus pagadores. Y con bastante efectividad. Pero eso es el pasado.
Quizá en su tiempo, un editorial o una exclusiva tenía la capacidad de provocar un cambio en el rumbo de la sociedad del calado del brexit. Pero hoy no es así y, de hecho, la mayoría de las 'noticias de alcance' mueren como la mosca del vinagre, a los pocos días.
Los medios tradicionales, que hasta hace bien poco han jugado un papel clave en las sociedades, están cegados por su vanidad y todavía no han logrado comprender su decadencia. Montan guerras patéticas contra las fake news mientras los anunciantes migran en masa hacia Google, Facebook y otros negocios digitales, que tienen mucha más influencia en los ciudadanos. Pero los editores se niegan a ver la realidad y alardean de poder como 'el Rey desnudo', mientras creen que internet es el único culpable de que ya casi nadie compre lo que editan en papel. Hace no mucho, Santander maniobró en la sombra para colocar a Javier Monzón al frente del Grupo Prisa. En esos tiempos, se dio un giro a la línea editorial del diario, hacia la socialdemocracia, para tratar de ganar lectores y mejorar sus resultados. ¿De veras hay mejor síntoma de que esta gente no se entera de nada de lo que pasa a su alrededor?
Los medios hablan de prestigio, influencia e información de calidad. Todos comparten dos características comunes: mienten y no se han enterado de nada.
Dice el tal Dominic Cummings en la citada película de HBO que el mundo se enfrenta actualmente a una serie de cambios nunca antes vistos; y que una parte de ellos no generarán precisamente efectos positivos en la sociedad. En otro momento, añade: “el tren va a pasar, se puede renegar de su llegada o simplemente aceptar que ha venido y cogerlo”. Resulta patético observar los intentos desesperados por sobrevivir de quienes son hoy más prescindibles de ayer, como consecuencia de este cambio; y de quienes más errores han cometido desde sus atalayas. Ocurre con los medios, pero también con el Ibex y con la política. Han transcurrido 70 años entre El ladrón de bicicletas y el rider que pedalea en Chamberí por 1,5 euros. Y las cosas han cambiado, pero cada vez rechina más escuchar la palabra “progreso” de la boca de quienes no han denunciado, han consentido o no han querido evitar estas situaciones, que en la economía digital no son precisamente infrecuentes.
Los que manipularon durante décadas para intentar convencer a los ciudadanos de lo contrario hoy enarbolan falsos discursos renovados para intentar reivindicarse y frenar su irremediable decadencia. Recurren a conceptos nebulosos, como la igualdad o las señas de identidad, que de poco valen en este nuevo contexto. Los medios hablan de prestigio, influencia e información de calidad. Todos comparten dos características comunes: mienten y no se han enterado de nada. Históricamente, el poder lo ha dado el dinero; y en tiempos de estabilidad éste se ha alineado con el establishment. O lo ha engrosado. Son varios los episodios recientes que hacen deducir que ese esquema se ha alterado. Y ni la ceguera ni la vanidad les servirá a quienes quieran ser todavía necesarios.
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