Relató Zweig en Momentos estelares de la humanidad que lo primero que hizo Lenin tras volver a Rusia desde su exilio suizo, en 1917, tras 14 años de ausencia, fue visitar las redacciones de los periódicos para cerciorarse sobre el trato que dispensaban a las ideas revolucionarias. Se hizo con un ejemplar del Pravda, se indignó por el patrioterismo que transmitían sus titulares y lo rompió. Sabía de la importancia de la propaganda para conseguir su objetivo.
Rusia y Estados Unidos han chocado en Ucrania –con la OTAN de muleta- y la maquinaria que configura las verdades oficiales ha vuelto a actuar para tratar de ganar la primera batalla que se libra durante los conflictos, que es la relativa a quién está más legitimado para emplear la violencia. En otras palabras: quién es el bueno y quién el ‘enemigo’.
Los medios españoles no están muy cerca del lugar en el que se desarrolla el conflicto, pues con la crisis económica decidieron recortar el presupuesto de sus corresponsalías (incluida EFE) ante la imposibilidad de pagar los sueldos de los periodistas, pese a que en las plantillas de las principales cabeceras y televisiones abundan jefes y jefecillos para casi cualquier cosa. Eso ha provocado que las noticias internacionales procedan en buena parte de agencias de información que suelen ser bastante permeables a los intereses de los gobiernos que las financian.
Es cierto que los principales medios han difundido en los últimos días crónicas desde Berlín, Moscú, Bruselas y Washington, pero son mucho menos numerosas que las noticias elaboradas desde Madrid a partir de las declaraciones de los propagandistas oficiales de cada gobierno, con o sin cargo. Y por supuesto que los debates de las mesas de tertulia de las televisiones. Para los todólogos siempre hay dinero.
Ahí estaba el viernes Gaspar Llamazares en La Sexta, demostrando sus extensos conocimientos sobre la política y la economía ucraniana
Se escatiman los recursos para enviar a un periodista a Kiev o para mantener una corresponsalía en una capital europea, y se retribuyen las piezas con cantidades miserables, pero a los expertos en ‘el todo y la nada’ se les paga 150 euros por cada sesión de tópicos. Ahí estaba el viernes Gaspar Llamazares en La Sexta, demostrando sus extensos conocimientos sobre la política y la economía ucraniana.
Los eufemismos de siempre
El caso es que, como suele ocurrir en estos casos, las verdades sobre la guerra se camuflan con los correspondientes eufemismos. Por eso, la fragata que ha enviado España a Ucrania tiene como misión “apoyar” una “intervención” o “disuadir” a “Rusia”, pero nunca “atacar” o “defender” en una “guerra”. O “intimidar” al enemigo.
El diario El País definía la posibilidad de una batalla como una futura “colisión”; y a la amenaza de Putin en la frontera (donde hay armas preparadas) como un “despliegue militar”. La palabra “guerra” no figuraba en las primeras noticias de la portada de su web este viernes por la tarde. Mientras, Rusia negaba la posibilidad de una invasión y Estados Unidos alertaba sobre su inminencia. ¿Cuál es la verdad? Imposible de saber.
Esto último siempre ocurre cuando la tensión aumenta. Por eso, Lenin visitó el Pravda tras regresar de Suiza, en plena Primera Guerra Mundial, en ese tren que provocó un estallido mayor que cualquiera de los misiles de ese conflicto bélico. El líder comunista era consciente de que, en tiempos de enfrentamiento, la propaganda es el arma más poderosa, pues es la que establece la diferencia entre lo legítimo y lo criminal. Porque todos los participantes matan. La clave es obtener el beneplácito de la opinión pública para hacerlo.
El vocabulario bélico del coronavirus
No nos hemos dado cuenta, pero el vocabulario propio del clima prebélico se ha empleado a diario durante los últimos dos años, desde que se desató la pandemia del coronavirus. Hubo un domingo, en la primavera de 2020, en el que Iván Redondo debió levantarse de la cama, coger su fusil, colocarse el casco y pedir a Pedro Sánchez que utilizara el vocabulario propio de los conflictos armados para tratar de convencer a los españoles de la necesidad de alargar el confinamiento.
Por eso, se refirió al covid-19 como el “enemigo” y a la epidemia como una “guerra”. ¿Y a la ciencia? Como “arma”, claro. Se puede también deducir que las vacunas son la munición y los contagiados, como los heridos. Era fácil deducir que con este vocabulario, tarde o temprano, a quien disintiera de cualquier postulado defendido por las Administraciones o por la mayoría se le iba a encuadrar dentro del terreno del ‘enemigo’, y no del discrepante. Así ha ocurrido en este asunto.
Es curioso cómo los propagandistas maquillan las heridas que dejan las guerras cuando les conviene, pero recurren al vocabulario bélico en momentos en los que quieren avivar otro tipo de enfrentamientos
Es curioso cómo los propagandistas maquillan las heridas que dejan las guerras cuando les conviene, pero recurren al vocabulario bélico en momentos en los que quieren avivar otro tipo de enfrentamientos. Los medios se contagian de ambas fórmulas porque no abundan las mentes críticas en las redacciones y porque los periodistas hemos sido apartados -o nos hemos ido- de los lugares en los que suceden los acontecimientos con la excusa de los problemas económicos de nuestras empresas. O por “asuntos de aforo”, en el caso de los actos para la prensa afín que convoca Moncloa.
La realidad de la guerra es la de siempre: es el triunfo de la fuerza y de la peor cara del ser humano sobre la razón y el espíritu. Se puede discutir sobre su necesidad, pero tratar de camuflarla con las formas lingüísticas que emanan de la política es un error. Como también lo es que se haga estos días más hincapié en el último rebuzno de los todólogos; o en las declaraciones de portavoces falaces que en cómo vive estos días el pueblo ucraniano. Pónganse en su lugar.
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