La afirmación más acertada del debate que ha organizado este miércoles RTVE la ha pronunciado Josep Borrell. El socialista ha venido a decir que Europa quedará a merced de la potencia tecnológica, económica y militar de China, Estados Unidos y Rusia si los nacionalistas y los oportunistas mantienen al continente sumido en una estúpida partida de Risk, en la que cada cual reclama más dinero para las fiestas de su pueblo. A partir de ahí, los nueve participantes -incluido Borrell- han realizado una magistral exposición de las causas que mantienen al Viejo Continente en una senda hacia la irrelevancia geopolítica. La expresión “presos políticos independentistas” salió en el minuto 1. La palabra “Franco” se demoró hasta las 00.11 horas, pero estaba claro que era indispensable en un debate sobre la Unión Europea. Queda todo dicho.
El de este 23 de mayo era el último gran debate de esta primavera electoral y, ciertamente, se agradece después de varios coloquios en los que se han dado motivos suficientes al espectador para apagar el televisor o cambiar de canal. Resulta preocupante la incapacidad de los candidatos para exponer razonamientos e intercambiar argumentos, más allá de las soflamas y las acusaciones vehementes de tertuliana siliconada y con la nariz empolvada. Estas ocasiones deberían servir para clarificar el concepto de cada cual sobre el tema en cuestión, en este caso, la UE. Lo visto esta noche se asemeja mucho más a lo que ocurría en ese muro de piedra de la película La vida de Brian, en el que los locos y los conspiranoicos hablaban del Mesías, del demonio y de los castigos para los pecadores ante unos paseantes que los miraban con desinterés.
Una vez más, el protagonismo del debate se lo ha llevado el dichoso proceso soberanista catalán. Mientras el mundo vive en vilo por las consecuencias de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, existe una orden religiosa en el noreste de España a la que parece que no le preocupa otra cosa que todo lo relativo a su dogma de fe. Son 'los Kikos independentistas', que han enviado al debate de esta noche a dos de sus misioneros. Ambos de clase media: ni obispos, ni purpurados, ni papas.
Sobra decir que en su discurso no han faltado referencias a los presos políticos, a los exiliados, a los inocentes que fueron “apaleados” por la policía el 1-O y a la necesidad de avergonzar a España en Europa por sus dejes dictatoriales. Si uno va mucho a misa, al final acaba aprendiéndose de memoria las lecturas. Con esta gente resulta fácil, pues sus textos sagrados se componen de unas cuantas soflamas, que repiten hasta la náusea. Libertad, derechos fundamentales, no sé qué... Amén y adiós.
La naranja valenciana, tema capital
Entre las constantes referencias a Cataluña, los participantes lanzaban propuestas, al buen tuntún, sobre las fórmulas para mejorar la Unión Europea. Las ideas eran tantas y tan deslavazadas que, transcurridos unos minutos, producía cierta sorna escuchar la siguiente ocurrencia. El candidato de Vox, Jorge Buxadé, relataba la conversación que mantuvo el otro día en Torredonjimeno, en el que unas cuantas madres le confesaron que sus hijas caminan aterrorizadas por la calle a partir de las 9 de la noche. Poco después, hablaba de la bajada de precio de la naranja valenciana, mientras Borrell preparaba su locución sobre la necesidad de elaborar un plan de empleo y clima (¡píllenos Dios confesados!); y Luis Garicano (Ciudadanos) ilustraba sobre cómo los nacionalistas camuflan a etarras en sus listas. “La gente que nos está oyendo debe pensar que Europa va fatal”, decía el representante de Compromís. En realidad, no hablaban ni de España ni de Europa, sino de sus partidos.
La democracia española se ha convertido en esto: en líderes mediocres y apparátchik que rozan la idiocia o el fanatismo y anteponen el eslogan al argumento, que ni saben ni quieren desarrollar. Quedó claro en la grotesca sesión de constitución de las Cortes Generales del martes, en la que el mero acto de acatar la Constitución se convirtió en un festival de ocurrencias y payasadas ideológicas, más propias del cartel de anuncios de una Facultad de Filosofía y Letras, que del lugar desde donde se debería perfeccionar el armazón legal de un Estado democrático y de derecho.
Este miércoles se han vuelto a reproducir los mismos comportamientos en el último y más soporífero debate de la campaña, en el que se ha hablado más del 'universo Puigdemont' que de las empresas, las pensiones o los servicios sociales; y en el que la ineficiencia del sistema de partidos se ha reproducido en frases como las pronunciadas por la artificial Dolors Montserrat: "Lo mío está bien, lo suyo no". Patético.
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