Este martes El Mundo entregó sus premios internacionales de periodismo. El anfitrión Pedro J. Ramírez y el galardonado Mario Vargas Llosa brillaron, más el segundo que el primero, frente a invitados que viven momentos sombríos como el ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero o la alcaldesa de Madrid, Ana Botella. Fue una celebración carente del glamour de otras ocasiones. Y bastante endogámica, porque la mayoría de intelectuales y periodistas de prestigio eran los que escriben en el rotativo. La verdad es que eso pasa siempre en estos saraos. Pero al menos la entrega de los Cavia de ABC tiene el atractivo del esmoquin y las fiestas de La Razón permiten, por su desbordante número y categoría de invitados, encontrar juntos a los Príncipes de Asturias y Belén Esteban.
Sin que tengamos muy claro si su presencia sea positiva o negativa, lo cierto es que nadie del Gobierno acudió este miércoles a la sede de Unidad Editorial para sumarse a la gala de entrega de los galardones. La historia se repite. Hace unos días, en plena vorágine de eventos de los grandes periódicos, aquí se contó que al "cambio de piel" de El Mundo no acudió nadie del Ejecutivo porque casi todos sus miembros estaban en la sede de La Razón, que celebraba su decimoquinto aniversario. Desde la empresa presidida por Antonio Fernández Galiano aclaran que en aquella ocasión se trataba de una presentación profesional a la que no habían invitado a políticos. Vale. Pero esta vez sí estaban invitados. Y no fueron. Hace un año, en los mismos galardones, entregados en Cadíz, sí estuvo la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que viajó desde Madrid tras el Consejo de Ministros, como se encargó de recalcar el propio diario. ¿Qué ha cambiado? ¿Será el caso Bárcenas?
Las principales autoridades presentes fueron el presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, la defensora del Pueblo, Soledad Becerril, la presidenta del Gobierno aragonés, Luisa Fernanda Rudí, el embajador de Perú en España, Francisco Eguiguren, y los ya citados Botella y Zapatero. El plantel suena flojito, ¿no creen? ¿Es que el ministro de Educación y Cultura o el de Industria no deberían acudir cuando se entrega un galardón a todo un premio Nobel? ¿Es que en el PP no había ni un diputado de altura dispuesto a pasarse por la fiesta? ¿O será que, como padeció Aznar, se han puesto de moda los boicots a los eventos de aquel que te puede criticar?
Pomposos cargos aparte, por la alfombra verde de Unidad Editorial desfilaron la portavoz del PSOE en el Congreso, Soraya Rodríguez, la líder de UPyD, Rosa Díez, el ex ministro Eduardo Zaplana, Agatha Ruiz de la Prada, los veteranos escritores Fernando Sánchez Dragó, Eduardo Mendicuti o Raúl del Pozo y muchos periodistas con solera como Luis María Anson, Juan Cruz, Victoria Prego, Lucía Méndez, Manuel Hidalgo, Jaime Peñafiel y el vicepedrojota García Abadillo. No estaba Rosalía Iglesias, esposa de Bárcenas, aunque algunos la esperasen por allí. Con los vinos y las cañas habituales en estos casos se formaban grupos de diálogo variopintos. Zapatero estaba de lo más parlanchín y así, mantuvo largas conversaciones con su antigua competidora Rosa Díez o con Raúl del Pozo. Manuel Jabois y Antonio Lucas aportaban la savia joven del columnismo. Justo antes de que empezase el acto, apareció Esperanza Aguirre, que es un torbellino allí por donde pasa.
Demasiado largo
Tras el gorroneo y los corrillos llegó el momento de la entrega de galardones propiamente dicha. Y también llegó el sopor. Presentó Carlos Cuesta un acto con más intervenciones de las que eran necesarias. Primero habló Pedro J., que hilvanó un acertado discurso sobre el presente y el futuro del periodismo, con referencias a Wolfe, Talese o León Felipe y el recuerdo a los tres periodistas de El Mundo asesinados en cuya memoria se entregan estos galardones: José Luis Lopez de Lacalle, Julio Fuentes y Julio Anguita Parrado. También varios guiños a Vargas Llosa y su condición de columnista en El País que más parecieron una estratagema para ficharlo. Eso sí, habló también del nacionalismo y alargó sobremanera su intervención. Fueron veinte minutos que sentaron a muchos de los presentes como ingerir una tortilla de valium. A continuación, el director de El Mundo entregó el premio Reporteros del Mundo a Jennifer Preston (autora del blog The Lede en el New York Times) y Anthony de Rosa (editor jefe de Circa). Ambos agradecieron sus galardones y destacaron la importancia de las redes sociales en la actualidad.
Después, Botella entregó el premio Columnistas del Mundo a Vargas Llosa. Y este, cómo no, regaló la actuación más poética y vibrante de la noche. Tras devolver los cariños a Pedro J., reclamó la necesidad del periodismo "en estos tiempos turbulentos y confusos". Tiempos en los que, a su juicio, los cambios tecnológicos han provocado que muchas veces "la mentira y la verdad se fundan de una forma inexplicable". Ambas, "separadas por fronteras escurridizas", se convierten en "sospechosas". Desentrañar y separar las unas y las otras es el desafío de los periodistas hoy. Recogido el testigo del director de El Mundo, el Nobel aprovechó para censurar una vez más al nacionalismo, "una de las grandes aberraciones de la historia", y defender tanto la Transición como la identidad españolas. Frente a los nacionalistas, apostó, en su línea, por el liberalismo. "La libertad, ante todo". Palabras en su mayoría bellas y certeras que, dada la extensión del discurso, acabaron por generar incluso más inquietud en el auditorio.
Llegaron las últimas intervenciones y el cansancio entre el público era evidente. Asomaban los bostezos y se oían las quejas. Incluso, el director de El Mundo pidió silencio entre bambalinas a un afamado escritor que elevaba demasiado la voz. Se aproximaban las once de la noche y el hambre era más poderosa que las buenas maneras. En algunas mesas apostaban por el humor para combatir el tedio. Así, casi nadie se enteró de qué dijeron Fernández Galiano y Botella, más allá de que ambos anunciaron que contarán a sus nietos haber compartido atril con Vargas Llosa. Un servidor recordará su discurso. Y poco más. Ah, bueno, también el queso que se sirvió en el cóctel de bienvenida, que sabía delicioso.
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