Para todos aquellos que siguen la NBA con ahínco desde hace años, la figura de Gonzalo Vázquez (Barakaldo, 1973) es un faro que les guía en los largos desvelos que se producen entre octubre y junio, meses en los que la mejor competición baloncestística del mundo les priva de horas de sueño a centenares.
Periodista y escritor, Vázquez lleva desde 1999 siendo una de las figuras más relevantes en el periodismo deportivo patrio. A sus sobresalientes dotes literarias se unió una dedicación casi barroca por el baloncesto estadounidense, lo que le convirtió en la referencia de miles de personas que leen sus crónicas y libros desde hace más de dos décadas.
Decidido a vivir el sueño americano, se embarcó en un monumental viaje a Nueva York, donde respiró y se empapó de todo lo que la NBA tenía guardado para él. Muchísimos años y tres libros después, Gonzalo Vázquez al fin ha plasmado en papel aquella temporada.
Viaje al centro de la NBA (Ediciones JC) es la obra magna de un tipo sin igual. En las 700 páginas que ocupa el manuscrito, Vázquez regala a sus lectores más fieles el billete definitivo a Shambhala, un lugar de fantasía baloncestística donde palpar de primera mano la riqueza y miseria de un universo tan particular. Vozpópuli charla con el escritor para repasar su nuevo libro, el oficio y las entrañas de la NBA.
Pregunta: ¿Es 'Viaje al centro de la NBA' la culminación de un sueño o la honesta respuesta a los lectores que llevan contigo las dos últimas décadas?
Respuesta: Seguramente un poco de ambas, pero sobre todo la primera. Imagina eso de tener un sueño, durante muchos años, y un día poder alcanzarlo. Eso ya pasó, y desde entonces creo que me sentía en la obligación de contarlo, y descubrir al lector todo aquello que no pude contar entonces, que sinceramente creo que es lo mejor del libro. Eso y poder adentrar al lector al interior de ese mundo. Por lo general, creemos saber lo que pasa en muchas competiciones, y también en la NBA, que parece tan llena y transparente. Y no es así, o no del todo. Hay mucha sustancia interior de la que es imposible saber hasta que una la descubre con sus propios ojos. No sé, es como la diferencia entre ver el bosque desde arriba y perderse en su interior. Si algo así puede servir de respuesta a esos lectores, perfecto. Mucho más que hacerlo con lo que algunos puedan imaginar por algunas peripecias personales. Esa otra parte desapareció del manuscrito original, que era aún más grueso, y lo mismo un día me animo.
P: ¿Es un libro que expone la belleza del baloncesto o las miserias crónicas del periodismo?
R: Probablemente, ninguna de las dos, perdóname, aunque las dos tienen su presencia, claro está. El libro es mucho menos pretencioso de lo que la extensión hace presumir. Lo único que intento, lo que de verdad me interesaba esta vez era llevar al lector allí dentro, narrarle cómo son las arterias de la NBA, tratar de compartir mi experiencia con quienes tal vez nunca puedan hacerlo. Lo demás es crónica, también urbana, vital y personal, que por supuesto había que sacar adelante la vida en una jungla tan enorme. Creo que el resultado me deja satisfecho.
P: Siguiendo con ello, ¿te ha decepcionado esta profesión?
R: Si miro atrás, si recuerdo lo que imaginaba yo en la Facultad, lo que podría ser, pues sí, mucho, muchísimo, mentiría si dijera otra cosa. Pero no es la profesión, quiero decir, al final la profesión la hace cada uno, lo que buenamente puede o decide hacer. Es la realidad del oficio. Nunca culparía a mis iguales, digo los redactores (que yo lo fui durante muchos años), yo no puedo culpar a nadie por ganarse la vida. Yo culpo a la dirección de las cosas, a sus gestores y dineros, a una traición que no ha dejado intacto ningún sector del periodismo, ni el de la cultura. Aunque honestamente, yo de lo que puedo hablar es del periodismo deportivo. Hay gente valiosísima, pero está oculta. A esa gente no la verá la masa porque hay una relación cerrada, infecta, entre contenido y audiencia, y de ahí es imposible salir. Hay mucho profesional, sobre todo joven, convencido de creer que contar el deporte merecía la pena. Luego se dan de bruces con la realidad, que es la que manda, audiencia a cualquier coste. De verdad que yo entiendo y hasta acepto el negocio, pero nunca dejaré de creer que la industria puede ser rentable sin hacerla caer tan bajo.
P: ¿Lo peor de Nueva York y del american way of life?
R: Mira, yo he visto a un ciudadano huir de unos sanitarios con el brazo roto, casi colgando, vi cómo aparecían dos ambulancias a por él sin que nadie las hubiera llamado. La persona que iba conmigo me aclaró: dos mil quinientos pavos si pone el pie en una, solo entrar. Hay unas cuantas historias en el libro, vamos a decir sanitarias, o sea todo lo contrario. Yo estuve a punto de caer, de hecho utilicé un vuelo como ambulancia. Y creo que habría preferido la muerte a dejar una deuda (no sé a quién) de cientos de miles de dólares. Esa indefensión de la salud pública fue, con diferencia, lo que más me aterró de mis años allí.
P: ¿El Madison o el Garden?
R: Que me perdonen algunos, pero a mí nada me ha impresionado más que el Garden hirviendo. Sé lo que es estar ahí dentro, me recreo en algunas páginas por unas cuantas experiencias allí, y no tiene nada que ver con, pongamos, el Madison. Los picos del Madison son abrumadores, pero lo son únicamente en postemporada, algo más bien raro echando la vista al siglo. El Madison, lo quiera o no, es mucho más señorial, se viene muy arriba en las grandes noches, pero es una alfombra plagada de turistas durante meses. El Garden es como bajar a trincheras, mil veces más desalmado que cualquier otro sitio y el único rincón que me hizo remitir algo a los calores del deporte europeo.
P: Se han cumplido 20 años del final de la serie 'Las leyendas del playground', donde nos acercaste historias del baloncesto callejero. ¿Echas de menos este tipo de escritos, tan por debajo del radar de la NBA que todo lo copa?
R: No, no los echo de menos, ha habido mucho después y gozo de libertad para los temas que publicar. Tengo la suerte de poder decir eso, yo diría que desde siempre. Claro que he cumplido mucho encargo, pero nunca los firmaba. Si voy a firmar algo tiene que ser cosa mía, y animaría a todo joven periodista a hacer eso mismo, si cree que tiene algún valor. Lo que sí puedo añorar es aquel nervio de juventud, darte una semana por el playground, otra por la ABA, otra por las redes y canastas y otra por el baloncesto del futuro. Eran escritos mucho menos pensados, más de corrido y salirme de dentro lo que tenía. Luego maduras, templas mucho todo, el estilo se apodera de ti y coges la escritura como un volante en lugar de que la escritura te lleve a ti. Supongo que los años hacen eso, lo mismo que salir de noche.
P: ¿Cómo puede un amante del baloncesto no perder la ilusión por una competición como la NBA, que a veces vira hacia un producto tan artificial?
R: Pues mira, si viviera doscientos años, creo que también seguiría enganchado hasta el final, lo que a veces me hace preguntarme ciertas cosas, en plan metafísico, como qué habría sido de uno de nacer, no sé, en la Edad Media. Pero no te miento: hay una parte cada vez mayor que sí me chirría, o de la que escapo, que está directamente relacionada con los contenidos, las redes y el ruido. Aunque no es fácil, es posible protegerse de eso: basta trasnochar, endilgarse la cosa en directo, aunque vaya contra las leyes de la vida. Ya ves, huir del mogollón NBA, refugiándome en ella por las noches, cuando somos cuatro gatos. Esa simple paradoja explica hoy día muchas cosas.
P: ¿Qué figuras baloncestísticas han marcado tu vida?
R: Uy, aquí podría extenderme demasiado [risas], pero no voy a ser muy original. Yo soy hijo de los ochenta, otro pesado más que ahora se lo calla, y no creo que haya nadie de aquella generación que no tenga metida en los tuétanos la memoria de Magic Johnson, Larry Bird y Michael Jordan, la santísima trinidad en la que sigue cabiendo casi todo. Y a este lado, por marcarme lo que se dice marcar, Drazen Petrovic. Fue el deportista, vamos a llamarlo así, que más me hizo descubrir el inigualable poder del talento, como si todo lo demás sobrara.
P: ¿Cómo explica un conocedor de la NBA y del universo baloncestístico que LeBron James es desde hace mucho tiempo un jugador que trasciende todo lo conocido en el terreno deportivo y extradeportivo? ¿Por qué cuesta tanto en España asimilar su legado?
R: No, no es en España, es en todas partes y menos mal que con los años todo aquello templó. Creo haber dicho alguna vez que de todas las cordilleras que le han tocado ascender, la más difícil, la más escarpada y la más odiosa puede ser esa, una especie de aprobación de la masa, la misma que le ha exigido cada noche desde que era un chaval ser un dios y no un hombre. LeBron tiene un gran peso en el libro, hay motivos de sobra, algunos de los que me conocen sabrán que también personales, y puede que lo mejor de haber coincidido tantas veces allí con él fue ver lo que supone el abismo, tocar fondo y ver al dios hecho hombre, incluso un niño.
P: Sé que eres una persona honesta y consecuentemente feliz con las decisiones que has tomado a lo largo de tu vida. Pero, ¿hay algo que cambiarías en el terreno profesional?
R: Creo que aunque lo intentara, no me saldría [risas]. No sé, eso de no arrepentirse de nada no va conmigo. Todos hemos cometido errores, y no pasa nada con aceptarlos. Yo durante años, cuando era mucho más joven, creía que debía dar el paso, estar ahí digamos en primera línea mediática. Aquella frustración pudo hacerme escribir algunos mensajes que hoy evitaría, y que he terminado pagando con creces. Pero luego lo pienso y me digo que esa misma penitencia, por no llamarla veto, es lo que me ha hecho en realidad.
P: ¿Ha sido el periodismo deportivo español injusto contigo de algún modo?
R: No, yo no puedo decir eso, no tengo ningún derecho. Pero sí guardo una distancia que, en lugar de cerrar, ha ido abriendo una brecha insalvable. Hoy día acepto mi lugar, en las afueras digamos. Y voy contento con ello.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación