Medios

El extraño caso de los ministros desaparecidos y el vicepresidente huidizo

Desaparecer siempre implica cierta incertidumbre, pues es probable que nadie te reclame y caigas en la cuenta de que todo a tu alrededor estaba compuesto de cartón-piedra. Habrá una parte

Desaparecer siempre implica cierta incertidumbre, pues es probable que nadie te reclame y caigas en la cuenta de que todo a tu alrededor estaba compuesto de cartón-piedra. Habrá una parte de los españoles que no le ponga cara, pero este país tiene un ministro de Universidades, llamado Manuel Castells, que se encuentra desde hace un tiempo en paradero desconocido. La verdad es que el hombre ha tenido mala suerte, pues tocará volver a las aulas en medio de una segunda oleada de covid-19 y eso requerirá cierta planificación. Y, por lo que sea, el asunto le ha pillado con el pie cambiado, pues todavía no ha hecho acto de presencia. No es que no haya preparado nada, sino que ni siquiera ha lanzado ningún mensaje.

Si hay algo que ha caracterizado a una buena parte de quienes han ejercido el ordeno y mando de este país es la excentricidad. Hubo un rey, no hace mucho, que participó en la cacería de un oso entre terribles acusaciones que afirmaban que el bicho estaba borracho. Eso sí, sus manías no llegaban quizá al nivel de las de esa reina loca, Luisa Isabel de Orleans, que se presentaba desnuda ante los criados, bebía con especial apetencia y gustaba de otorgar a sus invitados con sus más sonoras ventosidades. Cuentan que durante la despedida de un embajador, le despachó con tres movimientos de boca, que dieron como resultado otros tantos eructos, pues parece ser que consideró que no había palabra que expresara su sentir de una mejor forma.

Manuel Castells tiene fama en la prensa de verso suelto y digamos que, tan descolgado está del día a día, que cuesta mucho ver su rostro. De hecho, hasta este jueves sólo había comparecido ante los medios en una ocasión -23 de abril- desde que fue nombrado ministro.

En el Congreso, habló una vez -21 de febrero- y en el Senado, otra más, el 23 de junio. En agosto, ha disfrutado de unas largas vacaciones. Digamos que Isabel Celaá, su homóloga en Educación, ha tenido algún acto en su agenda, pero tampoco su trabajo ha sido especialmente duro y eficiente. Es lo de siempre: como las competencias son de las comunidades autónomas, que viva la incompetencia.

Propaganda para justificar las ausencias

Queda probado que las desapariciones han constituido uno de los mayores problemas de este verano difícil español. De hecho, fue el pasado 20 de agosto cuando la agencia Bloomberg publicó un artículo en el que criticaba que el presidente vacacionara en familia mientras el virus se descontrolaba poco a poco en España. “No ha salido a dirigirse al público después de que España”, denunciaba.

Un día después, el Iván Redondo de turno filtró la información de que Sánchez regresaba de sus vacaciones de forma anticipada para ponerse al frente -oh, capitán- del equipo de gestión de la pandemia. Fue tan sólo unas horas antes de lo que estaba previsto, al igual que a buen seguro hicieron otros tantos conductores previsores, que no querían 'pillar un atasco' en la autovía. Pero, por si colaba, el Ejecutivo lanzó un McGuffin a la prensa. Que, como siempre, devoró.

El gabinete de Pedro Sánchez ha acostumbrado durante estos dos años a lanzar migajas a la prensa, todas en fila, para que los periodistas sigan el camino que le interesa

Ocurrió lo mismo este martes, cuando se difundió la información de que Pablo Iglesias la había emprendido contra Isabel Celaá en el Consejo de Ministros -por su inacción- casi a la vez que se conocía que el PSOE iba a rechazar la comparecencia del vicepresidente 'morado' en el Congreso de los Diputados para dar explicaciones sobre la presunta financiación irregular de su partido. Habrá quien piense que todo esto es una mera casualidad y que en absoluto hubo voluntad de lanzar un señuelo. Cada cual está en su derecho de sacar sus propias conclusiones. Las de quien firma esto son diferentes.

Papelón mediático

Como los medios nos hemos especializado en replicar a la competencia al minuto -maldita estadística de visitantes mensuales- y a buscar exclusivas pírricas en las filtraciones interesadas de cualquier institución, el gabinete de Pedro Sánchez ha acostumbrado durante estos dos años a lanzar migajas a la prensa, todas en fila, para que los periodistas sigan el camino que le interesa.

Como en este país hay más empresas periodísticas afines que críticas, ha conseguido un blindaje que le permite manejar el discurso a su conveniencia. Desde en la fallida negociación con Podemos del pasado septiembre hasta durante la pandemia.

Todo empezó con el rimbombante anuncio de los ministros, uno a uno, tras el triunfo de la moción de censura, lo cual despertó muestras de admiración como la de Soledad Gallego-Díaz, quien, nada más llegar al cargo de directora de El País, permitió la publicación de un editorial ridículo sobre la valía de los miembros del Consejo de Ministros. Entre ellos, Pedro Duque, titular hoy de la cartera de Ciencia y quien parece atrapado en el espacio exterior, dado que durante la pandemia ha mantenido un perfil muy bajo, pese a que su materia tiene una importancia fundamental para salir de esta gravísima crisis.

Pero bueno, nadie le pedirá cuentas, pues los propagandistas de Moncloa lanzarán los correspondientes McGuffin para que la prensa los engulla con fruición mientras resta espacio a los grandes problemas que sufre el país. Una muestra esperpéntica se produjo cuando, con cientos de muertos diarios en las morgues, Duque apareció en la sala de prensa de Moncloa para ofrecer una charla a los niños. Fue el 18 de abril, cuando perecieron 410 personas.

Todas estas maniobras sirven para tratar de camuflar la realidad, y es que el Gobierno -al igual que unos cuantos- no sabe, ni por asomo, cómo salir al paso de la crisis sanitaria y económica; y, ante la posibilidad de que su popularidad caiga, ha optado por engatusar a la prensa con cuentos de hadas e historias para no dormir. Con eso, intenta disimular su falta de ideas y la incompetencia y dudosa actuación de algunos de sus miembros, entre ellos, Celaá y Castells, que, con la vuelta a las aulas a la vuelta de la esquina, se han tomado agosto con una calma incomprensible.

Sobra decir que los gobiernos central y autonómicos han fallado a todos los niveles y que ninguna maniobra de propaganda servirá, a medio plazo, para ocultar las consecuencias de su gestión. Pero ellos aún no lo saben; y el periodismo, que vive interesadamente en la inopia, tampoco. En algunos medios de la brunete de Sánchez, está tan desaparecido como los ministros en agosto.

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