Todo depende del color del prisma con el que se mire. De ahí que el poder político muestre tantas veces una obsesión tan malsana por controlar los medios. Veía hace unos días un documental que ilustraba sobre la curiosa costumbre del África tropical, consistente en enterrar a los muertos en ataúdes extravagantes entre un gran jolgorio. Aparecía un profesor que aspiraba a que le inhumaran en una caja con forma de bolígrafo, por aquello de la deformación profesional. En el tanatorio, a la finada le sentaban en una especie de caseta de castañera para reproducir la situación más habitual de su extinta vida. En el cortejo fúnebre, sonido de tambores, trajes típicos, baile y sonrisas. Aquello era totalmente diferente a lo que se podía observar unos minutos después, cuando el protagonista del reportaje viajaba a Taiwán y comprobaba que existen empresas de plañideras profesionales que se encargan de crear dramatismo en esas monótonas ceremonias de recuerdo a quienes fallecieron hace unos años y hace tiempo dejaron de provocar lágrimas en quienes lo conocieron. Misma situación, distintos enfoques.
El tópico periodístico afirma que cuando se acerca una gran tormenta a la ciudad, la prensa se preparará para hablar de la tromba de agua que caerá. Si las nubes se desvían y finalmente no llueve, unos medios evitarán informar del tema y otros destacarán que la casualidad meteorológica ha evitado un desastre. Unos lo celebrarán y otros pasarán de largo sobre el asunto. El 28 de septiembre de 2015, el diario catalán El Punt Avui destacaba en su portada la contundente victoria de los independentistas en las elecciones plebiscitarias. Ese día, El Periódico de Catalunya resumía los comicios en dos palabras: Amarga victoria. “JxSí gana, pero el independentismo se queda sin mayoría de votos”, decía. Todo depende del prisma con el que se mire. En algunos funerales se canta y en otros se llora.
Un alto directivo del Grupo Zeta –dueña de El Periódico- reconocía hace unas horas que, en los últimos tiempos, habían sido varios grupos los que habían preguntado por la situación del rotativo, generalmente con más interés por sondear su precio que por hacer una oferta. Como quien acude a una casa en venta a husmear, tenga el dinero o no para adquirirla. Entre quienes conversaron con los dueños se encontraban Vocento (ABC) y Jaume Roures. ¿Se imaginan cuál hubiera sido el titular del rotativo el día después de la DUI si su Consejo de Administración hubiera sido uno y otro grupo?
“No te quepa duda de que antes del final de año habrá fusiones de grupos o, al menos, compras y ventas de periódicos. Y tampoco te quepa duda de que habrá operaciones que satisfagan al Gobierno y a las autonomías; y otras que se considerarán negativas y que se intentarán parar”, afirmaba recientemente otro directivo de prensa. Cuando un medio desaparece o es absorbido por otro y su línea editorial cambia, habrá quienes, en política, celebren la muerte del proyecto y quienes la lloren a moco tendido.
En los últimos tiempos, basta con levantar el teléfono y contactar con un grupo de prensa para encontrar la misma respuesta: todos están convencidos de la necesidad de fusiones, todos han enseñado la pata por debajo de la puerta, todos han conversado con todos, pero nadie ha dado ningún paso definitivo. A continuación, reconocen que cualquier operación se enfrentaría principalmente a tres problemas: domar los egos de los accionistas, repartir activos y pasivos sin que nadie tenga la sensación de haber perdido; y, desde luego, no tener en contra al Ejecutivo. Evidentemente, esto último no sólo condiciona las operaciones de medios –que pregunten en Atlantia-. Pero el poder político tiene una especial sensibilidad con las empresas de este sector. Sobra decirlo.
Una comunión no tan perniciosa
Existe un ejemplo que permite atisbar a la perfección lo fina que tiene la piel el poder para con los medios más influyentes. Ocurrió hace unos meses, después de que trascendiera que Javier Monzón era el candidato elegido para sustituir a Juan Luis Cebrián al frente de Prisa. Ese día, algunas personas implicadas en este movimiento recibieron llamadas desde Moncloa en un tono que no era precisamente amistoso. ¿A quién se le ocurre?, vino a decir quien las realizó.
Unas jornadas después, pocos minutos antes de que le cesaran, Cebrián se levantó de la silla, en el Consejo de Administración, y dijo que se iba a ver al Rey. A esas alturas, en el Ejecutivo sabían desde hace meses de la guerra accionarial de su grupo y de los intentos de apartarle de la presidencia por parte de los accionistas rebeldes. La comunicación es bidireccional: el poder acude a los medios, los medios acuden al poder. El resultado es una pérdida de independencia que satisface a ambas partes.
No habían pasado dos meses después de aquellos sucesos cuando Prisa anunció su enésimo rescate financiero y el éxito de una nueva ampliación de capital. Esto le permitirá seguir con vida y, de momento, en solitario, según pretenden sus gestores. Es decir, sin necesidad de encarar ninguna fusión. Las fuentes consultadas en los medios coinciden en que a Urbano Cairo, una de las personas más influyentes de Italia y dueño de El Mundo, Marca y Expansión, tampoco le interesaría una unión de este tipo en el corto y el medio plazo. Los movimientos los esperan en Grupo Zeta, que ha dejado vestido el muñeco tras la refinanciación que logró el pasado verano y los durísimos EREs que ha planteado en sus medios desde entonces.
También se esperan noticias en Vocento, que ha reducido su deuda y sus costes; y se ha ofrecido a ser protagonista en este proceso. Moll (Editorial Prensa Ibérica), por su parte, realizó una reestructuración societaria hace unos meses “para abrir el campo de eventuales alianzas y operaciones corporativas” y quién sabe si para apostar por una cabecera nacional, vieja aspiración que se le atribuye a su dueño. Por su parte, el jefe de Henneo (Heraldo de Aragón), Fernando Yarza, también se ofreció el pasado febrero a llegar a acuerdos con otros grupos tras su desembarco en Madrid con la compra de 20 Minutos y La Información. Y en el proceso de concentración nadie descarta que entren en juego activos de grupos menores, como Joly, Promecal o Edigrup.
Activos basura
Los movimientos se iniciarán más tarde de lo que nadie preveía, lo que implicará que algunos grupos tengan que repartirse activos que pueden ser calificados como auténtica chatarra. Y el cambio que más incertidumbre puede generar en el Ejecutivo es el que tiene que ver con El Periódico, quien ha sido uno de los principales aliados de los constitucionalistas en Cataluña durante la última parte del proceso soberanista. En los últimos tiempos, varios medios han hablado del supuesto interés de Roures en conformar un grupo mediático catalán. De ahí su posible interés en Ara. Nadie duda, a estas alturas, de que el dueño de Mediapro no figura, precisamente, en la lista de los aliados del Ejecutivo.
A partir de ahora, está por ver si en estos procesos impera la lógica ideológica o si, por el contrario, se impone la heterodoxia con la que actuó el influyente empresario mediático José Manuel Lara Bosch, capaz de armar La Razón, de explotar La Sexta y de participar en el rescate del diario independentista Avui junto con su mayor enemigo mediático, Godó. En Moncloa y en otras Administraciones y partidos vivirán pendientes de este baile y no dudo en que abrirán caminos o intentarán cerrar puertas en caso de que sea necesario.
Los dos últimos grandes procesos de fusión mediáticos tuvieron lugar hace casi una década, con la unión de Antena 3 y La Sexta; y de Telecinco y Cuatro. De aquella, se configuraron las dos compañías más influyentes en el sector, capaces de difundir ideología en cantidades industriales -¿vieron ustedes La Sexta el jueves?- y de emprender duras campañas contra el Ejecutivo cuando se niega a concederles determinadas prebendas –recuerden lo que ocurrió tras el cierre de canales por sentencia judicial-.
Quizá no tuvo en cuenta entonces el Consejo de Ministros que España hace muchos años que se comporta en función de la televisión que ve; y que aquellos monstruos mediáticos podían tener un poder desestabilizador enorme si así se lo proponían. Umberto Eco distinguió en este campo entre quienes disentían y los integrados. Estos últimos -a su juicio- surgen de la lectura de los textos de la cultura de masas y son acomodaticios. Se limitan a absorber y transmitir, sin cuestionar la procedencia y la intención del mensaje. Eso otorga a los medios un gran poder para movilizar a la población cuando así lo estimen. Y eso, entiendo, debería influir en la posición del Ejecutivo para con este sector.
Cabe preguntarse si en los despachos desde donde existe la capacidad de mover hilos se actuará de la misma forma que se hizo con las televisiones -su gran bumerán- ante la próxima y previsible reestructuración del sector de la prensa. Desde luego, yerran si están más preocupados por las dichosas fake news de las redes sociales (preocupantes, cierto es) que por las medias verdades que difunden mañana, tarde y noche, los más despiadados pistoleros de los medios más influyentes.
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