Bega Latsabidze es un estudiante de 22 años que vive en Tbilisi (Georgia), a 9.300 kilómetros de Washington D.C. Hace unos meses, puso en marcha una web dedicada a apoyar la candidatura de Hilary Clinton. Como aquello no funcionaba y los ingresos brillaban por su ausencia, cambió de planes e inauguró una red de páginas dedicada a difundir noticias sobre Donald Trump. Verdaderas o falsas, según el día. El pasado julio, publicó un artículo que aseguraba que el Gobierno mexicano cerraría la frontera con Estados Unidos si el político republicano ganaba las elecciones. No había nada de cierto en el texto, pero, según Buzzfeed, fue el tercero más compartido en Facebook ese mes.
De la influencia de este tipo de infundios en la victoria de Trump y en el modelado de la opinión pública estadounidense se ha hablado largo y tendido durante los últimos meses. Pero lo que ocurrió el pasado 8 de noviembre esconde una realidad incuestionable que muchos analistas políticos han dejado de lado, en algunos casos, por el orgullo que le asalta a quien ve que su negocio se hunde en un mundo cuyo funcionamiento no alcanza a comprender. Esa realidad es que el papel de los medios de comunicación en la sociedad digital ha cambiado y su poder, dentro de sus respectivos ámbitos de influencia, es actualmente menor al de grandes corporaciones como Facebook y Google. Y, desde luego, mucho más limitado que en la era pre-internet.
Hace unos años, la línea editorial de la cabecera más vendida de un país podía hundir a casi cualquier candidato a unos comicios. En 2016, Trump ganó las elecciones pese a tener en su contra a 243 de los 350 principales periódicos estadounidenses. Entre ellos, The New York Times, Washington Post, Usa Today y Wall Street Journal.
Obsesionados por describir la lenta muerte del negocio de la prensa gráfica y buscar alternativas para mantener sus negocios a flote, los dueños de estas empresas han renunciado en muchos casos a analizar cuál es el papel que interpretan en este nuevo ecosistema, en el que la prensa ha perdido la batalla de la inmediatez y ya no cuenta con el monopolio de la información.
Su actividad está hoy, más que nunca, sometida al criterio de empresas como Google o Facebook, que dominan el entorno digital y establecen las normas a las que se deben ceñir quienes quieran obtener rentabilidad en sus grandes latifundios. Son las mismas corporaciones que, por cierto, tras observar la influencia que tuvieron las noticias falsas (fake news) en la victoria de Trump, reconocieron que algo habían hecho mal para que la mentira hubiera adquirido tanto protagonismo en sus plataformas.
La prensa ha perdido la batalla de la inmediatez y ya no cuenta con el monopolio de la información.
Un estudio realizado recientemente por la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación sobre 14.822 usuarios de internet revela que el 62,8% lee noticias habitualmente en Facebook, una red social que utiliza el 87% de los encuestados. La última edición del Libro Blanco de la Prensa 2016, realizado por AEDE, su patronal, precisa que el medio preferido por los españoles para informarse es el digital (21%) y que la población prefiere recurrir a Facebook (10%) para enterarse de la actualidad que a la radio (7%) o la prensa escrita (5%).
El peso de internet es cada vez mayor entre los lectores de prensa, pero la influencia de los medios de comunicación en este entorno es mucho menor a cuando los ciudadanos solo recibían las noticias a través de la prensa, la radio y la televisión. Obviamente.
Los tres programas de la TDT más vistos el pasado febrero fueron, por este orden, los partidos París Saint Germain-Barcelona (6,2 millones de espectadores) y Barcelona-Atlético de Madrid (5,3 millones), y el programa Champions Total (5,1 millones).
De los 6 vídeos que subió en ese tiempo a su canal el popular usuario de Youtube (Google) ElRubiusOMG, el menos visto tuvo 6,2 millones de reproducciones. El que más, 11,9 millones. Desde luego, las empresas que comercializan productos y servicios destinados a un público joven, que hace unos años no dudaban en centrar la mayor de su inversión publicitaria en los medios de comunicación, actualmente –al menos- se pensarán cuál es la plataforma en la que sus mensajes alcanzarán una mayor relevancia. O, directamente, reducirán el importe de sus contratos con los medios de comunicación.
En 2007, la inversión publicitaria total en internet fue de 482,2 millones de euros, mientras que, en 2016, fue de 1.555 millones, según PwC. Los medios de comunicación convencionales facturaron hace 10 años a través de los anunciantes más de 7.500 millones de euros, mientras que, en 2016, un total de 4.207 millones (539 en internet), según i2P. A la vista de estos datos, queda claro qué sector crece y cuál se encuentra a la baja como consecuencia del imparable crecimiento de las nuevas plataformas digitales.
Visto este fenómeno, algunas de las grandes compañías españolas -pertenecientes a sectores como la banca- han reforzado en los últimos tiempos sus departamentos de prensa y comunicación para poner en marcha sus propias agencias de noticias.
Evidentemente, su información no será ni ecuánime ni objetiva, sino que estará supeditada a sus propios intereses. Un giro de tuerca sobre lo que ya ocurría en la prensa tradicional, en la que las dependencias políticas y económicas han condicionado tradicionalmente el contenido de lo que aparecía en sus páginas, pero en la que, de una forma más o menos difusa, se perseguía el interés general. Aunque sólo sea por el bien de la difusión.
La muerte de 'la masa'
El periodista estadounidense y profesor de la City University of New York Jeff Jarvis afirma en su obra Death to the Mass que la opinión pública ha dejado de comportarse "como una masa" por los cada vez mayores y más sofisticados cauces por los que recibe la información. Es decir, se ha atomizado. “El modelo de negocio de los medios de comunicación ha muerto, hiriendo, tal vez mortalmente, a una serie de instituciones que se apoyaban en el mismo: las publicaciones, la radio, las acciones masivas de marketing, los partidos políticos y, posiblemente, incluso, nuestra noción de una nación. Estamos llegando por fin al final de la Era Gutenberg”, afirma.
Los movimientos de las empresas periodísticas deben ceñirse actualmente a las normas de Google o Facebook, quienes se han convertido en los principales distribuidores de noticias en internet. El problema es que las redes sociales (no así Google), hasta ahora, no han demostrado la capacidad suficiente como para distinguir la información verdadera de la falsa. Para separar el grano de la paja. Salvo excepciones, era el criterio de sus propios usuarios el que provocaba que una noticia se convirtiera en ‘viral’ o fuera condenada al anonimato.
Los editores españoles de prensa que se agrupan en AEDE, expresaron hace tiempo su preocupación por la forma de seleccionar las noticias que tienen compañías como Google. Su expresidente y actual consejero delegado de Vocento, Luis Enríquez, consideraba -en 2015- que esto entra ciertos riesgos: "Nosotros no tenemos nada en contra de Google cuando actúa como buscador o proveedor de tecnología. Lo que nos asusta es cuando vemos que Google configura un medio con una forma de editar y un criterio que no conocemos (...) Google podría convertirse en un 'supramedio' y eso afectaría a la pluralidad. Nos parece peligroso", exponía, en una entrevista a este periódico.
Lavado de cara de Facebook
Hace unas semanas, la red social de Mark Zuckerberg puso en marcha Facebook Journalism Project, un programa, al que se ha adscrito Prisa, con el que pretende detectar de una forma más certera los bulos y rumores infundados y establecer lazos con los medios de comunicación para poder ofrecer a sus usuarios información veraz y contrastada.
Google también mantiene convenios con los principales grupos de prensa para facilitar el desarrollo de sus negocios en internet. Son formas de colaboración entre quienes se nutren de las noticias de los periódicos para incrementar sus beneficios; y quienes esperan seguir obteniendo réditos del negocio de la información.
Lo que cuesta pensar es que estas grandes corporaciones tecnológicas, llegado el caso, prefieran el periodismo de calidad a las noticias “de clic fácil” si con estas últimas tienen más opciones de incrementar sus beneficios. Cuesta pensarlo porque no son pocos los medios de comunicación que han antepuesto los chascarrillos informativos a los artículos de calidad, mucho más costosos de producir, pero menos rentables desde el punto de vista del volumen de audiencia al que atraen.
Eso explica el auge de las fake news y de la información fast food, exclusivamente concebidas para tener éxito en las redes sociales y generar los mayores ingresos posibles a sus emisores. Y eso ha hecho que el periodismo se haya visto aún más arrinconado en un nuevo entorno digital en el que, si no cambia la actual dinámica, cada vez contará con una menor capacidad para influir en los ciudadanos y generar opinión pública.
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