Javier Díaz Vega cumple 35 años el día en el que conversa con este periódico. Este educador no habla de temas sencillos, pues la conversación versa sobre el suicidio, la enfermedad y el sufrimiento. Pero su discurso ayuda a reflexionar sobre la forma en la que algunos de los temas más esenciales al ser humano se han orillado, dentro de la sociedad que tantas veces fuerza el discurso positivo.
La madre de Vega se quitó la vida en 2009 y, unos años después, tras haber conseguido digerir dolor que sentía, escribió el libro Entre el puente y el río: una mirada de misericordia ante el suicidio (Nueva Eva), en el que reflexiona sobre este tema. La Organización Mundial de la Salud calcula que por cada suicidio se producen 20 intentos. En 2020, se 'aniquilaron' un total de 3.941 personas en España.
Pregunta: Acostumbrados a los mensajes positivos y a términos como 'resiliencia' y 'proactividad', parece que lo doloroso nos pilla a veces en pañales, ¿no?
Respuesta: Yo creo que sí. Y siempre se sufre. Es inevitable que alguien en su vida no sufra en algún momento. La sociedad, sobre todo de un tiempo a esta parte, recibe mensajes constantemente muy positivos, que no son malos en sí mismos, pero que no ayudan en absoluto a gestionar las frustraciones cotidianas o los sufrimientos más reales y concretos, como pueden ser los relacionados con un trastorno mental, un cáncer o una pérdida.
P: O una pandemia...
R: Exacto. Hace unos días leía una noticia que afirmaba que el 43% de los niños se siente más triste después de la pandemia. Con eso parece que nadie contaba porque recibíamos mensajes gubernamentales que afirmaban que todo iba a salir bien. Y es obvio que no todo ha salido así ni somos más fuertes ahora.
P: ¿La gente evita el dolor?
R: Es curioso porque cuando es físico se recurre, por ejemplo, al Paracetamol. Ahora bien, cuando es psicológico, se puede acudir a terapia, pero también es necesario aprender a aceptarlo en ambos casos, porque somos un todo. Y ese todo tiene alegría y sufrimiento.
P: ¿Estamos peor preparados para las frustraciones cotidianas que para una muerte 'previsible'?
R: Es verdad que las frustraciones cotidianas son un gran caballo de batalla. No tengo claro que las gestionemos mejor o peor que antes. Te puedo hablar de mí: desde hace un tiempo tengo cáncer y hay días que siento que seguir vivo es un regalo, pero en otros estoy más irascible y susceptible.
P: Quizás vivamos una época de frustración...
R: Ahora hay una mayor posibilidad de comunicar las frustraciones y eso no tiene que ser necesariamente malo. Por ejemplo, una red social puede servir para desahogarse y eso es bueno, justo y necesario. Pero hay una cierta predisposición a pensar que la vida buena debe estar carente de frustraciones o sufrimiento; y eso es erróneo. La dificultad no tiene que ser sinónimo de una existencia mala. Los momentos de dolor y el sentirnos mortales no tiene que inyectarnos pesimismo, sino quizás hacernos concluir que tenemos muchas cosas buenas en la vida. Empezando por la propia vida y el sentido que puede tener.
P: El 16 de diciembre de 2009 su madre se quitó la vida. ¿Había reflexionado usted alguna vez sobre el suicidio?
R: Yo estaba en segundo de Psicología, donde hipotéticamente se estudian este tipo de cosas, pero desde el punto de vista intelectual nunca había reflexionado de forma abundante al respecto. Tampoco ayuda que haya sido durante tanto tiempo un tema tabú en los medios de comunicación. Eso ha sido perjudicial. Yo creo que hace falta sensibilizar sobre el problema. Por eso, ese tabú no es acertado. Pero bueno, te diré que antes del suicidio de mi madre había un miedo en mi casa, porque mi madre ya tuvo un intento cuando mi hermano y yo éramos pequeños. Ese temor lo viven muchísimas familias que se han enfrentado a situaciones similares y eso les provoca una ansiedad muy difícil de afrontar ante el temor de que su familiar se pueda quitar la vida.
P: Más de 3.000 familias se enfrentan al suicidio cada año...
R: Casi 4.000... y las que no se cuentan porque no se puede determinar que sean suicidios. Eso produce que entre 6 y 10 personas se ven afectadas por cada suicidio.
P: ¿A qué etapas se enfrenta una persona tras un suicidio cercano?
R: Creo que lo que sucede normalmente en una muerte tan traumática es que el shock emocional es tan grande que ni siquiera seas consciente de ello. Se entra en un paréntesis afectivo que no se cierra hasta unas semanas después del fallecimiento. Luego, comienza el camino hacia la aceptación y ahí se producen momentos de irascibilidad, enfado, culpa... La culpa es el sentimiento que más aparece, diría. Se intenta atribuir responsabilidades al Estado, a un médico, al sistema, al resto de la familia (contribuyendo a la perpetuación del tabú), a uno mismo... Eso genera mucho sufrimiento y rencor. En mi caso, hubo sentimientos que amenazaron con ensombrecer mucho el duelo, pero pude salir adelante.
P: Es complejo...
R: Es muy complejo. En nuestro caso, ese miedo a que mi madre pudiera suicidarse estuvo ahí durante años. Sabíamos que los otoños e inviernos eran peores y ahí aumentaban las señales de alarma en nuestras cabezas, dado que padecía depresión y habitualmente en esas épocas aumentaban la medicación. En otros muchos casos, puede no haber una un trastorno mental no diagnosticado o que ni siquiera el suicidio pueda deberse a alguno, sino a una situación desesperada a nivel familiar, económico, etcétera.
P: Sigue habiendo tópicos que quizás sean crueles. Como el que afirma que el suicida es cobarde...
R: Hay mucha leyenda urbana. A mí escribir el libro me ha ayudado a trasladar mi visión al respecto. Y yo no creo que un suicidio sea de cobardes. Juzgar un acto así es muy complejo y creo que no nos corresponde juzgar a la persona, que es, en cualquier caso, alguien que sufre y no alguien que desea morir. A mí me enfada que se diga que el suicidio es un acto cobarde porque no ayuda a prevenir. Ocurre lo mismo cuando se endulza o se romantiza. Todo eso no ayuda a tener una visión integral de la conducta suicida y de la problemática que hay detrás de cada suicidio.
P: Recuerdo el libro Tokio Blues. Una de las protagonistas ingresa en un psiquiátrico y cuando decide el suicidio, antes de ejecutarlo, le cambia el humor. Ahí caí en la cuenta de que había muchas variables que no suelen manejarse con respecto a este problema. Como esa etapa, en la que parece que el malestar vital, el peso de vivir, ha desaparecido...
R: Así es. El suicida suele buscar eso: librarse de esos padecimientos vitales que le llegan a atenazar. Cuando hay un suicidio “detenido” en el último momento o frustrado suele haber una mejoría, que en la realidad debe ser un impulso para guiar un acompañamiento que ayude a reaprender a manejar esos padecimientos vitales que influyeron en la ideación suicida.
Hay una búsqueda casi obsesiva de mensajes positivos también, lo que redobla las frustraciones
P: ¿Es la desesperanza el principal factor que explica los suicidios?
R: (Piensa) Yo, personalmente, diría que sí, siempre matizando que un único factor no explica del todo la conducta suicida. También pueden influir enfermedades, los trastornos mentales, las circunstancias socioeconómicas, las familiares... y dentro de toda esa amalgama de factores de riesgo, la desesperanza es algo que puede llevar al suicidio.
P: La sociedad...
R: A nivel cultural, hay un porcentaje de la población que busca el bienestar constante en lo material, en lo que está aquí y ahora. Hay una búsqueda casi obsesiva de mensajes positivos también, lo que redobla las frustraciones. Cuando uno está hastiado, hinchado... acaba mirando todo lo que queda con desazón. Con disgusto. Hay una mirada desesperanzada sobre la realidad y eso no ayuda. Se habla de los jóvenes sin futuro, de la guerra mundial, de la falta de raíces familiares... eso hace que la mirada de la gente sea pesimista sobre la existencia.
P: El materialismo y la infelicidad...
R: Pues mira, hablo por mí. Y tener fe me ayudó a superar el dolor de la muerte de mi madre. Los cristianos creemos en un Dios que murió y sufrió. Y luego resucitó. Eso no funciona como un opiáceo, lo siento, Karl Marx, pero sí que ayuda a dar sentido al sufrimiento. Yo soy de los que opina como Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, se puede empezar a creer en cualquier cosa”. Pero bueno, esa es una opinión personal.
P: Usted decidió relatar en sus redes sociales el día a día de su cáncer. ¿Qué le transmiten sus lectores en las mismas circunstancias? ¿Les ayuda?
R: No sé a cuánta gente puede ayudar. Mi deseo es que, más que perjudicar, les haya ayudado. Yo empecé a narrarlo porque suelo contar las cosas que vivo con naturalidad y pensé que podía hacer lo mismo con el cáncer. He recibido el cariño de personas que me han transmitido que se puede salir adelante... y eso ayuda porque mantener un buen estado de ánimo en estas circunstancias algunos días cuesta. Mira, no sé si lo ha pensado Elon Musk (ríe), pero poder contar estas cosas día a día en Twitter sirven muchas veces de ayuda y hacen que se normalicen situaciones más cotidianas de lo que pensamos.
P: Escondemos lo negativo. La enfermedad...
R: Es que yo cada vez que voy al hospital -y últimamente ha sido demasiado- veo que está lleno de gente. Eso ocurre desde antes de la pandemia, ¿eh? Te paseas por las plantas y siempre hay mucha gente. La enfermedad siempre está presente y siempre hay personas que sufren. Podemos mirar para otro lado, pero, tarde o temprano, eso nos toca pasarlos a nosotros o a algún familiar. Eso no es ser pesimista, ¿eh? Eso es tomar contacto con una realidad que tendemos a ocultar. Es como cuando muchas personas en redes sociales me felicitan por mi sonrisa y actitud positiva (posiblemente también la que acompañe la foto del artículo) ante el cáncer, ahí siempre intento que no sea una máscara y que hay otra cara que existe y que hay que abrazar, aunque no se vea siempre.
Hay una mirada desesperanzada sobre la realidad y eso no ayuda. Se habla de los jóvenes sin futuro, de la guerra mundial, de la falta de raíces familiares... eso hace que la mirada de la gente sea pesimista sobre la existencia.
P: ¿Todos los días con cáncer son malos?
R: No, para nada. Yo, desde septiembre hasta abril, he tenido días buenísimos, los mejores con mi familia. Hay otros en los que te miras al espejo y te ves mal por los cambios de aspecto -los grandes y los pequeños-. como estar sin pestañas, ¡Imagina eso con la calima! Pero en realidad hay muchas veces que estás de buen humor. A ver, el cáncer es complejo y distinto en cada persona. Puede haber días y semanas muy duras... y, en esas circunstancias, aprender a mirar con optimismo la realidad es complejo. Pero bueno..., mira, mis ciclos de quimio eran de 5-6 días de ingreso. El primero, con las pruebas que me hicieron, duró 20 días y fue difícil. Hubo noticias negativas y estuve alejado de mi hijo. Pero luego te quedas con los detalles buenos del día a día. Una vídeo-llamada, una charla con un amigo, una visita…
P: El sano optimismo...
R: Yo lo llamo esperanza.
P: Esperanza...
R: Así es. Aunque hay días en los que hay que aplicar el 'ajo y agua'.
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