Fue el pasado lunes por la mañana cuando Adriana Lastra, gesto torcido, anunció en un mitin que Reyes Maroto había sido amenazada con una navaja ensangrentada. “Digo al fascismo: no vais a pasar”, afirmó, pese a que el "fascista" era un pobre esquizofrénico de El Escorial. Mientras la portavoz socialista pronunciaba esas palabras, Yolanda Díaz se llevaba las manos a la cabeza en un plató de La Sexta -el de Antonio García Ferreras-, donde pocos minutos después apareció Fernando Grande-Marlaska. Como por arte de magia, hubo reunión de ministros en televisión. Por si fuera poco, esa tarde llovió en Madrid.
Quien haya sufrido del mal de la ansiedad sabrá que hay temporadas en las que la bestia se descontrola y altera hasta la última molécula del organismo. La centrifugadora de la boca del estómago se pone en marcha y resulta imposible concentrar la energía en lo importante, lo que implica un gasto estúpido y constante de fuerza. Al final del día, el paciente se encuentra exhausto, como si hubiera librado la pelea más larga e irracional de su vida.
La izquierda ha apostado por la crispación en la campaña electoral madrileña; y lo ha hecho sin tener en cuenta que los ciudadanos se encuentran en esa fase de agotamiento que genera la ansiedad, lo que pagará en las urnas. Son catorce meses de pandemia, de preocupación y enfermedad; y el hombre racional reclama tranquilidad, nunca agitación. En otras palabras, los ciudadanos reclaman la vuelta a la vida tras mucho tiempo de hibernación y entusiasmo contenido. Trabajo, ocio, familia y viajes. En esas condiciones, las alertas antifascistas son muy poca cosa.
La izquierda ha apostado por la crispación en la campaña electoral madrileña; y lo ha hecho sin tener en cuenta que los ciudadanos se encuentran en esa fase de agotamiento que genera la ansiedad.
No es casualidad que las encuestas hayan beneficiado en los últimos días a Más Madrid, en detrimento del PSOE y de Podemos. Habrá quien piense que este fenómeno se explica en el desgaste que produce estar en el Gobierno. Pero cuesta pensar que el discurso revanchista y neurótico de socialistas y morados no haya provocado rechazo en una parte de los votantes de izquierda, que prefieren la opción del 'progresismo cuqui' -el de Errejón y Carmena- al discurso enervante y antipático de Iglesias. A quien los sondeos, por cierto, no dan mucho más de 10-12 escaños. Un rotundo fracaso.
Parece que quien asesora a Isabel Díaz Ayuso es consciente de que, en medio de este clima de confrontación, no merece la pena echar (mucha) más leña al fuego, de ahí que en los últimos días se haya centrado en la necesidad de preservar el estilo de vida madrileño frente a quienes apuestan por el proteccionismo, que generalmente deriva en más impuestos y más presencia de las sectas ideológicas de la izquierda.
El pasado miércoles, dijo en el programa de Carlos Alsina: “Madrid es una ciudad grande, donde cambiar de pareja y no volver a encontrártela nunca más”. Los prebostes intelectuales de la izquierda tuitera -desde Leticia Dolera hasta Quique Peinado- no tardaron en emprenderla contra la presidenta por la afirmación, cuando esconde una realidad incuestionable: que en cualquier gran ciudad, por suerte o por desgracia, la vida se empieza desde cero varias veces.
Lo único que se le puede criticar a Díaz Ayuso es que no se refiriera a los fantasmas, pues muchas veces no hace falta reencontrarse con la antigua pareja para que lo mejor o lo peor de esa persona se reproduzca en una calle o en un restaurante de grato recuerdo. Por lo demás, no debería hacer mucho caso a estos defensores del proletariado de hijos en colegio privado y despidos del personal embarazado. Ellos no lo saben, pero con cada mensaje hostil que dedican al PP, ayudan al partido a afianzar sus votos.
Jesús Cintora y el fin de la crispación
Los resultados del próximo martes deberían impulsar a los partidos a realizar una profunda reflexión sobre la necesidad de seguir fomentando la crispación, pues en el país de las infinitas guerras civiles y los odios tribales enquistados, quizás ha llegado el momento de dar un salto evolutivo y pensar que los de Villabajo no son enemigos, sino meros vecinos.
Lo mismo debe ocurrir con el periodismo: quizás unos y otros, a izquierda o derecha, deberían concluir que no es de recibo ganarse las habichuelas a base de destripar a 'la otra España'. Y, a fin de cuentas, uno no puede venderse como regenerador de nada -una palabra que tienen en boca todos los editores- cuando suministra veneno a su audiencia todos los días del año.
En este sentido, la presumible retirada del programa de Jesús Cintora de La 1 -sugerida por el presidente de RTVE este jueves- supone una buena noticia, pues quien lo puso ahí lo hizo a sabiendas de que la agitación era beneficiosa para sus intereses. El programa no lo ve casi nadie y su audiencia es mucho menor que la penosa media diaria de la primera cadena. El próximo martes, en los comicios, debería demostrarse que tampoco ha cumplido su objetivo. Quizás al fin se vea, tras tantos años de oportunismo populista, que la sociedad española es un poco menos permeable a la agitación.
De ser así, sería el fin de Pablo Iglesias. Y, de ser así, quizás en Vox podrían deducir que echarse al monte no les va a garantizar un buen futuro. Sus portavoces llevan varios días alegando que Madrid es una ciudad insegura; y eso es tan patético como irreal. Y los discursos ilusorios suelen derivar en despertares demasiado bruscos. No es fascismo, es puro oportunismo.
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