En la segunda película de 'El Señor de los Anillos', 'Las dos torres', por cierto la más entretenida de la trilogía, se produce una trifulca entre dos tipos de orcos, los oriundos de Mordor y los Uruk-hai, porque los primeros quieren devorar a los pequeños hobbits pero los segundos se niegan. Cuando uno de los orcos fallece en la pelea, su oponente exclama ufano:
- Vuelve a haber carne en el menú, muchachos.
Alguna secuencia similar ha debido vivirse en algunas redacciones de medios de comunicación durante la última semana. La carne que consumir en este caso es, como ya habrán adivinado, el juicio a Ana Julia Quezada, autora confesa del crimen del pequeño Gabriel.
El lunes empezó el espectáculo. Lo que tendría que ser un juicio más llegó a las pantallas convertido casi en cuestión de estado, a tenor del tiempo y la primacía dedicados al asunto. Programas especiales. Presuntas exclusivas. Conexiones en riguroso directo. Informativos que abren con esta noticia el mismo día en que PSOE y Podemos rompen definitivamente (es un decir) sus negociaciones para formar gobierno. Y, por supuesto, los tertulianos habituales derramando mañana y tarde sospechas, obviedades, teorías peregrinas y abundante desinformación.
Si la presunta asesina aparece con el pelo liso, hay que analizar su nuevo look como si ello tuviera alguna relevancia para el juicio. Si ella declara que no quería matar al niño, brota vaya a saber usted de dónde un experto en comunicación no verbal para analizar sus gestos y concluir que miente. Si los padres del menor piden declarar sin ver a la acusada, la noticia se ilustra con un gráfico en tres dimensiones para mostrar con detalle el biombo -sí, el biombo- que separará a la una de los otros. Todo vale en una espiral sin remisión ni límites. El share crece. El negocio funciona. La fiesta no para.
Toda esta carne se cocina como en una parrilla argentina. A fuego lento y durante horas. Hay que llenar minutos de programación con lo que sea. Las piezas que se emiten en televisión sobre el juicio son cada vez más numerosas y menos asépticas, más parciales y menos informativas. Diga lo que diga la acusada, hay que neutralizar y combatir su versión. Los espectadores tienen suficientes neuronas para desbrozar la verdad de la burda estrategia de defensa -legítima, no se olvide-, pero quienes deciden en los medios -no quienes ejecutan- creen que toca interpretar, ir más allá. Hay que tomar partido, mojarse, influir. Como si un periodista fuera un guerrero que va a hacer justicia y no un mero notario de lo hechos que se limita a contarlos.
Es verdad que se trata de un caso que incluye circunstancias abominables. Quizás por ello requiera un trato informativo más amplio, incluso una atención especial, pero en ningún caso también abominable. Bastaría con información, pura y dura, sin juicios de valor, porque la realidad que se narra es tan fuerte que huelgan los adjetivos, las interpretaciones y los juicios paralelos.
El mejor escribano echa un borrón. Todos los periodistas cometemos múltiples errores. No es corporativismo cómplice, es la realidad de un oficio donde se quiere correr cada día más para llegar antes y no necesariamente para hacerlo mejor. Las prisas, casi siempre malas consejeras, atenúan la calidad y multiplican estos desastres periodísticos. Esto es aún más habitual en televisión, donde se trabaja en directo y donde esa inmediatez juega malas pasadas.
Pero todas las excusas habituales no sirven en este caso. Porque algunas televisiones y algunos medios digitales están siendo pertinaces en el error. Los excesos ya se produjeron en su día, cuando la búsqueda de Gabriel se retransmitía minuto a minuto y se lanzaban bulos como aquel que señalaba como secuestrador y asesino a un vecino sobre el que pesaba una orden de alejamiento respecto a la madre del niño pero cuyo principal pecado era, en realidad, sufrir una enfermedad mental.
Estos comportamientos mediáticos lindantes con la gula o la psicopatía ocurren, además, cuando todavía no nos hemos recuperado de los escalofríos cortantes que sentimos por la cobertura mediática de la búsqueda y hallazgo del cadáver de Blanca Fernández Ochoa. Si en Netflix les volviera a dar por documentar la mala praxis periodística nacida del sensacionalismo, como hace poco hicieron con el caso de las niñas de Alcàsser, les sobraría material con estos dos penúltimos ejemplos.
Los espectadores no solo padecemos este amarillismo carnívoro. Porque estos días, mientras el foco está en un juicio de Almería, en el universo televisivo también vemos que Rosa María Mateo se apoltrona en TVE y permite que Moncloa controle (aún más) los informativos, o asistimos a cómo los extremistas de los CDR acosan y golpean a periodistas que solo intentan hacer su trabajo. De todo eso, por supuesto, hablaremos otro día.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación