Cuando la corrupción flota en el aire y se respira en grandes dosis, llega un punto en el que resulta casi imposible de apreciar, como ocurre con algunos de los gases más mortíferos. Entre lo poco bueno que ofrece Netflix se encuentra la serie O Mecanismo, que describe la operación Lava Jato, efectuada contra el enésimo Gobierno mesiánico de izquierdas y contra el grupo de empresas contratistas que se repartían el pastel en el Brasil de Lula da Silva y Dilma Rousseff. Hay un momento en el que uno de los más grandes empresarios, en el calabozo, se pregunta el porqué está allí, dada su decisiva contribución al desarrollismo carioca. El capitalismo de amiguetes tiene estas cosas: quienes forman parte del sistema se acaban creyendo patriotas indispensables, pese a sus incontables tropelías.
España mira desde hace un tiempo con especial atención a las maratonianas tertulias televisivas, pero éstas pasaron casi de largo sobre el enésimo Lava Jato doméstico, que salpicó a personajes con tan poca influencia mediática como Florentino Pérez. Me refiero al 'cártel del AVE', que durante 14 años amañó licitaciones por valor de 837 millones de euros y se apropió del desarrollo de la alta velocidad, en perjuicio de quien no formaba parte de ese club. La CNMC sancionó a estas compañías con varias decenas de millones de euros y propuso al Ministerio de Hacienda que les prohibiera licitar. Por allí, no se han tomado la cosa muy en serio, pues desde entonces estos grupos han recibido contratos de Adif por 112 millones de euros, tal y como publicó El Economista.
La corrupción es, en ocasiones, como el protagonista de El Perfume, de Süskind, quien, con la creencia de que persigue un fin superior, no duda en dejar un rastro de cadáveres para lograr su objetivo. Finalmente, consigue una sustancia que manipula las emociones de las personas, quienes le acaban considerando como un ángel en la tierra y, por lo tanto, adorando. El mismo empresario cuyo grupo participó en el 'cártel del AVE' se dio un baño de masas el jueves con la presentación del último fichaje del club que sirve para blanquear su alma. Todos los medios se hicieron eco de la hazaña deportiva. Fueron muchos más que los que hablaron de los 837 millones de euros de licitaciones adulteradas. La corrupción se camufla fácilmente y el fenómeno se repite una y otra vez. Y las preguntas incómodas resultan impopulares cuando acaba de llegar el AVE a tu ciudad. ¿Un contrato amañado? Minucias.
Máximo, anteriormente Màxim
El último acontecimiento de este tipo no ha implicado un intercambio millonario, pero también está impregnado de ese aroma tan típico del 'mamoneo'. En este caso, tiene que ver con la contratación de Màxim Huerta para presentar un programa veraniego en La 1, de RTVE. Asunto con menos trascendencia, pero no menor. Según desveló el diario El Mundo, el periodista se embolsará más de 46.800 euros en dos meses, es decir, cuatro veces más que lo que hubiera percibido como ministro de Cultura. Pese a que la cantidad llama la atención, no es desproporcionada para lo que perciben los presentadores de televisión. Pero el gran problema no es el sueldo, sino lo de siempre: la utilización de los servicios públicos como botín de guerra por parte de los partidos que han ocupado los gobiernos.
El bueno de Màxim Huerta ya demostró hace un año su poco 'decoro' cuando se vio obligado a dimitir por sus problemas pasados con la Agencia Tributaria y habló de una persecución mediática. Ciertamente, la reacción fue excesiva y algunos aprovecharon para arrimar el ascua a su sardina, como suele ocurrir. Sin embargo, su dimisión fue necesaria. Entre otras cosas, porque Pedro Sánchez había exigido a la derecha lo mismo tan sólo unos meses atrás.
El gran problema del 'caso Màxim' no es el sueldo, sino lo de siempre: la utilización de los servicios públicos como botín de guerra por parte de los partidos que han ocupado los gobiernos
Un año después, parece que Huerta no tiene ningún impedimento ético en cruzar la puerta giratoria e incorporarse a una corporación que se mantiene con dinero público. La dirige Rosa María Mateo, propuesta para su cargo por el Gobierno y quien parece decidida a que ningún español conserve el buen recuerdo que pudiera tener de ella por sus trabajos pasados. Hace unos meses, puso a RTVE al servicio del Ejecutivo al ofrecerse a contra-programar el debate electoral que organizó La 1. Lo hizo para dar cumplimiento al deseo de Ferraz, donde querían que Pedro Sánchez se librase de acudir al coloquio que había planeado Atresmedia.
En RTVE han sido frecuentes los favores a amiguetes durante toda su historia, al igual que ocurre en otras tantas empresas que pertenecen al sector público. De hecho, estos hechos son tan habituales que escandalizan, pero a pequeña escala. O ni eso. Por esta razón, la marejada que ha levantado la incorporación de Màxim Huerta pasará pronto e incluso servirá como reclamo para intentar atraer más audiencia. A fin de cuentas, las puertas giratorias están para cruzarlas. A Rosa María Mateo no le eligieron por su experiencia ni por su pericia para gestionar una empresa pública que dispone anualmente de 1.000 millones de euros. En realidad, quizá lo hicieron porque no iba a poner excesivos problemas ante este tipo de situaciones.
El gran negocio a costa de todos
Los socialistas saben bien cómo funciona el business y, por eso, tras el triunfo de la moción de censura sacaron a sus soldados de los cuarteles y los elevaron a altares como el de Correos -Juan Manuel Serrano-, Paradores -Óscar López-, el CIS -José Félix Tezanos- o la propia RTVE. Como la puerta giratoria funciona en ambas direcciones, doña Soraya Sáenz de Santamaría, experta en doble moral, no tardó mucho en incorporarse a Cuatrecasas. Algo similar ocurrió con Román Escolano, Rafael Catalá e Íñigo de la Serna, entre otros muchos.
Pero el Estado de derecho a la española tiene estas cosas y parece que hay que aceptarlas. El mecanismo (O mecanismo) se mueve sobre un engranaje que está engrasado con un componente tóxico, pero común, y que tiene una gran capacidad para desviar dinero público hacia bolsillos donde no debería estar. Máxim Huerta -rebautizado como Máximo- hablaba hace no mucho en una entrevista de lo mal que lo ha pasado en el último año, tras su abrupta salida del Gobierno y alimentaba cierto victimismo alrededor de su figura. Afortunadamente, ha encontrado acomodo en RTVE, gracias a otra de las gestoras que alardea de independiente, sin serlo en absoluto: Rosa María Mateo.
Desde luego, la maquinaria funciona a pleno pulmón.
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