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La muerte de la perra de Satán

Anunció Radiotelevisión Española hace unas semanas la emisión de un programa llamado ¿Quién se ríe ahora?. Resulta que alguien había tenido la idea de juntar a varias cómicas para demostrar

Anunció Radiotelevisión Española hace unas semanas la emisión de un programa llamado ¿Quién se ríe ahora?. Resulta que alguien había tenido la idea de juntar a varias cómicas para demostrar que “ellas” también tienen gracia, aunque su humor se aleje del patrón “machirulo” y “cuñado” que durante tantos años –consideran- ha imperado en este lugar del mundo. En el spot publicitario que difundió la televisión pública aparecía Paco Arévalo, cuya especialidad -es bien sabido- eran los chistes de gangosos y “mariquitas”.

El programa era, en realidad, una especie de ‘auto de fe’ en el que las invitadas despotricaban contra los chistes de Gila, Fernando Esteso o Jaimito Borromeo. La mayoría, contados cuando en España se pagaba en pesetas. Entre las participantes de este singular espacio televisivo se encontraba una influencer zamorana que se hace llamar Perra de Satán, que se ha caracterizado en los últimos años por su defensa del catecismo de la izquierda pop malasañera.

El problema es que alguien -que le esperaba con la escopeta cargada- tuvo hace unos días la iniciativa de escarbar en su pasado digital y allí descubrió una parte de su esencia, que ocultaba bajo un manto de corrección política. Eran chistes sobre gitanos, chinos y homosexuales. Lo que prueba que a esta mujer también le hacían gracia las bromas de este tipo en el pasado. 

Después de comprobar que le habían organizado un juicio popular, publicó un mensaje en el que se confesaba avergonzada por esos tuits y pedía disculpas. “Esa ya no soy yo”, venía a decir. Al poco, desaparecieron sus perfiles en Twitter e Instagram, en otro claro ejemplo de las consecuencias de la llamada “cultura de la cancelación”. Que también provoca que los cazadores puedan ser cazados. Y sitúa sobre nuestra cabeza una guillotina que puede rebanarnos el cuello si nos salimos del discurso oficial.

¿Quién se ríe ahora? El título del programa de RTVE viene de perlas para ilustrar lo que ha ocurrido en este caso, como también en otros, en los que la picadora de carne de la Inquisición contemporánea ha sido capaz de destruir la reputación de 'herejes' por un chiste o una opinión.

La libertad, amenazada

Podría considerarse este asunto como una estupidez de patio de colegio -y ciertamente estas cosas serían imposibles si la sociedad no estuviera infantilizada-, pero el problema es que la secta fundamentalista del buenismo ha sembrado de minas el foro público, hasta el punto que cualquier deportista puede ser acusado de racista si se niega a arrodillarse antes de un partido; o cualquier comercio madrileño, ser etiquetado como homófobo si opta por no colocar en su escaparate la pegatina multicolor que distribuye este colectivo antes de la semana del orgullo LGTBI.

Su maquinaria censora es infatigable. Quienes la engrasan, inventan campañas contra los juguetes sexistas, censuran anuncios de televisión por no ser inclusivos y excluyen de certámenes a las obras que no cumplen con los parámetros inclusivos que exigen. La propia Perra de Satán había participado unos días antes en un programa –pagado por la televisión pública- que sirvió para señalar a los humoristas menos respetuosos con su ideología… Por eso tiene gracia que hayan salido a la luz esos mensajes, que son bastante más recientes que los números de Miguel Gila.

Los duelos entre influencers inmaduros  - unos cuantos son columnistas de periódicos, ¡qué desnortada está la prensa!- no son importantes, en realidad, pero forman parte de la gran montería que han organizado contra la libertad de expresión quienes se quieren apropiar del foro público. Es la que ha llevado a ‘cancelar’ a J.K. Rowling por negarse a aceptar determinados postulados del lobby de los transexuales. O la que llevó a alguna eminencia a iniciar una campaña contra la marca ‘Conguitos’ porque su envoltorio transmitía un estereotipo injusto de la población negra.

Lo peor es que esto va más allá del ámbito cultural. Hay que estar ciego para no percibir que la campaña de los gobiernos contra la desinformación y el discurso del odio busca la imposición de la verdad oficial, que muchas veces es irracional e inexacta. O pura superchería. En la memoria permanecen todavía los mensajes que transmitió el Ministerio de Sanidad en marzo de 2020, con los españoles ya confinados, que afirmaban que el uso de mascarillas no evita la propagación de las enfermedades respiratorias. Mintió porque había una evidente falta de suministro de tapabocas para afrontar la amenaza del covid-19…y el Gobierno, sus periodistas científicos de cámara y los influencers de referencias ayudaron a convertir esa mentira clamorosa en una verdad oficial.

Pareció por unos años que internet iba a servir para difundir más y mejor información, lo que iba a permitir a los ciudadanos aproximarse a “la mejor versión obtenible de la verdad”, como defiende Bob Woodward. Y, ciertamente, la digitalización tiene un enorme comercial.

Pero, una vez más, se ha demostrado que el peligro del progreso no está en la tecnología, sino en el hombre, que esencialmente el mismo que en el momento en que se inventó la rueda. Puede que la cultura y el conocimiento nos despistaran y nos hicieran sentir más evolucionados, pero, a la hora de la verdad, son los instintos y las emociones los que nos guían. Los que nos pierden. Y los que nos llevan a adherirnos a la turba cuando su fuerza está respaldada por la mayoría, aunque esa turba pueda volverse en nuestra contra. Que se lo digan a la anteriormente conocida como Perra de Satán.

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