Adiós, programa, que tengas un buen viaje hacia la región del olvido. Este miércoles por la noche se acabó -¡por fin!- la edición más anodina y previsible de Operación Triunfo, un buen concurso venido a menos en audiencia televisiva, con escasa relevancia social y salpicado de polémicas tan antiguas como manidas que a la postre relegaban a un segundo plano la propia esencia del formato y, de paso, eclipsaban a los mejores concursantes.
Esta prescindible edición de OT emitida en TVE tenía que haber terminado mucho antes, pero llegaron la pandemia y el confinamiento para convertir el final en agonía. Como consecuencia de la suspensión obligatoria, en las últimas semanas regresaron las galas del programa que ahora se van de nuestras vidas tal y como volvieron: sin pena ni gloria.
Muchos tuits y unos cuantos jóvenes adolescentes enganchados como guinda de un pastel que se le ha atragantado tanto a los espectadores como a los impulsores del espacio. Quizás la cadena pública se lo tenga que pensar para el futuro, si bien es cierto que el formato todavía es ciertamente exitoso, sobre todo si se compara con el resto de productos de TVE con excepción de Masterchef.
El concurso ha ido perdiendo por el camino su fuelle y su cifra de seguidores. Así como el regreso de OT en 2017 supuso un chute televisivo, en parte por la nostalgia de aquellas primeras ediciones y en parte por la calidad de los concursantes, en esta ocasión sólo podemos celebrar que la cosa haya acabado de una maldita vez. Quizás lo mejor del programa haya sido la simpatía y el buen hacer de su presentador, un Roberto Leal que crece como la espuma de forma merecida. Eso mismo lo dice todo.
El talento de los concursantes y la legítima competencia entre los mismos pasaron a un segundo plano a base de polémicas tan estériles como infantiles
Ya contamos aquí hace un tiempo que en esta edición lo más importante no ha sido la música. El talento de los concursantes y la legítima competencia entre los mismos pasaron a un segundo plano a base de polémicas tan estériles como infantiles. Debates que podrían ser interesantes abordados de forma entre cursi y simple. Populismo televisivo. En suma, hoy, como decíamos en marzo, se constata que estamos ante un formato caduco por repetitivo, bastante tedioso y que, por tanto, cada vez entretiene menos y a menos espectadores.
El espacio de los triunfitos ya no funciona como antes. Hay algunos críticos entusiastas que defienden que lo mejor del programa es que sigue triunfando entre los espectadores más jóvenes. Aun en el caso de que eso fuera cierto, cosa cuanto menos cuestionable, cabría recordar que OT fue un programa de éxito porque conseguía reunir frente a la pantalla a toda la familia. Un concurso para todos los públicos. Dinámico. Interesante. Emotivo. Fresco. Poco, cada vez menos, queda de aquella fórmula de éxito.
En esta edición veías una gala de OT y todo sabía a producto gastado. Enlatado. Soso. Frío. Predecible. Imperaba el aburrimiento en galas que se hacían eternas. Además, siendo justos, el parón por el confinamiento y las condiciones de emisión de las últimas galas eran obstáculos demasiado difíciles de superar
En esta edición veías una gala de OT y todo sabía a producto gastado. Enlatado. Soso. Frío. Predecible. Imperaba el aburrimiento en galas que se hacían eternas. Tampoco ayudaban unos concursantes que parecían asustados en las entrevistas (mucho menos que en la academia). Sólo el presentador y algún momento puntual se salvaban. Además, siendo justos, el parón por el confinamiento y las condiciones de emisión de las últimas galas eran obstáculos demasiado difíciles de superar.
Paradójicamente podría decirse que la gran final de OT 2020 quizás haya sido lo menos malo de esta edición. Estuvo bien pese a las trabas que supone emitir un programa así sin público en el plató y a pesar de que quedaba poca emoción porque estaba claro que ganaría Nia, la mejor de este año. Originales diálogos entre profesores y alumnos. Algún momento desternillante como la entrevista de una concursante al presentador. Hermosa despedida de Leal al grito de "larga vida a OT". Y los abrazos prohibidos que se desataron al final de una gala que, eso sí, fue otra vez demasiado larga. Como toda la edición en sí misma.
Adiós, por tanto, a una de las más flojas ediciones, y sin duda la más extraña y prescindible, de Operación Triunfo. Buen viaje hacia el olvido.
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