España ha adoptado un estado gaseoso que resulta especialmente desconcertante para quienes gustan de vivir al calor de la corriente mayoritaria, puesto que nadie sabe a ciencia cierta cuál será el rumbo que tomará el país en el futuro más próximo. El Partido Popular ha optado por situarse a rebufo de los vientos de –supuesto- cambio y ha encomendado su futuro a Pablo Casado, un candidato que por el momento ha demostrado más osadía que consistencia; y que ha prometido abrir las ventanas en un partido afectado por la insoportable levedad del anterior Gobierno, por las cuitas entre sus líderes, barones y baronesas; y por las corruptelas de sus representantes más despiadados. El final del ‘marianismo’ se certificó el 21 de julio, pero eso no significa que se haya desmantelado el ‘sorayismo mediático’, ese círculo de influencia que tan perjudicial ha resultado para el interés general y para el PP en no pocas ocasiones.
Sólo el tiempo dirá si Pablo Casado es un líder de largo recorrido o un Hernández Mancha con la mecha muy corta que preludie al próximo mesías de la centro-derecha patria. El palentino fue valiente al postularse como la alternativa al choque de trenes que se esperaba entre Sáenz de Santamaría y De Cospedal. También fue el que más empeño puso en las primarias y el que supo dirigirse a la militancia de una forma más persuasiva, aunque eso le llevara a plantear algunas recetas populistas y oportunistas que pertenecen a catecismos ideológicos que convendría enterrar. Ahora bien, su triunfo no es el final de una guerra, pues a partir de ahora le espera la tarea de apartar o engatusar a sus enemigos con mano izquierda, cosa complicada. Y eso podría dar lugar a escaramuzas de consecuencias dramáticas.
En sus manos estará dotar al PP de un discurso sólido, algo que no ha tenido durante los últimos tiempos, en los que ha sido esclavo de esa forma de actuar funcionarial del ‘marianismo’, que consiste en parapetarse tras el Estado y descartar cualquier actitud audaz, ante la creencia de que el paso del tiempo es la mejor forma de atajar los problemas. Esa filosofía resultó especialmente ineficaz en Cataluña, pues mientras los independentistas espoleaban sentimientos patrióticos artificiales, engordaban su aparato propagandístico y creaban una mitología que incluso sedujo a una parte de la prensa internacional, Rajoy apelaba una y otra vez a las Instituciones para ocultar lo evidente: que, en este conflicto, también había fiado su suerte al calendario. No se preocupó de buscar aliados mediáticos más allá de las fronteras españolas porque siquiera supo transmitir mensajes coherentes entre las empresas informativas domésticas. Su actitud fue siempre funcionarial. Esto no es cosa mía, sino de las Instituciones. He aquí un presidente.
De vicesecretario a jefe
Casado no ha sido ajeno a ese modus operandi porque ejerció de vicesecretario de Comunicación del partido desde mediados de 2015, cuando Jorge Moragas trató de enmendar la desastrosa política con los medios seguida hasta entonces por el partido del Gobierno, que implicaba, entre otras cosas, que los portavoces del PP no acudieran a las tertulias televisivas, lo que concedió todo el protagonismo a sus rivales en el momento de eclosión de Podemos. Desde luego, es difícil hacerlo peor.
Pero, a partir de ahora, el palentino no tendrá a nadie por encima en Génova y tendrá una mayor libertad para marcar las directrices del partido y determinar qué relación debe establecer con las empresas informativas, en buena parte, hostiles con la nueva dirección del partido. No será difícil que muestre más interés por el sector que Rajoy, recluido durante una buena parte de su mandato en RTVE y, sobre todo, en la COPE de Carmen Martínez Castro, la exsecretaria de Estado de Comunicación..
La tarea no será sencilla, dado que tendrá en la trinchera contraria al Grupo Prisa, protector de Sáenz de Santamaría durante la ‘era Rajoy’ y actualmente firme aliado del Gobierno de Pedro Sánchez. Dice mucho de la salud de la prensa española el hecho de que El País pasara en tan sólo unos días de criticar la moción de censura a respaldar al nuevo Ejecutivo. Cosas veredes, amigo Sancho.
Casado tendrá libertad para marcar las directrices del partido y determinar qué relación debe establecer con las empresas informativas, en buena parte, hostiles con la nueva dirección del partido. No será difícil que muestre más interés por el sector que Rajoy
El viraje de El País no ha sido el único episodio sorprendente de todos los que se han registrado en los últimos días. Llamó poderosamente la atención ver el pasado sábado a Francisco Marhuenda celebrar en el plató de La Sexta Noche la victoria de Pablo Casado, cuando La Razón ha sido firme defensor del marianismo durante los últimos años. No parece que la coherencia sea un requisito cuando se trata de cerrar filas alrededor de un nuevo líder político. Ni en un partido ni en un medio de comunicación. Los dos anteriores ejemplos confirman esta teoría.
El presidente del PP no ha tenido de su lado en las últimas semanas a El Mundo y en ABC, pero tampoco no se espera que a partir de ahora sean sus enemigos, dado que la lógica invita a pensar que se mantendrán en el espectro ideológico de la centro-derecha.
Habrá que ver también el tratamiento que los dos gigantes del duopolio televisivo brindan a Casado a partir de ahora. Especialmente Atresmedia, que es la empresa que concede un mayor protagonismo a la información en sus canales. La relación de su gran ejecutivo en la sombra -Mauricio Casals- con Sáenz de Santamaría fue fluida durante unos años, pero también lo fue en su día con María Teresa Fernández de la Vega. La ideología nunca ha sido un condicionante de los negocios de medios de comunicación de la familia Lara, sino que la prioridad siempre ha sido la cuenta de resultados. Eso sí, de este grupo mediático forma parte La Sexta, el medio de izquierdas más influyente, que no parece que vaya a ahorrar críticas con el recetario conservador exhibido por Casado durante las últimas semanas.
No parece que la coherencia sea un requisito cuando se trata de cerrar filas alrededor de un nuevo líder político. Ni en un partido ni en un medio de comunicación.
Por otra parte, por lo visto durante los últimos días, no parece la totalidad del partido –incluida Sáenz de Santamaría- esté dispuesta a enterrar el hacha de guerra, lo que podría convertir a Casado en víctima del fuego amigo. El asunto del máster del nuevo líder de los populares podría derivar en tragedia si los tribunales demuestran que engordó su currículum por la vía rápida, sin excesivos reparos éticos ni miramientos, algo que está por ver. La situación también podría complicarse si sus enemigos políticos encuentran más munición para dispararle, como ocurrió con Cristina Cifuentes, que quedó herida de muerte por el asunto de su curso en la Universidad Rey Juan Carlos; y fue aniquilada tras la difusión del vídeo sobre el robo en un supermercado. La prensa, ávida de buenos titulares -lógicamente-, siempre se presta a intermediar en estos casos.
La nueva realidad
Lo que está claro es que hace unos años era mucho más complicado que un político llegara al poder sin el apoyo del periódico más leído, la televisión más vista y la radio más escuchada. Pero las reglas del juego han cambiado y el monopolio de la influencia ya no lo tienen los medios de comunicación, por mucho que los dirigentes más cegatos de las empresas informativas se empeñen en negarlo.
Pedro Sánchez llegó a la Secretaría General del PSOE sin aliados en la prensa y con las vacas sagradas de su partido en su contra. El caso de Casado ha sido diferente, dado que ha tenido a su favor a una parte las víctimas políticas que Rajoy dejó a su paso, que se conjuraron para tumbar el régimen establecido en Génova. No obstante, su candidatura ha triunfado pese a tener en contra a los potentes altavoces mediáticos que preferían a Sáenz de Santamaría, tanto en la izquierda como en la derecha moderada.
Desde luego, en el mundo del brexit, Macron, Trump y compañía, las sorpresas demoscópicas se han vuelto excesivamente frecuentes. No hay duda de que el malestar es un factor clave para explicar estas catarsis. También el deterioro de la confianza de la sociedad en el establishment y en la prensa que durante años ha mirado hacia otro lado ante sus vicios más inconfesables. Todo eso ha impulsado una transición que ha roto muchos esquemas y que ha otorgado poder a quienes hace no mucho se encontraban a muchos kilómetros de distancia de los núcleos donde se toman las decisiones.
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