Ni es la periodística una profesión limpia de polvo y paja, ni lo que figura en negro sobre blanco es palabra del Señor. Con los humildes notarios de la actualidad conviven en las redacciones individuos con una especial predilección por figurar, por ejercer de jesuitas confesores de quienes detentan algún alto cargo o por obtener favores y réditos económicos por lo que saben. O, más bien, por lo que podrían contar. Negar las corruptelas y las malas artes de la prensa sería absurdo, pues, quien más, quien menos, conoce a algún informador con las manos manchadas por algún asunto turbio o con heridas provocadas por alguna refriega ideológica. Los líderes de Podemos se han esforzado especialmente desde que germinara el partido en señalar los defectos del sector y la falta de rigor de algunos de sus ‘popes’, a quienes han situado dentro de su amplia lista de enemigos del cambio. El problema es que la beligerancia con la que se han empleado en determinados ámbitos roza lo absurdo. Sobre todo en el caso que ha denunciado este lunes la APM, puesto que sus víctimas han sido los periodistas que cubren la información relacionada con Podemos. Soldados rasos de los medios sobre los que, en algunos casos, han descargado toda su ira.
El comunicado que ha hecho público este lunes la Asociación de la Prensa de Madrid vuelve a dejar claro que la ‘nueva política’ sufre varias de las enfermedades degenerativas que afectan a los partidos tradicionales. Una afirmación que ya es tópica, pero que resulta irrebatible. Los intentos de Pablo Iglesias y sus hombres de confianza por acallar a los críticos mediante coacciones, mensajes en tono agresivo, telefonazos o descalificaciones en público forman parte del catecismo de los ‘apparátchik’ de las formaciones políticas con más kilómetros recorridos. Son métodos de sobra conocidos en las redacciones de los periódicos que, desde luego, no llenan de aire fresco al sistema del 78.
La denuncia realizada por la APM se gestó en una reunión mantenida hace unas semanas por varios periodistas que siguen habitualmente a Podemos. En el encuentro, pusieron en común las presiones que reciben desde hace un tiempo por parte de determinados altos cargos del partido y barajaron la posibilidad de denunciar estos hechos ante las asociaciones de periodistas, según detallan fuentes conocedoras de estas conversaciones.
En primer lugar, trasladaron su malestar a la Asociación de Periodistas Parlamentarios y, posteriormente, a la Asociación de la Prensa de Madrid, que tras estudiar el caso ha exigido a la formación morada que ponga fin de forma inmediata a esta “inaceptable campaña”.
Entre los políticos más combativos, en este sentido, sitúan a Pablo Iglesias y a algunos de sus primeros espadas: a Pablo Echenique y Rafael Mayoral, especialmente, pero también a Irene Montero. Algunos de los afectados afirman que estos políticos suelen cargar las tintas contra los periodistas de medios progresistas, a los que han censurado en diversas ocasiones por publicar informaciones que contradicen al discurso oficial del partido.
Una campaña injustificada
La APM denuncia que estas presiones se realizan en actos públicos y en Twitter, pero también de forma personal y privada, “con mensajes y llamadas intimidantes”. El objetivo de este “acoso” lo tiene claro: “minar la credibilidad y el prestigio de estos profesionales, sometidos en ocasiones a un bombardeo constante” de críticas que intentan “descalificar o ridiculizar su trabajo y recortar su libertad de información”.
No han tardado en aparecer testimonios en medios afines y en las redes sociales que critican la parcialidad de la APM, que dispara contra Podemos, pero calla con respecto a los casos en los que la formación morada ha recibido golpes injustificados. Argumento ad hominem el suyo, pues obvia los motivos de la denuncia realizada por los periodistas y la emprende contra el árbitro, que, por cierto, invita a la cúpula de Podemos a que recurra al derecho de rectificación cuando detecte que cualquier información incumpla “el necesario principio de veracidad”.
Llama la atención, no obstante, la animadversión que demuestran hacia la prensa los líderes de un partido cuya eclosión no hubiera sido posible sin el protagonismo que les concedieron varios de los medios de comunicación más influyentes, para desesperación del Gobierno. Pablo Iglesias sabía el poder que ejercen estas empresas sobre la opinión pública (“dame a mí los telediarios de Canal Sur y para ti las consejerías”) y con ellas se encamó cuando quiso dar visibilidad a sus mensajes antisistema. Amanecía en La Sexta, hacía la sobremesa en Cuatro y terminaba el día en Intereconomía. Entre medias, lanzaba sus mensajes más anticapitalistas en La Tuerka.
"Buena parte de los periodistas que nos siguen (a Podemos) están obligados profesionalmente a hablar mal que nosotros", afirmó Iglesias en 2016.
El líder de Podemos también es consciente del efecto que ocasionan sus exabruptos hacia los periodistas, tanto en las redes sociales, como en los propios medios y, desde luego, en los afectados. Y recurre a ellos con frecuencia, al igual que sus lugartenientes. Para la APM, coacciones como estas vulneran “de una manera muy grave” los derechos constitucionales a la libertad de expresión y de información y coartan el libre ejercicio del periodismo”. Y, por lo tanto, sobran.
Mucho se ha hablado desde que germinara Podemos del supuesto intervencionismo que sus líderes aplicarían en los medios de comunicación privados si llegaran al poder. En este tiempo, se ha visto a Pablo Iglesias defender la libertad de prensa, pero también porfiar de las empresas editoras. También de los periodistas: "Si yo quiero prosperar en el mundo del periodismo y en particular en mi periódico, tengo que conseguir que haya muchas noticias que vayan a la portada. Pero claro, si yo trabajo en el diario El Mundo es imposible que yo consiga colocar en la portada el titular 'Podemos lo hace todo muy bien'", declaró en abril de 2016.
Poco después, pronunció una frase que ayuda a comprender el origen de su malestar con la prensa: "Buena parte de los periodistas que nos siguen (a Podemos) están obligados profesionalmente a hablar mal que nosotros, porque así son las reglas del juego". Dicho esto, no parece que sea lo más adecuado emprenderla contra quienes optan por salirse del carril que marca la Dirección del partido.
Después de conocer la opinión de la Asociación de la Prensa de Madrid sobre este asunto, Irene Montero ha asegurado que no se reconoce en su denuncia y ha pedido una reunión a esta organización para aclarar este asunto. Lo más honesto sería que la cúpula de Podemos renunciara a estas prácticas. Pero quizá este cambio de rumbo no sería beneficioso desde el punto de vista político. En ese caso, pueden seguir transmitiendo que el infierno son los otros. Siempre. Desde Errejón hasta la prensa crítica.
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