La actualidad suele ser caprichosa e imprevisible. Tanto, que a veces se empeña en mezclar hechos antagónicos y en crear situaciones grotescas. En la misma semana en la que Bob Woodward ha visitado España para ofrecer su visión sobre el papel de los periodistas en este mundo de la post-verdad, Javier Cárdenas ha estado en el centro de la polémica tras pontificar, desde su púlpito radiofónico, sobre el peligro de las vacunas que causan autismo. El primero, descubridor del 'Watergate', animaba a los profesionales de la información a tener paciencia y a trabajar con la precisión del relojero. A tratar de encajar todas las piezas del rompecabezas antes de publicar una historia, pues sólo de esa forma se obtiene un antídoto realmente efectivo contra quienes hacen un mal uso del poder. El segundo, con fama de lenguaraz y con un generoso contrato en la televisión pública, difundía un bulo sin ningún rigor científico desde un programa que escuchan cada mañana 1.120.000 oyentes.
Este paralelismo permite apreciar con una deslumbrante claridad la diferencia que existe entre la teoría del periodismo y una de sus manifestaciones más chabacanas, que no es precisamente excepcional en el panorama mediático español. Un sector, por cierto, en el que los grupos que se autodefinen como “referentes informativos” mantienen a sueldo a periodistas que, pese a que son conscientes de que manejan un material altamente inflamable, como es la información, ejercen la profesión bajo la máxima de que el espectáculo y la premeditada exageración de los hechos tienen a veces más peso que la verdad.
Cuando William Mark Felt desveló, en 2005, que fue ‘garganta profunda’ en el Watergate, negó haber aconsejado a Bob Woodward y Carl Bernstein “seguir el rastro del dinero”, tal y como se reflejaba en ‘Todos los hombres del presidente’. Sin embargo, la frase viene al pelo para explicar la presencia en los medios de comunicación de los 'periodistas hooligans’. Es decir, quienes renunciaron a su prestigio por una exposición y un sueldo mayores. Y quienes permiten a las empresas mediáticas recoger beneficios o afrontar los efectos de la crisis con una ración extra de oxígeno. Aunque sus mensajes distorsionen y caricaturicen la realidad. No permitas que el rigor te reste audiencia.
Los monstruos de la televisión
El medio en el que mejor se escenifica este fenómeno es la televisión. Hubo un momento en que sus responsables se dieron cuenta de que los debates sobre política no atraían a los espectadores. Decidieron, entonces, reinventar el género y sentar en sus mesas a tertulianos de trinchera, con discursos estridentes y de fácil digestión para el espectador más acomodaticio. Pusieron en marcha una especie de teatro de títeres en el que cada uno interpretaba el papel que se le presuponía. El caballero andante, la princesa, la bruja y el tirano. Cada uno con su guión, con un argumentario plano, previsible y repleto de lugares comunes y frases hechas.
La estrategia funcionó y florecieron tertulias que consiguieron buenos datos de audiencia. Hoy abundan los profesionales del debate, alineados de forma obscena con una determinada formación política -porque es rentable para ellos- y con una especial tendencia al histrionismo.
El fenómeno alcanza lo bufonesco en el caso de las tertulias deportivas. Cronistas y columnistas que otrora ejercían la profesión con reconocida solvencia han renunciado a la toda ética periodística. Uno de ellos, recientemente, fue caminando hasta Cardiff para escenificar su ‘madridismo’. Otro, firmante en uno de los diarios más vendidos de España, aparece en la hemeroteca revolcándose por el suelo en un plató para dejar claro su malestar por una decisión arbitral.
La aparición de este género ha degradado el periodismo deportivo hasta el extremo. Donde antes había una mezcla de información y análisis, ahora domina la polémica, el chascarrillo y la fingida confrontación. Pero, de momento, es rentable. El Chiringuito de Jugones, con Josep Pedrerol al mando, se emite en Mega, un canal que el pasado mayo obtuvo una cuota de pantalla de 1,7 puntos. Este espacio ha logrado en lo que va de mes 4,86. Más que cualquier canal minoritario de la TDT, de media, y más que La 2. Ahora bien, habrá que ver las consecuencias que tiene a largo plazo vapulear el producto informativo.
Todo por el clic
El fenómeno no se circunscribe exclusivamente a la televisión, sino que también afecta a la prensa. Un alto directivo de uno de los grupos de medios de comunicación más importantes de España aseguraba recientemente que los editores de periódicos, en su "encarnizada pugna" por el liderazgo de audiencias, se han preocupado poco –o nada- por invertir para garantizar su futuro. En el sector, ha primado el cortoplacismo sobre el desarrollo del producto informativo.
Aquí resuena de nuevo la voz de Woodward, quien aconsejaba hace unos meses a los periodistas y a sus editores tener paciencia para publicar historias sólidas que puedan ser contrastadas y fiscalizadas. La sensación general es que en el mundo digital ocurre lo contrario. Las cabeceras buscan información al peso, artículos de corto recorrido. Noticias que, como el sexo ocasional, se olvidan a las pocas horas. Carecen de profundidad, de sentido y de relevancia. Se lanzan como perdigones. "Dispara muchos que alguno impactará en su presa". No importa el fondo ni la forma, tan sólo el número. Tan sólo los clics. Tantas visitas tiene tu medio, tanto vales.
La cada vez mayor competencia que existe en esta era del periodismo digital y el excesivo afán de muchos ejecutivos de los medios de comunicación por acumular audiencia y beneficios ha provocado el surgimiento de este amarillismo ‘new age’
La degeneración de ese modelo, unido al poco celo de las redes sociales por controlar sus contenidos, provocó la aparición de las noticias falsas. Y volvemos al caso de Bega Latsabidze, ese estudiante georgiano que unos meses antes de las elecciones de Estados Unidos puso en marcha una web dedicada a apoyar la candidatura de Hilary Clinton. Como aquello no funcionaba y los ingresos brillaban por su ausencia, cambió de planes e inauguró una red de páginas dedicada a difundir noticias sobre Donald Trump. Verdaderas o falsas, según el día.
El pasado julio, publicó un artículo que aseguraba que el Gobierno mexicano cerraría la frontera con Estados Unidos si el político republicano ganaba las elecciones. No había nada de cierto en el texto, pero, según Buzzfeed, fue el tercero más compartido en Facebook ese mes. Si lo único que persigue un medio es la audiencia, en ese caso podría decir aquello de “misión cumplida”.
En España, existen algunos ejemplos preocupantes al respecto. A estos medios no se les puede culpar de falsear la realidad, pero sí de manipularla hasta rozar el esperpento. Algunos, libra la batalla ideológica más inconsciente, con titulares insidiosos que incluyen habitualmente insultos hacia sus protagonistas. Otros, han sacado del baúl de los recuerdos el género que cultivaba El Caso y otorgan habitualmente un generoso espacio a truculentos sucesos. Y en su afán por captar voluntades entre los ciudadanos descontentos, otros directamente incitan al odio con artículos de extrema izquierda-derecha que se podrían definir como ‘de estilo directo'.
TVE y su servicio público
Aquí volvemos al caso de Javier Cárdenas, tan especialista en pronunciar exabruptos como en evitar retractarse cuando se equivoca. La televisión pública le contrató a sabiendas de su carácter agitador, que le ha llevado a definir a Adolf Hitler como un “socialista convencido” o a llamar “hijos de puta” a los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Algunos de los miembros del Consejo de Administración de RTVE han exigido a su presidente, José Antonio Sánchez, la retirada de su programa, Hora Punta, ante la escasa calidad de sus contenidos, que consideran impropios en un medio de comunicación que es propiedad del Estado. Sin embargo, sus reivindicaciones no han tenido éxito y el contrato de este espacio ha sido renovado recientemente por 2,3 millones de euros.
El sensacionalismo que practica habitualmente Cárdenas en Europa FM (Atresmedia) -el que lleva a difundir bulos como el que afirma que las vacunas provocan autismo- aterrizó el pasado septiembre en RTVE y ha sido generosamente remunerado. Habrá quien asegure que no todo lo que se ofrece en la televisión pública debe cumplir con la exigencia de servicio público, puesto que también debe haber espacio para el entretenimiento. El problema es que el programa tampoco es del agrado de la audiencia, como se demuestra al observar su cuota de pantalla.
La cada vez mayor competencia que existe en esta era del periodismo digital y el excesivo afán de muchos ejecutivos de los medios de comunicación por acumular audiencia y beneficios ha provocado el surgimiento de este amarillismo ‘new age’, abanderado por periodistas forofos, con una desmedida ansia por figurar y con poco celo por contar los hechos tal y como han sucedido.
En esta situación, habría que preguntarse hasta qué punto ha afectado este fenómeno a la credibilidad de los medios de comunicación –ya dañada de por sí por sus inconfesables amoríos con los poderes fácticos- y qué perjuicios ha generado en la opinión pública. La que es bombardeada con esos mensajes sesgados.
Desde luego, el sensacionalismo crea monstruos.
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