Uno no puede evitar sentirse algunas veces como Woody Allen en Hannah y sus hermanas, cuando sale a pasear, descreído del mundo, y comienza a exponer su crisis existencial. “¿Sócrates? Pero qué voy a aprender de ése si se acostaba con hombres menores. ¿Nietzsche? Creía en la idea del eterno retorno, es decir, en que la vida se repite una y otra vez de la misma forma, con lo aburrido que me resulto ver el patinaje artístico. ¿Y Freud? Me psicoanalicé durante años sin resultado. Mi terapeuta acabó montando un bar”.
Fue el domingo por la noche cuando Silvia Intxaurrondo, periodista de Telemadrid, puso en aprietos a Isabel Díaz Ayuso al preguntarle por algo evidente: ¿con qué medios humanos va a contar el 'hospital de pandemias' que se inaugurará próximamente en Madrid? La política respondió: “Ese tipo de preguntas no se le hacen a la presidenta de una Comunidad”. Intxaurrondo dio en la diana y descolocó a su interlocutora, que con este proyecto cometió uno de los pecados más habituales de los dirigentes de este país, como es el de situar la megalomanía por delante de la lógica de gestión.
El momento televisivo fue rápidamente reproducido por todos los medios de comunicación de izquierdas, incluido el lamentable panfleto que dirige Dina Bousselham, es decir, el órgano oficial de propaganda y extorsión de Podemos.
Hemos pasado tanta hambre que nos contentamos con un hueso de jamón. Es decir, acostumbrados a que las televisiones autonómicas hayan ejercido durante 30 años como las sastrerías más caras de los gobiernos autonómicos, nos sorprende que una periodista haga bien (y muy bien) su trabajo y ponga en aprietos a quien corresponde. Sobra decir que eso no ocurre en otras empresas de ese tipo. Como en TV3 o en la 'tele' de Ximo Puig. Bien por Telemadrid.
La doble moral de siempre
Los medios de izquierda que con tanto ímpetu aplaudieron ese día a la televisión pública madrileña optaron por el perfil bajo unas horas después, cuando Podemos presentó una iniciativa en la Comisión de Interior del Congreso que instaba al Gobierno a regular las redes sociales. ¿Para qué? Para que las telecos y los dueños de Twitter, Facebook y derivados eliminen con una mayor premura los contenidos que incitan al odio.
Sobra decir que la izquierda asigna ese concepto a la ultraderecha y al pasto para tontos que distribuyen los conspiranoicos en las redes sociales, pero nunca a sí misma. La izquierda ni odia ni transmite ese sentimiento. Sólo alecciona y previene contra el fascismo, al que se empeña en mantener con vida para mantener su superioridad moral en casi cualquier debate. Ha manipulado tanto el fascismo y le ha dado tanto formol que bien podría decirse que esa ideología se encuentra como Franco el 19 de noviembre, es decir, deseando que le dejen morir.
No hay un partido más tóxico e impresentable en las redes sociales que Podemos, como demuestra cada día ese querubín malintencionado que es Pablo Echenique, su portavoz, quien reaccionó ante el anuncio de que Ciudadanos aprobará los Presupuestos del Gobierno con este mensaje: “Hace unas semanas, Ciudadanos decía que su objetivo era apartar a Podemos de las cuentas. Hoy les servimos un plato de presupuestos escrito por PSOE y Unidas Podemos y dicen ¡qué ricos!, que se los van a comer con patatas. Están desesperados por soltarse del mordisco de Vox”.
https://twitter.com/pnique/status/1321467250692546567?ref_src=twsrc%5Etfw
Uno abre las redes sociales, lee ese mensaje, salpicado de cuajarones de odio venenoso, y comprueba que son miles los usuarios que lo han vituperado. Entonces, viene a la cabeza el monólogo de Woody Allen sobre el pesimismo existencial. ¿Acertará Nietzsche y nos veremos obligados a vivir estos momentos de forma continua por los siglos de los siglos? Pues casi mejor que no.
Ideología disfrazada
Podría llegar a pensarse que la moción que aprobó el pasado lunes la Comisión de Interior tiene un componente suicida, pues el primer partido que resultaría afectado en caso de que se vetara a los activistas más deslenguados y zafios de Internet sería Podemos. Pero bueno, si la excusa es evitar la desinformación en situaciones como la emergencia sanitaria, el propio Echenique sería silenciado, dado que el pasado febrero escribió aquello de que “el verdadero virus es el alarmismo”. En ese caso, incluso el Ministerio de Sanidad resultaría afectado, pues el día 26 de ese mes transmitió a los ciudadanos que, al llegar de una zona de riesgo, podían hacer vida normal.
Ningún propagandista establecería prohibiciones sobre aquello que es beneficioso para sus intereses; y la agitación y el odio lo son siempre para los radicales.
Ningún propagandista establecería prohibiciones sobre aquello que es beneficioso para sus intereses; y la agitación y el odio lo son siempre para los radicales. Lo que ocurre es que la izquierda es especialista en camuflar su autoritarismo bajo un disfraz de buenas intenciones. Porque después de apoyar públicamente el nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado; o el proyecto -congelado- de reformar la ley del CGPJ, poca duda hay de los verdaderos valores democráticos de los neo-marxistas del Gobierno. Por otra parte, siempre es más fácil imponer cuando uno enarbola la bandera de las causas justas que cuando exhibe un discurso antipático. En Podemos, desde luego, saben lo que hacen.
Es evidente, por otra parte, que el partido que celebró la buena entrevista de Telemadrid a Díaz Ayuso no cree en absoluto en que las televisiones públicas vuelen libres. De hecho, es lo que demuestra en Radiotelevisión Española, donde ha mantenido tiras y aflojas con el PSOE por situar al frente a sus candidatos; y donde, actualmente, participa en una guerra interna para que Podemos aparezca más minutos en los telediarios.
El problema es que los ciudadanos han demostrado una gran permeabilidad ante las actitudes autoritarias de estos ejemplares demócratas, pues en la generación del fast food gastronómico, sentimental e intelectual, parece que son pocos quienes se paran a pensar que detrás del cordero puede hallarse un lobo disfrazado. Cabe ser pesimista; y más en estos momentos de crisis.
Como dijo Allen en esa misma película, nos queda el consuelo de que los mejores y los peores cerebros del planeta comparten algo en común, y es su absoluto desconocimiento sobre las grandes preguntas de la vida. Eso sí, ese alivio se antoja muy mínimo para paliar la desesperanza que deriva de cualquier razonamiento que se haga sobre la situación en la que se encuentra todo lo demás. Es decir, lo material y lo concreto.
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