Los editores de prensa comparten hoy en día una circunstancia similar a la de aquellos torturados personajes del cine wéstern crepuscular. Desde que arreció la crisis del papel y varias de las fuentes por las que manaban sus ingresos se secaron, su principal ocupación ha consistido en sobrevivir. En aligerar estructura y construir contrafuertes para que el negocio no se venga abajo. Como los protagonistas de 'Grupo Salvaje’, comparten un pasado de excesos, un presente de carencias y un futuro en el que aquello a lo que se dedicaban hasta hace muy pocos años no tendrá cabida. Donde el ideal del periodismo se ha visto amenazado –o directamente anulado- por una realidad en la que los poderes político y empresarial han intentado aprovechar la crisis del sector para salvaguardar sus intereses a través de las páginas de los periódicos.
Llegados a este punto del camino, con las fuerzas muy mermadas y muchas facturas sin pagar, han surgido voces entre los ejecutivos de los medios de comunicación que insisten en la necesidad de unirse para sobrevivir en este ecosistema hostil. Consideran que ha llegado el momento de emprender un proceso de concentración y consolidación en el sector que permita a estas empresas salir fortalecidas de cara a un futuro que la lógica dice que será netamente digital. Con los peligros que ello conlleva.
El jueves se completaba uno de los cambios más significativos que ha vivido el sector en los últimos tiempos, en los que, todo sea dicho, ha predominado un inmovilismo difícil de explicar, a tenor de la que ha caído desde que los ciudadanos perdieron el hábito comprar el periódico. La hasta ahora Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE) se rebautizaba como la Asociación de Medios de Información (AMI) para, a partir de ahora, permitir la entrada de las cabeceras digitales, gratuitas o de pago.
Esta decisión tiene más derivadas de lo que puede parecer a priori, dado que supone el reconocimiento por parte de la prensa tradicional de que los periódicos digitales se dedican a lo mismo y comparten una problemática similar. Esto puede parecer una perogrullada, pero lo cierto es que algunas de las compañías editoras han tardado varios años en reconocer esta realidad, aferradas en esa anticuada idea de que lo que figura negro sobre blanco tiene más peso que lo que se escribe en el vaporoso mundo de internet.
Poco después de acabar la reunión de este jueves, la AMI colgaba una fotografía en Twitter en la que aparecían los miembros de su nueva Junta Directiva, presidida por Javier Moll (Editorial Prensa Ibérica). En la imagen, figuraban representantes de los principales periódicos generalistas, cuyos grupos han registrado pérdidas multimillonarias en los últimos años. Sólo entre 2010 y 2015, Prisa perdió 2.800 millones de euros, frente a los más de 900 de Unidad Editorial y los 83 de Vocento.
En esta situación, la mayoría de los editores han expresado en los últimos meses su convicción de que el momento de las fusiones ha llegado. Básicamente porque el mercado del papel es actualmente mucho más pequeño que antes de la crisis económica (1.000 millones menor, según la consultora i2P). Y porque el negocio poco o nada tiene que ver con el de hace dos décadas, cuando en los quioscos se vendían cientos de miles de periódicos a diario. Si uno de estos empresarios hubiera entrado en coma en el año 2000 y se levantara actualmente, se sentiría como el Gregor Samsa kafkiano. Sabría que la principal constante vital es la información, pero no tendría muy claro hacia qué lado moverse ni qué papel debería adoptar en esta nueva realidad. No se identificaría con esa estructura.
Se ha abierto la veda
Hace no mucho, si se le preguntaba a un editor de prensa acerca de la posibilidad de iniciar un proceso de concentración, la respuesta de la mayoría oscilaba entre el “lagarto, lagarto” y el “no es una prioridad”. Actualmente, la cosa ha cambiado. El pasado enero, Juan Luis Cebrián aseguró durante su intervención en el Foro Nueva Comunicación que existen conversaciones entre algunas empresas para abordar posibles procesos de concentración.
En su intervención, se mostró convencido de que algunas de estas compañías se integrarán en los próximos “cinco o diez años”. Quizá desprendiéndose de activos y desmantelando unidades de negocio para que todo cuadre. O quizá realizando complejos encajes de bolillos para mantener en el mercado productos destinados a un público de un perfil similar, como ocurrió el año pasado, cuando se fusionaron los editores de La Stampa y La Repubblica, en Italia.
Una de las operaciones más comentadas durante los años precedentes fue la relativa a la posible fusión entre Unidad Editorial y Vocento. Los contactos se produjeron y ambos grupos buscaron diferentes fórmulas para integrar sus activos, estructurar sus deudas y garantizar las cuotas de poder que les correspondían (o reclamaban) sus socios.
Hace no mucho, si se le preguntaba a un editor acerca de la posibilidad de iniciar un proceso de concentración, la respuesta de la mayoría oscilaba entre el “lagarto, lagarto” y el “no es una prioridad”. Ahora la cosa ha cambiado
Sin embargo, aquello no fructificó, lo que provocó, entre otras cosas, la marcha de Vocento de Jaime Castellanos y de Víctor Urrutia. Cuando este último vendió sus acciones, en diciembre de 2015, incidió en que la compañía debía buscar alianzas con otros grupos para tratar de remontar el vuelo, previa segregación de ABC de sus activos. Entre los posibles socios, citó a Editorial Prensa Ibérica (Javier Moll), aunque la operación en la que se avanzó de una mayor forma durante los meses previos a su salida fue la relacionada con Unidad Editorial.
Precisamente, en una entrevista concedida a El Confidencial Digital el pasado abril, el presidente del grupo editor de El Mundo, Marca y Expansión, Antonio Fernández-Galiano, manifestaba que “el sector requiere fusiones” pues, con la actual estructura, no todos los medios están preparados para sobrevivir.
El propio presidente de Vocento, Santiago Bergareche, reconoció el pasado abril, durante la Junta General de Accionistas del grupo, que su grupo no permanecerá en un segundo plano dentro del futuro proceso de reordenación del sector. “Vocento aspira a ser uno de estos grupos consolidadores y, por tanto, mantendrá una posición activa en este sentido”, destacó.
La propia Deloitte aconsejó recientemente al Grupo Zeta en un informe que explorara posibles operaciones corporativas con Prisa, con Vocento y con el Grupo Godó, dado que, en la situación actual, tarde o temprano alguno se verá obligado a ‘echar la trapa’ y declararse en bancarrota.
La dificultad de contentar a todos
Lo que está claro es que ningún proceso de este tipo será sencillo, puesto que alrededor de los medios existen múltiples intereses empresariales y económicos.
Integrar los balances de empresas con tantas y tan profundas dificultades económicas, y que compiten en mercados similares, resulta ciertamente complejo. También lo es contentar a todos los accionistas, máxime si se trata de fondos buitre que se opondrán a cualquier operación (amistosa u hostil) que no garantice su rentabilidad. O de socios que han permanecido en las compañías desde tiempos inmemoriales y que conciben los periódicos regionales como una parte de su señorío.
Tampoco resulta sencillo contentar a los poderes políticos provinciales, autonómicos o estatales, dado que la llegada de nuevos aires a sus ‘periódicos de cámara’ –a los que realizan sus encargos artísticos- no suele ser vista con un especial entusiasmo por su parte. A veces, la observan incluso con miedo. De ahí que la opinión de los partidos pueda llegar a tener peso en estos procesos.
Esta irascibilidad para con los medios de comunicación de su cuerda no es exclusiva de los políticos. Una fuente bien conocedora de las conversaciones del Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC) explicaba hace un tiempo que, en uno de los últimos encuentros que mantuvieron sus miembros antes de disolver la organización, se habló de la incertidumbre que generaba la compra de Unidad Editorial por parte de Urbano Cairo. Básicamente, porque si decidiera dar un giro editorial a sus periódicos para hacer remontar el negocio o deshacerse de alguno de ellos, podría romperse el status quo que impera en el sector. Que resulta más o menos cómodo según el barrio desde el que se mire. Pero que, al menos, es previsible.
Queda claro que el proceso de reestructuración del sector de los medios de comunicación será tan complejo como necesario. También que, si los editores no lo afrontan pronto y con decisión, pueden terminar como esos personajes de los wéstern de Peckinpah. Como mínimo, en manos de algún cazarrecompensas con mucha menos moral que afán de hacer negocio.
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