Circula por internet un vídeo que muestra con una abrumadora claridad la perfidia de los bárbaros del ISIS. Dura aproximadamente 10 minutos y presenta la ejecución de dos soldados turcos. Las imágenes no son las típicas de un vídeo-aficionado, sino que están cuidadosamente seleccionadas y compilan los planos tomados por varias cámaras. Todo un derroche de medios al servicio del aparato propagandístico. En este documento gráfico, se observa cómo uno de esos barbudos integristas realiza un juicio sumarísimo a los militares y los prende fuego. Ambos se achicharran entre súplicas y gritos de dolor, ante la heladora mirada de su verdugo. Quien editó el vídeo no omitió ningún detalle macabro de la escena, pues su objetivo era atemorizar a los infieles y advertirles del alto precio que pagarán por estar en el bando de los herejes. Una auténtica pesadilla. Pero una pesadilla real.
Cada vez que los fundamentalistas islámicos matan en suelo europeo se desarrolla un esquema informativo que es muy similar en todos los casos y que no está exento de controversia. Primero surge un mensaje que advierte de que algo grave ha ocurrido. En los minutos siguientes, la confusión toma el mando y las noticias llegan con cuentagotas. En mitad de esta tensa espera, Twitter se erige en una especie de campo de maniobras en el que cada soldado acude con su escopeta. Como el ejército de Pancho Villa. Cada uno con su opinión y con sus balas. Nadie calla, aunque no tenga ni idea de lo que ha ocurrido. Signo de estos tiempos.
Aparecen entonces rumores, bulos y todo tipo de hipótesis de barra de bar que no hacen más que aumentar el desconcierto. También afloran los vídeos y fotografías de esos testigos presenciales que prefieren ejercer de 'youtubers' antes que de ciudadanos. Tarde o temprano, un medio de comunicación se hace eco de uno de estos documentos gráficos (o de una patraña) y surge el debate sobre la necesidad de publicar material explícito.
Sacar conclusiones acerca de la labor que deben ejercer los medios de comunicación en estos casos resulta harto complicado. Máxime si se tiene en cuenta que este debate se suele plantear en las horas posteriores al atentado, cuando las bestias carroñeras afloran de entre las sombras para tratar de sacar provecho de la desgracia y los adalides del 'buenismo' intentan a toda costa que sus mensajes –tan almibarados como interesados- se escuchen. Pero, en estas situaciones, conviene tener claro que la labor de la prensa es informar de lo ocurrido con la mayor fidelidad posible, sin distorsionar los hechos y sin ocultar información relevante.
La cuestión es determinar dónde termina lo informativo y dónde comienza lo morboso.
Las fotos de los asesinados en La Rambla
Se han escuchado en las últimas horas múltiples llamamientos para que los medios de comunicación omitan los detalles más escabrosos del atentado de Barcelona. Entre ellos, el de la Policía Nacional, que este jueves, de forma sorprendente, se empeñó en Twitter en ocupar un terreno que no le corresponde, al emplazar a los medios a que ‘pixelaran’ las “imágenes duras” de La Rambla barcelonesa.
Quienes defienden que la prensa debe ocultar los detalles violentos inciden en que las imágenes con ‘sangre’, además de no ser relevantes desde el punto de vista informativo, suponen una falta de respeto para las víctimas y para sus familiares. También opinan que los detalles macabros sólo benefician a quienes quieren instrumentalizar el atentado. En este grupo se encuentran los terroristas, que con este tipo de acciones buscan sembrar el terror en Occidente. Hacer ver que cualquier europeo, en cualquier momento, puede ser carne de cañón. Desde este punto de vista, cuanto más explícitas sean las imágenes de sus acciones, más pánico generarán entre la población y más larga será la sombra del yihadismo.
El conocido fotoperiodista Enrique Meneses, se oponía tajantemente a que los medios camuflaran la violencia para “proteger la digestión” de los ciudadanos. “Los niños (…) están acostumbrados a una especie de muerte artificial, falsa. La muerte es la muerte y después (de morir) no te levantas y haces otra película. Es un error meter eso en la cabeza a los niños. Hay que enseñarles la realidad”, aseguró, en una entrevista concedida a la revista Jot Down. Desde este punto de vista, no habría que censurar ni las imágenes de los cuerpos de La Rambla, ni los vídeos de ejecuciones que difunde el ISIS a través de internet.
La violencia gratuita nunca es de recibo, pero quizá la población no sería igual de consciente acerca de las consecuencias de estas matanzas terroristas si se le ocultaran la totalidad de las imágenes del horror.
La semana pasada, quien firma este artículo criticaba los excesos que realizan algunos medios de forma habitual para incrementar su audiencia. Pero tan perjudicial es que un periódico sea excesivo y exagerado como que acostumbre a ocultar determinados detalles para no disgustar u ofender. Una noticia está igual de alejada de la realidad –o manipulada- si cuenta hechos que no ocurrieron que si omite datos importantes porque resultan incómodos. O si cae en el sensacionalismo más execrable, como esa reportera de LaSexta que el jueves tuvo la 'brillante' idea de preguntar a uno de los testigos del atentado cómo se sentía. Una obviedad. Una cuestión que sobraba, que buscaba que brotaran las lágrimas. Amarillismo puro y duro.
Ni los medios deberían camuflar o relativizar el problema del terrorismo yihadista por motivos editoriales (una decena de matanzas en Europa en un año y medio no se pueden definir como 'casos aislados'), ni evitar contextualizar los hechos como es debido. Aunque eso implique retratar a unos gobernantes que han actuado en los últimos años con tanto 'buenismo' como inconsciencia con quienes llaman a la Guerra Santa.
No deberían los medios evitar referirse la amenaza que suponen los individuos radicalizados en Occidente ni callar sobre la hipocresía de los Estados europeos, cuyas fuerzas de seguridad persiguen a los integristas -con suma y encomiable diligencia- a la vez que sus dirigentes mantienen idilios inconfesables con las teocracias arábigas, semillas del wahabismo y pulmón de grupos como el ISIS. Un modus operandi inexplicable que podría compararse con el hecho de intentar acabar con una mafia apresando a sus matones, pero haciendo la vista gorda sobre los capos y el don. Como intentar matar a un hombre cortándole los dedos de una mano.
El ejemplo del tsunami de Japón
Siempre que los yihadistas actúan en Europa y surge el debate sobre la labor que deben realizar los medios de comunicación en estas ocasiones, alguien hace referencia a la cobertura informativa del tsunami de Japón de 2011. Entonces, apenas si se exportaron fotografías de los cadáveres que había ocasionado la ola gigante. Se actuó con un proverbial pudor.
Quienes recurren a este ejemplo no tienen en cuenta que una catástrofe natural no tiene nada que ver con un atentado terrorista, aunque ocasione un número de víctimas mucho mayor. Entre otras cosas, porque los ciudadanos no necesitan excesivas explicaciones para entender las causas de un maremoto y las acciones que ponen en marcha las autoridades para tratar de aminorar los efectos de la siguiente ola gigante. Pero quizá sí que deban ser conscientes de la dimensión de la amenaza yihadista para poder comprender las las medidas que se toman para garantizar la seguridad de la población, como, por ejemplo, declarar el nivel 5 de alerta antiterrorista, que implicaría el despliegue de militares en objetivos estratégicos.
Responsabilidad editorial
El Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC) difundió este jueves una guía con recomendaciones sobre cómo informar sobre los atentados terroristas que, a juicio del autor de este artículo, incluye algunos consejos bastante certeros. Entre otras cosas, porque pide a los medios que no se recreen innecesariamente en detalles morbosos (¿Cómo te sientes?, preguntó la periodista de LaSexta) y solicita que respete escrupulosamente la privacidad de los heridos, de las víctimas y de sus familiares.
En cualquier caso, pone la pelota está en el tejado de la prensa, que nunca debe autocensurarse por las presiones de 'lobbies' interesados, ni mucho menos por los 'tuits' del responsable de las redes sociales de la Policía.
“Los niños (…) están acostumbrados a una especie de muerte artificial, falsa. La muerte es la muerte y después (de morir) no te levantas y haces otra película. Es un error meter eso en la cabeza a los niños. Hay que enseñarles la realidad”, dijo el fotoperiodista Enrique Meneses.
En definitiva, regodearse en los detalles sangrientos puede llegar a resultar igual de perjudicial para los ciudadanos que omitir información relevante en una noticia para no herir sensibilidades. En este tipo de acontecimientos luctuosos, se demuestra que hay medios que lo saben hacer, aunque también se ven multitud de ejemplos de mala praxis. De periodistas despistados, de contertulios sectarios y de editores que se guían por sus propios intereses, filias y fobias, aunque sea a costa de sacrificar la verdad.
La información es un dardo con la punta muy afilada. Y cuando este proyectil se utiliza para hacer daño y se lanza sobre una sociedad que acaba de sufrir un atentado y, por tanto, tiene la piel sensible, puede ocasionar heridas de consideración. Irreparables.
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