El 15 de junio de 2011, Artur Mas tuvo que acceder al Parlament en un helicóptero de los Mossos d’Esquadra. Su Gobierno había aplicado un profundo recorte sobre el gasto público, la calle se le había echado encima y los manifestantes se agolpaban en el parque de la Ciudadela barcelonés, lo que le impidió entrar con su coche oficial. Este martes, estudiantes, simpatizantes de la ANC y Òmnium; y payeses a bordo de sus tractores se han concentrado en el mismo recinto para escuchar a Carles Puigdemont decir la frase que no ha pronunciado: “proclamo la independencia de Cataluña”. Lo que ha ocurrido durante estos seis convulsos años lo explicó Josep Tarradellas en 1985, cuando se refirió al ‘pujolismo’ como una “dictadura blanca muy peligrosa que no fusila, que no mata, pero que dejará un lastre muy fuerte”.
La semántica siempre ha sido importante quienes movían los hilos de la Generalitat. Sus dirigentes han manejado las palabras como siniestros tahúres con el fin de establecer una diferenciación entre lo de allí y lo de aquí. Entre lo nuestro y lo suyo. Entre el ‘Estado español’ y la nación catalana. Entre quienes forman parte de la estructura de la “dictadura blanca” y los que no están dispuestos a conceder un trato preferencial al catalanismo.
Los representantes del Govern han salpicado históricamente la mayoría de sus discursos con trampas lingüísticas con las que han pretendido disimular la filosofía maniquea y segregadora que encierra el nacionalismo. Han querido hacer creer a la opinión pública que el ‘encaje’ buscaba el acercamiento, y no un mayor alejamiento. O que el concepto de ‘identidad’ tiene que ver con la diversidad, y no con el deseo de levantar fronteras entre Cataluña y el resto de España.
El conflicto entre el Govern y Moncloa ha alcanzado su clímax este martes, cuando Carles Puigdemont ha comparecido en el Parlament para escenificar una falsa declaración de independencia. Un coitus interruptus de ocho segundos que ha intentado justificar con una intervención engañosa y mezquina que sólo han respaldado su prensa afín, con la credibilidad por los suelos. El president de la Generalitat ha manipulado las palabras para intentar evitar la furia de los propios y la reacción represiva de los extraños. Del Gobierno, de los jueces, de los fiscales y de los grupos radicales a los que en septiembre de 2015 vendió su alma para evitar que el movimiento soberanista se desinflara: la CUP, la ANC y Òmnium.
“El discurso de Puigdemont es el propio de una persona que no sabe dónde está, dónde va ni con quién quiere ir”, decía pasadas las 22.30 horas Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta señalaba lo obvio: que el presidente ha recurrido a las trampas lingüísticas para enmascarar sus dudas sobre la viabilidad de la cruzada política que encabeza, así como para ocultar su miedo a sufrir la reacción de los radicales que le rodean en el Parlament y de los propios poderes del Estado.
Nada nuevo bajo el sol
Lo acontecido este martes no es excepcional en la Cataluña del ‘procés’, cuyos líderes se han convertido en auténticos virtuosos del “donde dije digo, digo Diego” con la obscena complicidad de la nutrida guardia pretoriana mediática que les protege. Con TV3 y Catalunya Ràdio a la cabeza, dos cañones entregados a la causa soberanista sin sonrojo. Ambos, capaces de cualquier cosa para proteger la mano que les da de comer.
El pasado 1 de octubre, sus contertulios celebraron que la policía no consiguiera frenar el referéndum ilegal, puesto que sólo había intervenido en una pequeña parte de los colegios electorales. A partir del día 2, la cosa cambió y remarcaron que la “represión” de las fuerzas de seguridad “españolas” había impedido votar a 770.000 personas, lo que legitimaba aún más el resultado de la consulta. Había que respaldar los intereses de la Generalitat, aun a riesgo de que la memoria del espectador dejara a los periodistas como unos auténticos embusteros.
Pero ya se sabe, esto es el mundo al revés. El de los medios que agasajan al poder, el del populismo más chabacano al mando de las principales plataformas de comunicación y el de las repúblicas independientes que mueren 8 segundos después de nacer.
Esta tarde, TV3 mostraba un cartel que incluía un extracto del discurso de Miquel Iceta: “El 38,47% no es el pueblo de Cataluña”. Pudiera parecer que el líder del PSC había negado la ‘catalanidad’ a los secesionistas y nada más lejos de la realidad. Pero la mentira era necesaria. Nadie puede quedar impune a la crítica.
Poco antes, Puigdemont denunciaba que los impulsores de la consulta del 9-N y sus familias tengan que hacer frente a una fianza millonaria en los próximos días. Ni mencionaba que habían cometido un -supuesto- delito al utilizar fondos públicos para la organización de la consulta, ni hacía referencia a la ilegalidad de esta cita electoral. Por supuesto, sus medios afines no ofrecían más información al respecto. De lo contrario, hubieran violado las leyes no escritas de esta Cataluña de las verdades a medias, las mentiras como puños y las peligrosas omisiones.
El Conde de Godó vuelve a la carga
La Vanguardia ha practicado un doble juego durante todo el proceso soberanista, al igual que una gran parte de la burguesía catalana. El periódico del Conde de Godó nunca ha defendido la independencia de Cataluña, pero ha pasado de puntillas sobre muchos asuntos que resultaban incómodos para su pagador. Es decir, la Generalitat, quien con su generosidad ha ayudado a cuadrar las cuentas durante los años más duros de la crisis económica.
Este jueves, tras la finalización del discurso del president de la Generalitat, la web del diario abría con el siguiente titular: 'Puigdemont suspende los efectos de la independencia para contribuir al diálogo'. No tardará en reaparecer en sus páginas la palabra ‘encaje’, popularizada durante el pujolismo y de uso frecuente por el sector ‘moderado’ del PdeCat. Para el nacionalismo, el lenguaje es importante, aunque sirva para camuflar monstruos
Ara y El Punt Avui han defendido por activa y por pasiva la independencia de Cataluña desde que Artur Mas encaminara a la sociedad catalana hacia ese objetivo para enmascarar su tijeretazo a los servicios públicos y la corrupción que le rodeaba. Resultaba difícil encontrar este martes en estos medios una crítica a Puigdemont por haber retrasado la aplicación de la DUI. Una vez más, tocaba cerrar filas con el Govern, convertido en una especie de ente mesiánico cuyas decisiones nadie apuntilla.
Tampoco han sido especialmente expeditivos ‘los Jordis’, esa extraña pareja formada por los líderes de la ANC y de Òmnium a la que tan de cerca siguen las cámaras durante los últimos meses.
El representante de la ANC, Jordi Sánchez, ha gozado de una generosa presencia en LaSexta desde el lunes por la noche. Es cierto que se enfrentó a un momento embarazoso cuando uno de los contertulios le recordó un oscuro punto de su pasado, como es su pertenencia a ‘Crida a la Solidaritat’, ese grupo de agitación que atribuyó a la irresponsabilidad de la policía la masacre perpetrada por ETA en Hipercor –que el aludido negó-. Ahora bien, el argumentario de Sánchez ha tenido una mucho mayor exposición de la que merecía. Quizá hubiera sido más oportuno dedicársela a quienes, desde la razón, pretenden echar por tierra el delirante catecismo independentista.
No se puede pedir más, pues éste es el mundo al revés. El de los medios que agasajan al poder, el del populismo más chabacano al mando de las principales plataformas de comunicación y el de las repúblicas independientes que mueren 8 segundos después de nacer. Por supuesto, también el de los discursos minados con recursos lingüísticos que se emplean para mentir y manipular. Puigdemont ha abusado este martes de la antítesis. O del lítote. Porque no parece que sus dependencias sean hoy mucho menores que ayer.
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