Circula desde hace mucho tiempo por los cuarteles generales de los partidos conservadores el mantra que sostiene que todas las grandes televisiones españolas son de izquierdas. La afirmación no es ni mucho menos exacta, pues peca de simplista, pero cuesta rebatirla cuando se observa que los magos de las tertulias mañaneras deciden 'arrojar' al volcán de La Palma escándalos como el de la prostitución de las menores tuteladas en Baleares o el último atentado de un lobo solitario yihadista.
Los medios han vivido tradicionalmente de contar a su audiencia lo 'moderadamente importante'. Esto implica pasar de puntillas sobre lo crucial, que se menciona o se sugiere, pero sólo eso, pues ir más allá siempre adelgaza los vínculos que se establecen con los pagadores.
Lo verdaderamente relevante siempre se detalla a posteriori, cuando las bombas pueden explotarse sin generar muchos daños a su alrededor. O cuando Juan Carlos I deja el trono en manos de su hijo.
La política es una sustancia psicotrópica que suele enviar al cerebro una señal equivocada, y es que la ideología tiene más peso que el dinero en los medios de comunicación. Eso no es cierto, pese a lo que se transmita a los lectores por razones puramente comerciales. No lo es porque el pagador siempre marca el camino a seguir o, por lo menos, intenta condicionar el rumbo del medio en cuestión.
Sería de ilusos pensar que los medios de comunicación prestarían la misma atención a la erupción del volcán de La Palma si entre sus principales anunciantes no se encontraran las grandes compañías energéticas del país. Me explico: esta 'catástrofe natural' ha arrasado con viviendas e infraestructuras en Canarias, pero también ha monopolizado la agenda informativa en un momento en el que la factura de la luz se ha disparado. Intuyo que ni el Gobierno ni las empresas energéticas están especialmente disgustados porque los informativos hayan dedicado mucho menos recursos a informar de la subida del precio de la luz que del despertar de la montaña.
Nuevos medios, mismos mensajes
Son dos televisiones y tres diarios digitales los que se estrenarán en las próximas semanas y, para no faltar a la costumbre, se han comprometido a ofrecer a sus lectores un periodismo libre y comprometido.
Marcos de Quinto fue más allá y sugirió que su nuevo canal de TDT será el contrapunto al discurso predominante de la izquierda mediática. La de los Ristos, los Évoles y los Ferreras.
Sin ánimo de dudar de la palabra de nadie, conviene contener el entusiasmo ante estos mensajes, pues la realidad suele ir por derroteros muy diferentes a los de la publicidad corporativa. Y, a la hora de la verdad, caminar al margen de las manías de los anunciantes y de los propios accionistas es una labor titánica que no muchos están dispuestos a realizar. ¿Lo harán los nuevos medios? Será difícil.
Los precedentes no invitan al optimismo. Sin ir más lejos, hubo en este país un periodista que aludió a conspiraciones 'monclovitas' y empresariales para criticar su salida del periódico que dirigía. Unos meses después, puso en marcha un nuevo periódico y pidió colaboración a los ciudadanos para que aportaran un diezmo a su proyecto de periodismo comprometido. Hoy, es blando con los que en su día le desahuciaron porque, entre otras cosas, ha descubierto el filón de ingresos que se obtiene en los 'eventos' que organizan los medios de comunicación.
Algunos, por cierto, financiados con el dinero de las instituciones. Esto, querido ciudadano, es lo que hay. Y es una realidad que suele ser ocultada con propaganda y palabrería barata.
La realidad del sector
Son tiempos líquidos, los formatos tradicionales han muerto y la dependencia de los anunciantes es mucho mayor que hace unos años. Pero es que, además, la inversión publicitaria que le llega al sector es cada vez menor, mientras que cada vez hay más competidores.
En 2007, la prensa recibió 1.900 millones de euros de los anunciantes, mientras que, en 2020, ingresó 320. El mercado digital movió ese año un total de 337 millones de euros.
El año anterior a la explosión de la burbuja inmobiliaria, los medios ingresaron 7.700 millones de euros, mientras que, en 2020, un total de 3.045 millones, según la consultora i2P. ¿Dónde está el resto? En Google, en Facebook y en el bolsillo de los Ibai Llanos y ElRubius de turno, que han ganado la batalla a las televisiones en uno de los escenarios donde todavía combaten: el del entretenimiento.
En un sector en el que cada vez hay menos dinero y más jugadores -por cada directivo de prensa despedido surge un nuevo periódico-, conseguir cada euro cada vez es más difícil; y jugar contra las normas establecidas por quienes riegan con sus euros a esas empresas, parece imposible. Por eso conviene poner en duda los mensajes sobre la libertad de expresión e información que lanzan los advenedizos del sector, pues la realidad es la que es. Y no es idílica.
¿Ideología? Más que preguntarse por la línea editorial de los medios, habría que analizar los intereses que mueven a quienes llenan sus espacios publicitarios, que centran el tiro en las reivindicaciones -cada vez más vacías- de la izquierda porque el ruido siempre viene bien para desviar la mirada de otros campos de batalla. ¡Qué gran noticia que Ferreras hable tanto del volcán!
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