Moría la tarde del pasado miércoles cuando Mick Jagger se subió al escenario del Estadio Olímpico de Barcelona y pronunció algunas palabras en español, otras en catalán y otras en inglés ante un público entusiasmado. Se dirigió a un gentío que estaba radiante por tener ante sí al grupo de blancos que más dinero ha ganado interpretando música de negros. Su cantante habló en tres idiomas y no fue abucheado por usar ninguno de ellos. Los asistentes simplemente disfrutaron de la noche, de las canciones y de la vida alejados de banderas estrelladas, de movilizaciones y de discursos que buscan la discordia. Al mismo tiempo, en su universo paralelo, TV3 retransmitía en directo su informativo vespertino y ofrecía a sus espectadores su menú ideológico de cada día, con su dosis diaria de tremendismo.
Los Rolling Stones interpretaron esa noche su repertorio de canciones de rock. De ese estilo musical que habla de vivir con desenfreno, abrir la mente y derribar las barreras materiales y morales. Mientras tanto, los informativos de la televisión pública aireaban las soflamas de un movimiento independentista que aspira a levantar fronteras y a romper lazos comunes; y que califica como “traidores de la patria” a quienes defienden a los partidos constitucionalistas. Curiosa mezcla la que impregnó el aire barcelonés esa noche. La de un grupo que ha sobrevivido durante cinco décadas por su frescura con un movimiento político que descansa sobre los fétidos y apolillados ingredientes del nacionalismo más rancio.
Las televisiones públicas españolas nunca han trasladado a sus espectadores un fiel reflejo de la realidad porque han estado más cerca de los gobiernos que de la calle. Siempre han difundido lo que se gesta en los despachos y lo que interesa a sus inquilinos; y han dejado a lado el interés general. Las Administraciones han nombrado siempre a dedo a sus directores generales y a sus jefes de informativos; y estos nunca se han salido de la ruta que han marcado quienes les pagaban. Estos factores explican el porqué TV3 trasladó a la audiencia las supuestas bonanzas de la Cataluña independiente, pero se olvidó de hablar de los aspectos negativos. Que son muchos más.
A Vicente Sanchís le envió hace un par de semanas el TSJC una carta en la que le exigía que no emitiera las cuñas del referéndum ilegal del 1-0. Se puede decir que hizo una bola con el papel y la tiró a la papelera.
Los medios de comunicación públicos –con TVE a la cabeza- han sido siempre esclavos de la voracidad de las Administraciones que los han financiado. Evidentemente, también han sido víctimas de esa forma de gobernar que ha sido tan común en España y en sus comunidades autónomas, donde entes públicos, fundaciones, federaciones, institutos, embajadas o misiones comerciales no han estado habitualmente dirigidas por los más hábiles, sino por los elegidos por un determinado partido o por grupos de presión a los que les convenía su presencia en un sillón. Eso explica la ascensión y el buen sueldo de los apparatchik y el establecimiento del reino de lo mediocre. Y eso explica las (supuestas) corruptelas de Nacho Villa (Castilla-La Mancha Televisión) y de Ángel María Villar (RFEF); o la insumisión de Vicente Sanchís.
La parábola de TV3
Este último es desde hace unos meses el director de TV3. Es el biógrafo de Lluís Prenafeta, quien fuera mano derecha durante muchos años del patriarca de los Pujol y a quien salpicó el Caso Pretoria. Otro político de Convergència que no está libre de polvo y paja, vaya.
A Sanchís se le conoce por ser contertulio habitual de la televisión pública autonómica, donde ha defendido tradicionalmente a capa y espada el catecismo de CiU. Hace un par de semanas, recibió una carta del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) en la que se le exigía que no emitiera las cuñas publicitarias del referéndum ilegal del 1-0. Se puede decir que hizo una bola con el papel y la tiró a la papelera, puesto que los anuncios se han ofrecido a diario. El jefe de esta televisión pública prefiere cumplir las instrucciones de la sediciosa Generalitat que cumplir con lo que dicta la normativa vigente.
No cabe duda de que los gestores TV3 se han saltado a la torera el principio de la Ley de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales que incide en que esta cadena debe ser plural y perseguir el interés general. Al contrario, es una empresa entregada al Govern en cuerpo y alma. Ofrece propaganda gratuita a los ciudadanos y concede un amplio espacio a los líderes del movimiento independentista. Hasta 2015, fundamentalmente a los que tenían asiento en el Parlament. Desde los comicios del 27 de septiembre de ese año, también a los que están al frente de las asociaciones que abogan por la secesión.
Este medio de comunicación es el elemento más potente de adoctrinamiento cultural en Cataluña.
En esas elecciones, los votantes dejaron claro que los soberanistas no eran tantos ni tan poderosos y eso obligó a modificar el mensaje para intentar demostrar que el procés es, en realidad, un movimiento popular. TV3 ayudó, una vez más, a reescribir la historia a conveniencia de Artur Mas y los suyos. Esa 'popularización' del 'procés' explica que Jordi Sánchez (ANC) y Jordi Cuixart (Òmnium) se hayan convertido en dos de los rostros más habituales en sus canales. La pareja televisiva de moda en Cataluña. Con sus constantes críticas al Estado y a las “fuerzas de ocupación”. Con su discurso reduccionista y sus promesas mesiánicas.
En TV3 imperó durante años un equilibrio que no se alteró hasta que Jordi Pujol abandonó la Generalitat. Hasta entonces, CiU se había ocupado de designar a sus gerifaltes y ERC, de controlar la redacción. Cuando el PSC formó gobierno (el tripartito), Esquerra Republicana se hizo con el control de la televisión pública y su línea editorial se radicalizó. A partir de 2010, con la eclosión del proceso soberanista, esta televisión dio un paso más allá y entregó su parrilla de programación a la causa de Mas y su tropa.
Adoctrinamiento cultural
Este medio de comunicación es el elemento más potente de adoctrinamiento cultural en Cataluña. En sus informativos –al igual que en otras televisiones públicas- se aplica la manipulación blanca. Es decir, la que no destaca tanto por los ataques al enemigo como por la forma de silenciar sus argumentos. En sus tertulias, es habitual el “todos contra uno”. Se invita a un defensor de los partidos constitucionalistas para poder decir que “en TV3 caben todas las opiniones” y se le enfrenta a una jauría de contertulios secesionistas que le atacan sin piedad. Si ha visto usted Els Matins, habrá observado este fenómeno en decenas de ocasiones.
En sus programas, se han registrado múltiples ejemplos de ‘hispanofobia’. No hay más que recordar la polémica que se desató hace unos años cuando, en uno de los capítulos de la serie Ventdelplà, aparecieron dibujadas en una pared las siglas del Partido Popular rodeadas de una diana. En ese programa, todos los actores hablaban en catalán, salvo uno, que lo hacía en español. Interpretaba a un macarra, maleducado y sin estudios. ¿Ha probado usted a buscar en Youtube vídeos del programa APM?. Observe el protagonismo que concede a los castellanoparlantes que proceden de un entorno marginal.
Podría pensarse que todos estos hechos son casuales, pero sería lo mismo que afirmar que en Televisión Española se minimiza la importancia de la corrupción que afecta al Partido Popular por una especie de ciencia infusa. O que el veto que La 1 aplicó en su día a Javier Krahe por dedicar a Felipe González la canción Cuervo Ingenuo no tuvo nada que ver con Moncloa. Pero, en realidad, el fenómeno es el mismo. Es el relativo al papel de mamporreras del poder que han interpretado siempre estas empresas públicas. Por eso cada vez menos gente cree en ellas y menos personas las observan.
El problema es que en Cataluña no sólo se ha utilizado TV3 para defender los intereses del Gobierno autonómico. También se ha empleado para difundir ideología nacionalista. De la excluyente. De la que incita a la segregación. De la que tiene esa asombrosa capacidad para convencer a los desencantados y a los ignorantes para que defiendan un objetivo común. Muchas veces, como en este caso, nocivo y absurdo.
Eso es TV3, un juguete que cuesta cada año más de 200 millones de euros y que llega a cada hogar, cada día, con su ración de odio. Una de las peores manifestaciones de la degradación de lo público. En este caso, en la región catalana.
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