Los impulsores de las ideologías autoritarias han tenido siempre un especial interés por reescribir la historia y por marginar a quienes se atreven a apostillar sus falacias. Existe en Phnom Penh, la capital camboyana, un museo en el que se puede apreciar la barbarie de los Jemeres Rojos. Es el campo de exterminio de Tuol Sleng, donde se relata la locura maoísta de ese grupo de estudiantes, que quemó las ciudades, disgregó a las familias y aniquiló a 2 millones de personas. Sumido en una incontrolable paranoia, acabó persiguiendo a quienes llevaban gafas con cristales gruesos, al considerar que eran intelectuales y, por tanto, individuos incómodos. El actual presidente del país, Hun Sen, participó de aquella barbarie hasta poco antes de que los vietnamitas dejaran de consentirla y establecieran un gobierno títere. Hace exactamente un mes, el presidente provocó el cierre del único periódico que denunciaba su despotismo, The Cambodia Daily. El resto de medios, son esclavos o devotos del partido. Cada día, manipulan la realidad para adaptarla a los intereses de Hun Sen. Tantas veces como sea necesario.
Cualquier democracia que aspire a no enfermar debería garantizar la libertad de las empresas periodísticas y la pluralidad y respetabilidad de los medios públicos. No ocurre así en España y, en especial, en Cataluña. TV3 ha sido una pieza clave de la máquina propagandística de la Generalitat durante todo el proceso soberanista y una incansable difusora de odio hacia sus opositores políticos y mediáticos. En un país en el que las televisiones autonómicas siempre han ejercido de perro faldero de los barones regionales, se puede decir que este medio de comunicación ha interpretado el papel que le correspondía: el de plataforma de propagación de las tesis del Govern. Sin crítica alguna, sin realizan siquiera un tachón en rojo en el guión que recibía desde el Palacio de Sant Jaume. Sin respeto hacia los argumentos de “los traidores”, como definió Carme Forcadell a los constitucionalistas.
La tarea no ha sido sencilla, puesto que el independentismo se ha enfrentado a tensiones internas y a contradicciones obscenas. Pero en Cataluña hace unos cuantos años que la historia se reescribe a conveniencia de los líderes políticos. En este caso, los pagadores. Los que invierten más de 200 millones de euros al año en su canal de televisión y unos cuantos millones más para mantener el favor de la prensa amiga.
El especial informativo que la televisión pública catalana ha ofrecido durante la tarde del domingo ha sido un ejemplo de esta actitud sumisa hacia el Ejecutivo autonómico. Se iniciaba con unas declaraciones de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en las que criticaba la actitud sediciosa de la Generalitat y valoraba la actuación proporcional de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Sus palabras se solapaban con imágenes en las que aparecía una carga policial y una señora sangrando. De la ilegalidad de la consulta no se decía ni una palabra en ese delirante vídeo.
La objetividad, ni estaba, ni se le esperaba.
TV3, manipulando la historia
Desde que el Parlament aprobó en noviembre de 2015 la “resolución de desconexión democrática con España”, TV3 asumió la sonrojante labor de demostrar que el procés se inició en la calle, y no en los despachos de quienes quisieron tapar sus vergüenzas lanzando ponzoña sobre el contrario. Los resultados de los últimos comicios regionales dejaron a los independentistas con mayoría parlamentaria, pero con minoría de votos. Por eso, desde entonces, la televisión autonómica -ergo, la Generalitat- se ha esforzado especialmente por mostrar que el pueblo está de su lado. Pese a que las urnas mostraron lo contrario.
La clave de este domingo estaba en trasladar a los ciudadanos el sufrimiento de ese pueblo, al que el aparato independentista considera subyugado. Y se puede decir que TV3 lo ha hecho de forma hiperbólica. Sus periodistas han hablado de “la represión de la policía nacional española”, de las “víctimas” de sus "acciones violentas” y de la inoperancia del Estado, que el 1 de octubre “ha perdido la guerra”.
En Cataluña hace unos cuantos años que la historia se reescribe a conveniencia de los líderes políticos. En este caso, los pagadores. Los que invierten más de 200 millones de euros al año en su canal de televisión.
Los responsables de sus informativos han concedido un especial protagonismo a las cargas policiales y han hecho todo lo posible para exonerar a los Mossos. De hecho, cabe destacar la especial atención que han prestado al abrazo que se han dado, “emocionados” y deshechos, un hombre y una mujer de la policía autonómica tras pedir la identificación a las personas concentradas alrededor de un colegio. Una clara mezcla de sensacionalismo y victimismo. Lágrima fácil.
En la mesa de su especial informativo, todos los tertulianos estaban de acuerdo. Todos apoyaban al mismo equipo y defendían la misma causa. Victoria de sus tesis por incomparecencia del contrario. Uno de ellos remarcaba, alrededor de las 21.00 horas, que su única patria es Cataluña. Otra, afirmaba: “a lo que diga el presidente Puigdemont, obediencia de todos los catalanes”. Otro, incidía en la dificultad de explicar a sus alumnos este lunes que el Estado tiene el monopolio de la violencia, como se demostró (a su juicio) este domingo. Los demás, asentían.
Llegó el momento de los discursos y apareció en pantalla Rajoy. El presidente afirmó que el “referéndum no se había celebrado” y el realizador del programa mostró una imagen del recuento de papeletas. Hablaron los representantes de Ciudadanos -Albert Rivera e Inés Arrimadas- y no se vio en directo, dado que dieron paso a la publicidad. Llegó el turno de Carles Puigdemont y, al terminar, se conectó con una plaza en la que sonaba Els Segadors. La Generalitat siempre recibe un trato preferente, mientras que el contrario está en inferioridad de condiciones.
Cataluña camina por una vereda oscura cuyo horizonte resulta imposible de vislumbrar. La televisión pública, lejos de ofrecer a los ciudadanos un poco de luz para permitirles dirimir los riesgos que entraña esa abrupta y nebulosa ruta, se ha dedicado a difundir la propaganda que le remiten desde el Govern. Y, por supuesto, a reescribir la historia para maquillar las imperfecciones de los líderes del procés. Su director, Vicente Sanchís, como biógrafo de Lluís Prenafeta, es todo un especialista en esa labor, para la que hay que tener cuajo. Mucho cuajo.
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