Disculpen que empiece así, pero si desapareciera de repente, me quedaría más tranquilo al desvelar que en mi primer invierno en Madrid tuve que cubrir las juntas de las ventanas con las hojas de un cuaderno. Vivía en un agujero sin calefacción y con humedades en las paredes; y al llegar noviembre me pregunté si de verdad esta generación -de la que nadie habla- goza de mejores condiciones que la anterior.
Un par de años antes, tras tres meses sin conseguir cobrar de una empresa, acudí a la llamada de un crápula que tenía una radio en Béjar (Salamanca); y que pagaba en negro. Era una miseria, pero pagaba. El alquiler más barato que encontré fue el de un piso en la calle Mayor, otrora esplendorosa y hoy afectada por la ruina de la villa textil. La casa era tan confortable que uno se despertaba por la noche entre bocanadas de vaho, alertado por las carreras de ratas que escuchaba en el piso de arriba. Me pregunté entonces qué es lo que celebraban los bohemios.
Suele confundirse la precariedad con la marginalidad, cuando la primera es la materialización del 'quiero y no puedo', mientras que la segunda a veces se asume por propia voluntad. Los ejercicios de buenismo que buscan la compasión por la marginalidad a veces arrojan resultados inesperados. Especialmente, cuando uno trata de emular a Ken Loach en el lugar equivocado. Eso le ocurrió a TVE el pasado lunes, cuando acudió a la Cañada Real madrileña para contar la falta de luz de sus vecinos y sus reporteros se dieron de bruces con una realidad que inspiraba más patetismo que pena.
A la izquierda pop le encanta hablar de los problemas sociales desde la distancia y sólo reconoce los que le conviene, lo que crea un discurso mesiánico que está bastante alejado de la realidad. Ocurre como cuando a Fidel Castro tuvo la genial idea crear 'la vaca enana' que pudiera aportar seis litros de leche al día para las familias cubanas. Entonces, hubo quien le sugirió: mi comandante, eso ya existe. Posee dos cuernos y se conoce como 'cabra'. Pero Fidel había pensado en una vaca. Y en la consecución de una vaca acondroplásica se centró.
Los reporteros de RTVE acudieron hace unos días al conocido asentamiento madrileño para relatar el malestar de familias que no tenían ni luz ni calefacción. Rápidamente, la reportera encontró a una vecina que lamentaba su situación: su casa estaba tan gélida que los alimentos permanecían fríos en la nevera pese a no estar conectada. El caso es que en el patio de la vivienda había un Porsche y lo que parecía ser un BMW. Quizá lo que había en el frigorífico estuviera bien conservado, pero algo olía a podrido por allí.
Las apariencias engañan
A medida que avanzaba el reportaje, se desvelaba que sólo hay dos clientes legales de la compañía de luz en toda la zona. O que una mujer no llevaba a sus hijos al colegio con la excusa de que no puede ducharlos ni lavar su ropa. "Nuestra intención es pagar la luz, de la misma manera que hemos pagado durante 27 años la contribución urbana", decía el presidente de la asociación de vecinos desde el bar de la zona.
La conclusión de la reportera fue: “El Ayuntamiento y la Comunidad están estudiando soluciones. Mientras tanto, más de 2.000 menores y ancianos viven sin luz ni calefacción a tan sólo 10 kilómetros de Madrid”. Una vez más, vuelve a confundirse marginalidad con pobreza y con precariedad, cuando el primer concepto se produce muchas veces por elección propia.
Se hace, además, de forma deliberada, pues en un momento de la pieza televisiva se afirma lo siguiente: “Hay operaciones continuas contra el cultivo de marihuana. Los cortes eléctricos podrían tener que ver con la sobrecarga de la red”.
Evidentemente, si cualquiera de esas familias se dedica al narcotráfico, será difícil que abandone la marginalidad. Porque sí, se puede acumular mucho dinero con negocios que se encuentran en el extramuros de la sociedad, pues son ilegales. Es lo que ocurre con unos cuantos en ese asentamiento. Pero el objetivo no era ése. El plan de la televisión pública era hablar de “personas vulnerables”, aunque no lo fueran. O sí.
La realidad, la ideología
Las televisiones públicas no deberían ser cocineras de ningún menú ideológico, y menos de ése tan común que pasa por culpar a los ciudadanos de todos los problemas del mundo sin ni siquiera ahondar en su origen. Pero ocurre todo lo contrario. No sólo ocurre en España, pues en la 'modélica' BBC han censurado recientemente una canción porque incluía la palabra “maricón” en uno de sus versos. Así lo explicaban sus responsables: “Somos conscientes de que el público joven es particularmente sensible a los términos despectivos de género y sexualidad, y después de considerar esto cuidadosamente, Radio 1 ha decidido reproducir una versión con Kristy MacColl cantando letras alternativas”.
El tema se llama Fairytale in New York y es de Shane McGowan, una auténtica celebridad en Irlanda que destaca por la poesía decadente de la que impregnó a las canciones celtas de The Pogues. Es un borracho -obsérvese la arcada de este vídeo- y experto en mil sustancias que siempre ha estado a años luz de la corrección política. En la citada canción, cuenta la historia de una heroinómana y un alcohólico; y lo hace en unos términos que la BBC ha decidido ocultar a los jóvenes.
Supongo que en la RTVE de Rosa María Mateo nunca barajaron el hecho de contar que la marginalidad puede deberse a la mala suerte, a un origen desafortunado o a una decisión propia. Quizás una familia que tiene dinero para adquirir dos automóviles de alta gama se encuentre en esta última situación, lo que no sirve para contar historias tristes pre-navideñas en el telediario, pero es más fiel a la verdad.
Pero es lo que tiene la izquierda pop, que su ideología no suele estar al servicio de la realidad, sino más bien al revés.
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