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Watergate: 40 años del escándalo que hizo dimitir a un presidente

Tal día como hoy, en 1972, cinco hombres irrumpieron en las oficinas del Partido Demócrata en el complejo de oficinas Watergate, en Washington. A partir de este allanamiento frustrado se descubrió uno de los escándalos políticos más relevantes de la historia, que concluyó con la dimisión de Richard Nixon en agosto de 1974, convirtiéndose en el único presidente de Estados Unidos hasta la fecha en renunciar a su cargo.

La madrugada del 17 de julio de 1972, el vigilante de seguridad Frank Willis dio aviso a la Policía tras advertir que un grupo de ladrones había entrado en el complejo Watergate, saltándose todas las medidas de seguridad. Los agentes encontraron y arrestaron a cinco hombres dentro de las oficinas del Partido Demócrata. Estos intrusos estaban relacionados con la CIA y con el comité de campaña para la reelección del aquel entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon.

Dos periodistas del Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, se hicieron famosos por la investigación de este caso. También se hizo famosa su fuente, conocida como "garganta profunda" por su voz grave, pero su identidad no se reveló hasta 33 años después. Este informante de lujo resultó ser William Mark Felt, el 'número dos' del FBI en aquella época.

También el Senado estadounidense reunió pruebas contra el entorno del presidente, incluyendo el testimonio de miembros de su equipo y una colección cintas magnéticas procedentes de un sistema de grabación instalado en las oficinas del propio Nixon. Las grabaciones, que recibieron el nombre de "the smoking gun" (la pistola humeante), constituyeron la principal prueba de que el presidente había obstruido a la justicia e intentado tapar la irrupción en las oficinas del Partido Demócrata.

Un caso de abuso de poder

El espionaje telefónico contra los demócratas era una actividad planificada por H. R. Haldeman y John Ehrlichman, los principales asesores de Richard Nixon. Por otra parte, los cinco asaltantes del Watergate fueron contratados por Howard Hunt y Gordon Liddy, vinculados al comité de reelección del presidente. Estos dos hombres, junto con los cinco que entraron en las oficinas (Virgilio González, Bernard Baker, James W. McCord Jr., Eugenio Rolando Martínez y Frank Sturgis) fueron juzgados y condenados por robo, conspiración y violación de las leyes federales sobre intervención de las comunicaciones.

La investigación continuó, ante la sospecha de que el asunto llegaba a los primeros puestos del Gobierno. Con este propósito, se constituyó en 1973 una comisión de investigación en el Senado, que fue retransmitida por televisión a todo el país en mayo de ese mismo año. La comisión reclamó las grabaciones a Richard Nixon, que se negó a entregarlas esgrimiendo la inmunidad presidencial. El Senado contraatacó argumentando que esa inmunidad era válida para ocultar hechos delictivos.

El presidente cedió sólo en parte y pidió al procurador del caso, Archibald Cox, que permitiera a un senador del Partido Republicano escuchar y transcribir las cintas para que la comisión pudiera disponer así de un resumen de su contenido. Cox se negó y Nixon pidió su destitución al Fiscal general de los Estados Unidos, Elliot Richardson. Richardson renunció después de recibir esta orden, al considerarla un abuso de poder. El fiscal general adjunto William Ruckelshaus también dejó su cargo para no verse obligado a cumplir la orden del presidente, que consideraba ilegal.

Nixon contactó esa misma noche con el procurador general de los Estados Unidos, Robert Bork, insistiendo en la destitución de Cox, que en este caso si se llevó a cabo. Esta cadena de destituciones y renuncias fue conocida como “saturday night massacre” (masacre del sábado por la noche) y provocó tensiones en el Senado, tanto el abuso de poder de Nixon al pedir la destitución directa de un alto cargo judicial y como por el intento de entorpecer una investigación.

Si lo que el presidente pretendía con esta maniobra era librarse de la entrega de las cintas, no lo consiguió. El procurador que sustituyó a Cox, Leon Jaworski, consiguió las grabaciones. Estas conversaciones fueron la prueba determinante de que H.R. Haldeman, John Ehrlichman y otros asesores y consejeros de Richard Nixon eran los responsables directos del allanamiento de las oficinas del Partido Demócrata en Washington. Asimismo, se descubrió que el presidente estaba al corriente del espionaje telefónico contra los demócratas y que había insistido en sobornar a los cinco asaltantes para evitar que se descubriera la implicación de sus consejeros y asesores.

Cuatro décadas después

Con motivo del 40º aniversario del Watergate, Woodward y Bernstein han publicado un editorial en el Washington Post titulado "40 años después de Watergate, Nixon era mucho peor de lo que pensábamos" (en inglés). Los dos periodistas afirman que, en este caso "el encubrimiento fue mucho peor que el crimen".

La investigación reveló que "mucho antes del sabotaje del Watergate, el robo las escuchas telefónicas y el sabotaje político se habían convertido en una forma de vida en la Casa Blanca de Nixon”. Pero quizá lo más interesante fue cómo la influencia del presidente cubrió (o al menos lo intentó) "una campaña masiva de espionaje político, sabotaje y otras actividades ilegales en contra de sus oponentes, reales o percibidos".

El editorial de Bernstein y Woodward se centra en lo que llaman las cinco guerras del presidente. "Durante su presidencia de cinco años y medio, que se comenzó en 1969, Nixon emprendió y dirigió cinco guerras sucesivas y yuxtapuestas: contra el movimiento de oposición a la guerra de Vietnam, los medios de información, los demócratas, el sistema de justicia y finalmente, contra la historia misma".

"Todas ellas reflejan una mentalidad y un patrón de conducta que son exclusivos y dominantes en Nixon: el deseo de evadir la ley para obtener ventajas políticas, así como la búsqueda de secretos y aspectos negativos sobre sus oponentes como un fundamento de la organización de su presidencia", añade el texto, que describe un Nixon conspirador que intentó imponer el poder a la legalidad.

Un referente cultural del siglo XX

La trama de espionaje del Watergate ha dado mucho juego en el cine y la literatura. Los propios Carl Bernstein y Bob Woodward publicaron en 1974 'Todos los hombres del presidente', libro en el que narran su trabajo durante la investigación para el Washington Post. Dos años después, el director Alan J. Pakula adaptó esta obra al cine con el mismo título, con Dustin Hoffman y Robert Redford como Bernstein y Woodward. Esta película tuvo un gran éxito y se ha convertido en un título imprescindible para cualquier aficionado al séptimo arte, a la política o al periodismo de investigación.

Ya en los noventa, Anthony Hopkins se puso a las órdenes de Oliver Stone para encarnar a Richard Nixon en 'Nixon' (1995). La cinta se centra en la vida del 37º presidente de los Estados Unidos, desde su infancia hasta su dimisión. El biopic dirigido por Stone incluye, además, un comentario sobre los efectos que tuvo este caso en la presidencia de Nixon narrado por el entonces presidente soviético Leonid Brezhnev.

La adaptación cinematográfica más reciente es 'El desafío: Frost contra Nixon' (2008), basada en una obra teatral de Peter Morgan. 'El desafío' se centra únicamente en la serie de cuatro entrevistas que el periodista David Frost grabó con Richard Nixon en 1977, la última de ellas dedicada al Watergate, en las que el presentador británico de talkshows consiguió algo que no había logrado la justicia: que el expresidente reconociera su participación en la trama.

Más allá de las adaptaciones al cine, el caso Watergate y las reuniones secretas de Woodward y Bernstein con "garganta profunda" se han convertido en una referencia recurrente. Ya sea en tono serio o en forma de parodia (como en la novela 'La Verdad', del autor satírico británico Terry Pratchtett), todos reconocemos esas reuniones clandestinas en garajes tan comunes en el cine, la televisión y la literatura.

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