Mémesis

Un día con el equipo de calle de Salud Mental

Un equipo de 15 profesionales de la Sanidad Pública madrileña sale diariamente a la calle desde 2003 para hacer la ronda y atender a los sintecho con patologías mentales. Gente

Un equipo de 15 profesionales de la Sanidad Pública madrileña sale diariamente a la calle desde 2003 para hacer la ronda y atender a los sintecho con patologías mentales. Gente sin hogar, sin papeles, sin tarjeta sanitaria e invisibles para la mayoría de ciudadanos. Este es un viaje en compañía de una pareja de sanitarios en una de sus rutas por el centro de la capital.

Sintecho

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Emmanuel es un gigante de Camerún, lleva 27 años en España y no tiene ni techo ni papeles. 27 años, sí. Lo encontramos a la puerta del albergue esperando para hacer la colada. Emmanuel tiene esquizofrenia diagnosticada desde hace 9 años y es uno de los pacientes de la unidad de calle de Salud Mental de la Consejería de Sanidad, un equipo formado por profesionales del Hospital La Paz y el Clínico San Carlos.

La consulta es en la acera y las medicinas hoy son la conversación y la paciencia. Más de 800 sintechos pululan diariamente por Madrid. Uno de cada tres tiene algún problema de salud mental. La tarea de estos profesionales médicos es atender a los casos localizados y fichados por alguno de los 18 equipos del Samur Social.

Más de 800 sintechos pululan diariamente por Madrid. Uno de cada tres tiene algún problema de salud mental

Emmanuel está separado y tiene un hijo. Es una de las grandes victorias del equipo. Hablan de él como si fuera un campeón olímpico pero es más que eso. Ha mejorado muchísimo tras un largo viaje de brotes psicóticos, ingresos forzosos y medicación en la calle. Cuando el Samur Social le derivó al equipo psiquiátrico solía pasear por la ciudad, sudando como un pollo, con dos abrigos abrochados en pleno mes de agosto. Hoy lleva polo y bermudas y le brillan los ojos al reconocer de lejos a Elena Medina, la psiquiatra Coordinadora del Equipo de Calle y responsable de la ronda de hoy.

Una enorme y contagiosa sonrisa le precede a pesar de la úlcera supurante que padece en una de sus piernas. Me saluda como si me conociese de toda la vida. Imposible no empatizar.

—Tenemos que revisar la medicación y a ver si podemos hacer algo por fin con tus papeles —dice Elena Medina.

—Papeles muy difícil —responde  Emmanuel.

—Los periodistas podemos empujar algo contando lo que pasa —le digo yo para animarle.

—¡Empujar al gobierno, empujar al gobierno! jaja... —repite Emmanuel entre risas.

Parte de los 15 integrantes del Equipo Calle de Salud mental

Un ingreso forzoso es uno de los peores momentos que tiene que vivir el equipo. A ver cómo le dices tú a un paciente cuya cama es la acera, con paranoias, manías persecutorias y constantes rupturas con la realidad que tiene que acompañarte a la fuerza al hospital. La labor de estos ángeles va más allá del diagnóstico y la medicación de un rutinario centro de día. La primera gran lección de este paseo es que su gran herramienta de trabajo tiene que ser la confianza. Generar un valor añadido sobre la credulidad del enfermo para que acepten su ayuda. Y esto solo se consigue con tiempo, cariño y sacos de paciencia.  A veces hacen decenas de visitas hasta que consiguen su atención.

Sin recursos

Iniciamos la ruta un poco tarde, el Equipo de Calle suele trabajar todos los días de 9 a 15 horas turnándose entre sus miembros para salir bajo el sol, la lluvia o lo que tercie.

"Lo que me encanta es encontrarme en el equipo a personas sensatas, que se arremangan con la locura todos los días con muchísimo respeto, con curiosidad, sin juzgar y con ganas de disfrutar de este trabajo raro, emocionándose con lo emocionante e intentando lidiar con las miserias del sistema", me cuenta Elena orgullosa de sus compañeros.

Hoy toca asfalto e infierno. Treinta y nueve grados centígrados y una ronda por el centro de Madrid siempre improvisada. "No sabemos a quién nos vamos a encontrar", me avisa Susana Reverter, la directora de comunicación del Hospital La Paz: "Lo mismo os cruzáis con 10 pacientes que con ninguno. Espero que tengas suerte. Dependemos siempre de su libertad de movimientos y nos adaptamos a ella".

Solo un 3% de los esquizofrénicos cometen delitos con agresión y suelen ser pacientes sin tratamiento ni un entorno de apoyo consolidado

Reconozco que cuando supe que iba a acompañar a estos sanitarios tuve algo de miedo. Un miedo irracional basado en el estigma social de la enfermedad mental. La mayoría de la gente se cruza de acera cuando ve a una de estas personas con un brote agudo. Si buscas en Google "los esquizofrénicos" la primera sugerencia que te sale es "son peligrosos".

Resultados debidos a la ignorancia de la masa, no a una realidad documentada. Solo un 3 % de los esquizofrénicos cometen delitos con agresión y suelen ser pacientes sin tratamiento ni un entorno de apoyo consolidado. Y esto es precisamente lo que pretende evitar el Equipo de Calle. Sin embargo, esta marginación infundada les provoca a todos ellos vergüenza, aislamiento social y un sentimiento de culpa que agrava el terrible sufrimiento que ya viene de serie con su enfermedad. A todo eso súmenle la calle y la pobreza de los que duermen al raso.

El equipo calle tiene censados en Madrid a más de 250 sintechos con problemas mentales a los que hace el seguimiento durante todo el año

Pero la sonrisa de Emmanuel me limpió de prejuicios en un instante. Cuando logras entender que su calvario, su desconfianza es solo fruto de su sufrimiento se te pasa el miedo. Eso y el temple, la mano y el cariño con que Elena y María Díaz —la médico residente que nos acompaña hoy— les dedican a todos su tiempo. Por eso las adoran.

Sin trabajo

Seguimos nuestra ruta. Elena va constantemente al teléfono en contacto con el Samur Social y el Hospital para saber los últimos datos de sus pacientes. Es difícil hablar con ella, va a piñón fijo. Enseguida pillamos a Rosario —otra indigente— dormida en un banco al sol, la psiquiatra sonríe y se alegra por el descubrimiento. La alegría de saberlos vivos, barrunto yo en mi ignorancia.

Rosario tiene un trastorno delirante crónico. Oye cosas. Me explican las profesionales que es bastante funcional y llevadero si no aflora su idea delirante y para eso es necesario un control rutinario. "Ellos no van a venir a ti hay que ir a ellos". Rosario lleva un carrito con chatarra y está torrándose al sol de julio. "—¿Por qué no te pones a la sombra? —Ay, me habéis despertado, voy a seguir durmiendo un ratito, dejadme". Elena se agacha (me fijo que siempre lo hace) para ponerse a su altura, mirarla a los ojos y decirle con afecto. "Si necesitas algo nos avisas, ¿vale?".

Seguimos.

Entramos en uno de los albergues más grandes de Madrid. Más de 200 plazas. La planta baja está llena de gente durmiendo por las esquinas huyendo del calor. El concierto de ronquidos es sobrecogedor. El albergue de baja exigencia es el segundo paso para este empoderamiento progresivo de los sintecho. Cama, comida y ducha sin requerimiento de un perfil determinado, el primer peldaño en esta rehabilitación psicosocial.

Dentro del albergue nos asalta otro paciente fichado. Daren es un africano con estereotipias, esos movimientos espasmódicos y acompasados de los brazos asociados a su esquizofrenia. Impone respeto pero parece un tipo muy cariñoso. “Está bastante mal, ha sido tratado con TEC (terapia electroconvulsiva) con muy pocos resultados. Por mi experiencia he visto que las estereotipias son frecuentes en pacientes africanos”, me explica la psiquiatra. No logro entender lo que dice Daren pero Elena se hace con él enseguida. Se alegra de verla y le pide una Fanta. A la máquina vamos.

La red municipal de albergues de Madrid tiene 1.500 camas (500 más en invierno). Aún así, casi 800 personas duermen al raso

Elena se vuelve a agachar antes de empezar a hablar. Alessio reconoce y saluda. Está en la puerta de unos grandes almacenes con su perro de casi 12 años. Alessio es paranoide y ha tenido manías persecutorias muy importantes. Piensa que el gobierno italiano está detrás de él. No quiere ir a ningún albergue porque allí no admiten perros. Un caso muy habitual entre los sintecho.

Subimos por Gran vía para completar nuestra ruta. En el paseo me voy fijando en la cantidad de gente que duerme en la calle. Han dejado de ser invisibles y empiezan a coger color. El equipo ya les conoce a casi todos pero pasa de largo con la mayoría, si no hay aviso del Samur Social con indicios de patología mental no pueden empezar a atenderles. María me va contando mientras la diferencia de un crónico y un brote psicótico. "El trastorno delirante crónico acompaña a la personalidad, está más relacionado con la forma de ser, no tanto con los hechos".

La casa de un sintecho

Un poco más arriba nos encontramos con un argentino de casi 2 metros que ronda la zona con su maleta de ruedas y lo puesto. Ha sido fichado hace poco con trastorno paranoico y narcisista. Es el primero que no se alegra de vernos. Sobre todo a mí. Intento sonreír y permanecer callado pero cometo el error de ponerme a su lado.

—¿Pero tú quién eres?

Uno de los principales síntomas de la esquizofrenia es la desconfianza. El temor a la gente es patológico y hay que saber lidiar con ello. El paciente se aísla, sufren muchísimo y les incomoda la compañía. Siento que sobro y doy un paso atrás.

—¿Otra vez? Os he dicho que no quiero vuestra ayuda. Venís aquí sin avisar, con caras nuevas y me pedís que os atienda. ¿Quiénes sois? Mi tiempo vale dinero. Soy profesor de periodismo y cobro 5 euros por consulta, si me dais los tres os escucho.

Elena no cambia el tono e intenta ser agradable mientras el argentino sube la voz. Es imposible pelearse con ella. Solo le ha visto un par de veces, todavía está en la fase de construcción del vínculo y le explica que están ahí para ayudar y para lo que él necesite. Nada más. No discute, solo explica.

—No necesito nada. Si no os vais ahora mismo llamo a la policía. Os he denunciado en Facebook...

Nos alejamos tranquilos sin tensar más la cuerda. El argentino intenta retenernos para autoafirmarse. El problema de la mayoría de estos pacientes es que no tienen conciencia de su enfermedad. No pueden pedir ayuda ellos porque no saben lo que les pasa. Es terrible. El Equipo Calle tiene que manejar con muchísimo tacto y sin ahondar más en su sufrimiento hasta lograr el contacto. Me parece de una dificultad admirable.

El problema de la mayoría de estos pacientes es que no tienen conciencia de su enfermedad y no pueden pedir ayuda por sí mismos

Acabamos la ronda en un albergue diferente al planeado. El otro lo han cerrado un par de días por un brote de sarna. Treinta camas menos.

Están todos comiendo y nos toca esperar. Otro de los rasgos característicos de este apoyo sanitario es la diferencias en la variable tiempo. Esta pertenece siempre a los pacientes, no al sistema ni a los sanitarios. No hay hora de consulta, no hay ni consulta. Kon —nuestro siguiente encuentro— interrumpe la conversación para salirse del albergue a fumarse un cigarrillo. La única forma de llegar a ellos es respetar su espacio, compartir su tiempo.

Kon está en la primera fase del empoderamiento. Ha sido agraciado en el sorteo de una de las viviendas de acogida para vivir él solo. El próximo lunes la estrena y hemos venido a saber cómo lo lleva. Este sistema —me cuenta Elena— es distinto del tradicional "método de escalera" donde los pacientes van subiendo peldaños conforme logros y exigencias pero siempre juzgados por un grupo de expertos que los evalúan constantemente sin contar con ellos.

En el empoderamiento del programa Housing First (HABITAT) es el sintecho (con más problemas) el que desde el principio se abre hueco, dándole una libertad que provoca las mejorías sin juicios externos y siempre contando con su opinión: "Yo lo prefiero", me dice la experta, "pero hay muy pocos medios".

Acabo el día con la sensación de que no se ha conseguido mucho y de que se ha logrado todo. Que el equipo se levantará mañana, y al otro, y al otro... esperando su momento para extender su mano. Ángeles guardianes de la salud mental de los olvidados por todos. 

Elena y María con uno de sus pacientes

NOTA.

Todos los nombres de este reportaje han sido cambiados para preservar la intimidad de sus protagonistas. Ninguna fotografía corresponde con los personajes descritos en el texto excepto la última.

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