El 2011 iba a ser el año de Taylor Kitsch. Salido de la cantera de televisivos de la serie Friday Nigth Lights, el canadiense se aseguró de estar presente no en uno, sino en dos de los estrenos más caros y potentes de aquella temporada, la cinta de aventuras Disney John Carter y la superproducción de ciencia ficción Battleship, para Universal.
Las dos películas fueron los dos mayores tortazos en taquilla de ese año y los ejecutivos empezaron a ver en Kitsch veneno para la taquilla. Pero no pierdan la esperanza, su plataforma de lanzamiento se vino abajo, pero a cambio hemos ganado un posible actor: Kitsch es uno de los protagonistas de The Normal Heart, el telefilme HBO sobre el inicio de la epidemia del VIH en los años 80, que ha sido un clamoroso éxito de crítica.
Otro Taylor, Taylor Lautner, es nuestro prototipo de estrella por un día. Mientras el 'lobito' de la saga Crepúsculo acaparaba portadas y coleccionaba suspiros, muchos dudaban del potencial de estrella de semejante descubrimiento actoral. Ahora, mientras Robert Pattinson se hace -no sin esfuerzo- un hueco en cierta clase de cine indie o festivalero, y Kristen Stewart trata de alternar títulos taquilleros con nuevos e inesperados cardados, Lautner simplemente se come los mocos. Tras fracasar en un aburrido vehículo de acción concebido para su lanzamiento, Sin identidad (2011) su filmografía (y sus músculos) languidecen en el sueño de los justos.
Sam Worthington estrena este mes Sabotage, una de acción en la que acompaña a Schwarzenegger -y otro grupo de forzudos- en una trama de narcotráfico estándar. Pero echemos la vista atrás unos pocos años, cuando Avatar (2009) se convirtió en la sensación de los cines. El australiano, que nunca quiso convertirse en actor. Pero aprovechó el tirón para rodar las dos entregas de Furia de titanes (2010), algún thriller de acción e incluso demostrar otra clase de músculo en el drama romántico Sólo una noche (2010).
Sí, hubo un par de años en los que el australiano estaba hasta en la sopa... pero la sopa se acabó. Ahora espera pacientemente las ¡tres! secuelas de Avatar y sí, el filme de aventuras Everest, basado en hechos reales.
La caída más dolorosa, sin embargo, es la de Brandon Routh. El actor salió literalmente de la nada para interpretar al hombre de acero en Superman Returns, la olvidada versión del mito dirigida por Bryan Singer en 2006. La película no funcionó como se esperaba y en absoluto relanzó el personaje como deseaba el estudio, y el pobre Routh fue culpado (injustamente) por ello.
Ahora, mientras llegan las mil variaciones que están a punto de llegar con la liga de la justicia -con Henry Cavill en el papel- Routh apenas logra encadenar papeles secundarios en series de televisión.
Lo de Jason Momoa cójanlo con pinzas. El hawaiano, que asomó la musculosa patita en el spin-off Los vigilantes de la playa en Hawai, fue elegido para interpretar el papel de Conan en el desafortunado reboot de 2011. Y aunque no faltan los fans que aseguran que Momoa estaba la mar de apropiado en el papel (lo estaba), apenas nada funcionó en aquella película.
Pero Momoa tiene varios ases guardados en su apretada manga: después de demostrar su poder empotrador en Juego de Tronos, ha dirigido una película arty de moteros trascendentales Road to Paloma, se ha casado con Lisa Bonet y ha sido confirmado para interpretar a Aquaman en las próximas películas de Warner Bros basadas en el cómic de DC. De modo que la era Momoa podría estar a punto de comenzar -desmontando totalmente nuestro titular de arriba-.
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