Si uno fuera malpensado -que lo es-, creería que el gran amor entre María Teresa Campos y Bigote Arrocet -al que ahora hay que llamar Edmundo, como si no hubiese sido él mismo quien decidió ponerse un pseudónimo- del que llevamos hablando todo el verano no es más que una maniobra promocional de ¡Qué tiempo tan feliz! Desde luego, a ningún publicista se le hubiese ocurrido una promoción mejor.
La veterana presentadora, profesional intachable y enamoradiza empedernida, coincide con un cómico retirado, símbolo de una época pasada de España y viudo reciente, y entre ellos surge la chispa del amor. Se mensajean, como dos adolescentes, y empiezan a verse a escondidas. Un amor prohibido siempre es un amor más apasionado, no importa la edad. Entonces, llegan los paparazzi, les pillan y todo sale a la luz. Pero, lo peor de todo, es que parece que esto, encima, es real. ¡Menuda broma del destino!
La mujer más generosa de España
Deben tener en cuenta, si es que no lo hacen ya, que la credibilidad de un amor es directamente proporcional con la capacidad del enamorado de generar puestos de trabajo. Si ustedes tienen en su mano la potestad de influenciar sobre el sueldo de los que les rodean, no se preocupen, todos alabarán las bondades de su recién estrenada felicidad sentimental. ¿O es que creen que las buenas palabras vienen surgidas directamente del corazón? No, señores, la vida no es tan justa como queremos pensar.
Ahora, María Teresa Campos se ha convertido en la mujer más generosa de España. Los que la conocen gritan su bondad a los cuatro vientos, se apresuran a decir que nada en esta nueva relación viene motivado por la vertiente económica y se parten la camisa ante la felicidad de la que, en otra época, fue la reina de las mañanas. Y no es que María Teresa se lo haya pedido, es que ellos ya vienen muy bien enseñados de casa.
Celosas de su intimidad
Las Campos, sean madre, sean hijas, enarbolan la bandera del “mi vida es mía” y presumen orgullosas de no confirmar ni desmentir nada que tenga que ver con su intimidad. Cosa distinta es que posen acompañadas de sus flamantes novios a la mínima ocasión, pero claro, eso no son palabras, son hechos, y para ellas debe ser algo muy distinto.
A las Campos les faltan dedos para contar las veces que han protagonizado una portada en su revista de cabecera -sin ir más lejos, hace escasas semanas las vimos celebrando la boda de Carmen, la hija que no es Terelu-, pero ellas no son personajes. Ellas pueden permitirse el lujo de hacer un desplante a las cámaras que les dan de comer, incluso a las de sus propios programas. Las Campos están por encima del bien, y sobre todo, del mal.
Bigote, protagonista de nuevo
Pero aquí el que está encantado es Edmundo. Perdón, Bigote. El cómico observa fascinado cómo vuelve a interesar a España, cómo su ostracismo televisivo toca su fin, cómo recupera la notoriedad tras casi cuarenta años viviendo de aquel piticlín, piticlín. Y se le ve feliz. Seguramente sus noches de amor y besos con María Teresa también contribuyen a esta felicidad, pero a nadie le amarga un dulce. Mientras mamá Campos y Campos hija esquivan a las cámaras, Edmundo se prodiga en atenciones, sonrisas y, si viene a cuento, una buena imitación. Y los reporteros encantados. Y él más. ¿Estarán pensando ya en planes de boda? ¿Habrán organizado un posado, de esos que nunca hacen, para alguna revista? ¿Esconderán el as en la manga por si la audiencia de ¡Qué tiempo tan feliz! flojea a lo largo del otoño?
Y no piensen, como hacen muchos, que censuramos la relación por la diferencia de edad, por la popularidad de los personajes o porque somos una especie de 'grinch del amor'. Nada de eso. Nosotros celebramos el amor, brindamos por el amor, nos arrodillamos ante el amor. Pero desconfiamos de la exhibición pública. ¿Qué le vamos a hacer? Nos han criado así.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación