Se encienden las cámaras y nos encontramos la misma cocina que podría ver en cualquier edificio construido en los años sesenta. Muebles de algo parecido a madera, armarios diminutos, un hornillo que pide a gritos la jubilación, pequeñas estanterías dispuestas a guardar lo que no cabe en otros sitios y un azulejo capaz de volvernos ciegos. Podríamos estar hablando de los recuerdos de nuestra niñez al desembarcar en casa de los abuelos pero no, se trata de la morada de un futuro presidente del gobierno. Pablo Iglesias dejó que Ana Rosa Quintana aprovechara su visita para que todos los españoles supiesen donde cocina un líder de Podemos. Y tampoco nos pareció tan extraño. ¿No querían alguien que destinara el dinero a primeras necesidades? Pues seguro que Pablo lo hace, viendo que no ha tocado nada de la cocina desde que la herederó de sus antepasados.
España, al instante, se volvió loca. Entre aquel espanto y el plano de Pablemos con la melena suelta, la presentadora ya tenía material más que suficiente para rellenar un par de semanas de programa. ¿De verdad alguien pensaba que el profesor reconvertido en político iba a tener un precioso apartamento con acabados de última generación? ¿Acaso creen que estamos hablando de Pedro Sánchez? Si las vacaciones de Manuela Carmena se convirtieron en un intento de escándalo nacional, imaginen si Ana Rosa hubiese encontrado una vitrocerámica en la cocina de Iglesias. La política es tanta estética como contenido -de hecho, ahora es mucho más lo primero que lo segundo-. Un discurso para el pueblo necesita de una cocina del pueblo y eso no se consigue con un adosado en las afueras. O con un desayuno sin salmorejo de marca blanca.
La casa de Jesulín de Ubrique y su tía Laly
Lo único que echamos de menos durante el reportaje de Pablo Iglesias fue la aparición estelar de Laly Bazán, la tía díscola de Jesulín de Ubrique. Hasta el cocinagate del líder de Podemos, la casa del azote de los Janeiro era nuestro mayor referente en cuanto a dramas estéticos inmobiliarios se refiere. Cada una de las veces en que Laly se ha empeñado en atender a los medios en su hogar un interiorista ha ingresado en urgencias presa del pánico. Muebles espantosos, baños en los que no cabe una persona con dos piernas y un sinfín de atroces objetos decorativos que explican por qué nadie de la familia quiere tener mucha relación con ella -por no tener que entrar en su casa, se entiende, no sean malos-. Y eso que 'Ambiciones', el templo homenaje de Jesulín de Ubrique tampoco puede presumir de buen gusto decorativo. Debe ser cosa de los toreros, que piensan más en el ruedo que en la comodidad de sus estancias. De toreros y de brujas.
La casa de Aramis Fuster
Su vivienda la conocimos cuando ésta ya se había marchado. La bruja que asegura ser la primera autoridad en ocultismo de Europa -¿quién será la segunda?- se volvió loca pintando habitaciones y puertas, tapiando cosas y creándose un hogar a la altura de su poder. Y en cuanto vio que no tenía mucho más que hacer, cogió la escoba y se marchó. Ah, no, no, que la escoba la dejó para que no se olvidaran de ella -la pobre aseguró más tarde que nadie se lleva las escobas cuando abandona un piso, pero claro, el resto de gente tampoco es bruja-. Aramis podría haber recalado en el piso de Pablo Iglesias. Se sentiría como en casa, por la antigüedad de los muebles y el espesor de la melena. ¿Se imaginan un desayuno con Aramis, Pablo y Laly? Seguro que a ese Ana Rosa no se hubiese apuntado. Ni con un salmorejo hecho en casa.
Y ahora, valientes, atrévanse a sacar sus cocinas en televisión. Deléitennos con la exquisitez de sus remaches y el brillo de sus baldosas de primera calidad, de las que ahora patrocina Vargas Llosa. En España somos mucho de criticar lo ajeno y ocultar lo nuestro. Porque, queramos o no, las cocinas de los pobres mortales están más cerca de la de Pablo Iglesias que de la Mariano Rajoy. Claro que nosotros, por pudor, no las enseñamos en televisión. Si, al menos, nos pagaran el mismo sueldo que a Bertín Osborne. Entonces sí nos prestaríamos a un En la tuya o en la mía. Con eso nos alicatamos hasta el techo de la habitación.
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