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Expediente Cristina Pedroche: ¿Cuándo terminará la locura?

¿Cuántas noticias sobre Cristina Pedroche podemos leer al cabo del día? Cada mínimo detalle relacionado con la vida de la presentador copa las secciones de lo más leído en revistas y periódicos. Su boda, sus estilismos, sus caracterizaciones, todo se convierte en noticia. ¿No va siendo hora de que alguien ponga freno a este locura? ¿No va siendo hora de pararle los pies a esta máquina de generar información irrelevante? Hoy, expediente Pedroche: ¡basta ya!

¿Estamos saturados de Cristina Pedroche? La pregunta parece sencilla pero la respuesta no lo es tanto. De la noche a la mañana, nos hemos visto inmersos en un huracán del que es muy complicado salir. Hemos creado un monstruo, con ayuda de los directivos de televisión y los entregados espectadores, y ahora estamos sufriendo sus consecuencias. Vivimos pegados a la actualidad de la colaboradora del momento. Asistimos ojipláticos a su anunciada boda, analizamos uno a uno sus estilismos, recogemos cada nimia declaraciones que ofrece en los photocalls, incluso llegamos a sorprendernos viendo su reciente caracterización en el programa donde trabaja. Y todo por ser Cristina Pedroche, la mujer del momento, el mito, la leyenda.

Pero, ¿cómo ha llegado esta sencilla chica de Vallecas a convertirse en lo más buscado del momento? No ha ganado ningún premio -por mucho que su nombre sonara para el Planeta-, no ha protagonizado una película y su salto a primera figura de la televisión tampoco ha tenido una repercusión tal como para ser un fenómeno de masas -su Pekín Express no funcionó mejor que otros-. De hecho, ya ejercía de reportera intrépida y colaboradora en el extinto Se lo que hicisteis... y tampoco despertó tanto interés. Claro que, en aquel momento, era Pilar Rubio la que se llevaba el gato al agua. Entonces, ¿qué ha pasado? Pues muy sencillo. Cristina Pedroche ha explotado en el momento oportuno y con las cualidades adecuadas. Nada que no hayamos visto antes y que, desde luego, no volvemos a ver dentro de poco.

El ocaso de las antiguas reinas de las tendencias, las 'it-girls' y las búsquedas en internet han permitido que otro tipo de personaje, parecido pero no igual, aflore y ocupe su sitio. Sara Carbonero vivió su momento cumbre con el famoso beso del mundial y, a partir de ahí, se rompió todas su magia -ahora, retirada de la televisión, ya nadie se acuerda de ella-. Pilar Rubio cambió el sexappeal del micrófono de reportera por el fracaso de audiencia del puesto de presentadora y pasó a ser la gafe del grupo. Paula Echevarría continúa con su emporio bloguero pero no ha conseguido romper la frialdad con la que atiende a los medios. Y las aspirantes, como Lara Álvarez, se han quedado en eso, en correctas profesionales con un carisma casi intercambiable. Ahí es donde encontró su oportunidad la Pedroche.

La colaboradora dejó la delgadez pronunciada del pasado y abrazó una imagen más acorde con la realidad, más reconocible por parte del público. Se convirtió en un referente asequible y aspiracional, una chica normal, con sus problemas normales y su imagen normal. Potenció el humor y el tomarse muy poco en serio, y lo hizo transmitiendo la sensación de autenticidad, algo que sus predecesoras todavía no han conseguido -nada más artificial que los vídeos pretendidamente naturales de Echevarría y Bustamante en Instagram-. Abrazó su vena sexy, la explotó hasta el punto adecuado y volvió a las zapatillas y los vaqueros. Y, por si faltaba algo, se enamoró de un chef -las estrellas mediáticas del momento- y no precisamente del más atractivo. Todos los ingredientes para copar internet.

Ahora, el experimento se nos ha ido de las manos. De hecho, incluso a la propia Pedroche se le ha escapado. Su incomprensible enfado al encontrarse con una nube de fotógrafos tras retransmitir su boda en la revista Hola lo demuestran. “No soy Lady Gaga”, argumentaba con cara de pocos amigos. Y tiene razón, no lo es. Es Pedroche, que es peor. La ola de hartazgo que produce encontrar nimiedades de la colaboradora cada día debe pasarle factura también a la propia protagonista. Son los gajes de la popularidad masiva, el efecto Belén Esteban. Uno no puede pretender subir a la cima del negocio pero sin que el negocio le afecte. Lo que debe hacer es explotar el momento, vivir la popularidad a lo Mario Vaquerizo, disfrutando de la repercusión y sabiendo que tal como llega, se va y hay que rentabilizar mientras tanto. No parece difícil, aunque no todo el mundo está capacitado para ello.

Desde aquí solo nos queda pedir un poco de contención. No podemos más. Todo lo que lleva el broche Cristina Pedroche -o Manuela Carmena- atrae los clicks como la miel a las hormigas. De acuerdo, aceptémoslo pero no nos volvamos locos. Hay vida más allá. Dejemos a la pobre chica descansar y descansemos nosotros también. ¡Por un día sin Pedroche! En Estados Unidos lo han hecho con las Kardashian, ¿por qué nosotros no podemos hacer lo mismo?

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