Por favor, no me retoques mucho. Con esta petición comenzaba la última entrevista concedida por Terelu Campos a la revista Semana. La colaboradora, tal vez harta del debate que genera cada uno de sus posados entre sus compañeros de Sálvame, decidía unirse a la Liga de Famosas Anti-Photoshop -la LFAP, que acabamos de crear ahora mismo pero que seguro que pronto tendrá numerosos socios- para cubrirse un poco las espaldas. Esta petición, claro, no implica nada, pues la revista obrará como le convenga y retocará lo que tenga que retocar, pero es una forma estupenda de lavarse las manos y tratar de sortear las posibles consecuencias. 'Yo pedí que no me retocaran, pero si ellos se han empeñado...' ¡Qué lista! Para que luego digan que no hace falta ser demasiado despierto para convertirse en una celebrity.
Esta obsesión por el retoque digital no es nada nuevo. En Hollywood llevan años reclamando un poco más de naturalidad en el resultado de las sesiones fotográficas con el mismo ahínco con el que denuncian el abuso del bótox -que de entrada puede ser mucho pero pronto se queda en nada, a juzgar por el auge que sigue teniendo entre los rostros más populares-. Actrices cansadas de que les eliminen sus curvas, famosas que tienen que ver como sus fotografías 'reales' se filtran a la prensa y se convierten en el objeto de burla de la semana, socialités tan procesadas digitalmente que terminan transformadas en seres llegados de otro planeta. Son los dramas de la tiranía de la imagen, una esclavitud que todos criticamos pero de la que todos formamos parte. ¿O es que creen que esta locura por perfeccionar al extremo cada uno de los posados de los famosos es solamente cosa de los editores?
En los últimos tiempos hemos asistido a aberraciones tan increíbles como el tipín de adolescente que luce la rotunda Mariah Carey en la portada de su último disco -un greatest hits en homenaje al que ya sacó hace casi veinte años- o la lozanía de las sexagenarias Isabel Preysler y Carmen Martínez-Bordiú en el aniversario de la revista Hola, más delgadas y con mejor cuerpo que sus hijas de veinte años -de hecho, no descartamos que fuesen estas las que posaron antes de pegarles las caras de sus madres-. Sinsentidos que desafían todas las leyes de la naturaleza y que provocan más hilaridad y chascarrillo que otra cosa. Pero, ¿de verdad creen que ninguna de ellas dio el visto bueno a las fotografías antes de que vieran la luz? ¿De verdad creen que fue cosa de unos editores con ganas de venganza? No señalemos tanto a las publicaciones y analicemos también el comportamiento de los famosos.
Cada cierto tiempo nos cruzamos con el ya clásico reportaje de famosas sin maquillaje -siempre mujeres jóvenes y atractivas que necesitan muy poco para estar radiantes- o su equivalente, más adaptado a los tiempos de que corren, de selfies sin filtros. Engaños convertidos en noticia donde se nos hace creer que esas supuestas 'caras lavadas' son reales, cuando lo único que han hecho es prescindir de un maquillaje extremo -hacer desaparecer todo tipo de rasgo físico y volver a dibujarlos con la ayuda de la brocha y el pincel- para sustituirlo por otro menos evidente. Un canto a una pretendida naturalidad que es igual de pernicioso que el abuso del Photoshop. El público no es tan iluso. Todos sabemos que cualquier fotografía recogida en una publicación ha tenido su correspondiente retoque. Será más exagerado o menos, pero forma parte de la fantasía que se nos quiere vender. Para golpe de realidad ya tenemos los 'arghs' de la Cuore, e incluso ahí vemos la mano del editor en algunas ocasiones.
Tratar de posicionarse en contra del retoque digital termina siendo tan absurdo como hacernos creer que la excusa es la naturalidad, el aceptarse a uno mismo. No, queridos famosos, seamos sinceros. Peticiones como la que ha hizo Terelu la semana pasada no son más que gritos desesperados hacia un poco de contención. 'No me hagáis un retoque de esos en los que la gente me pone verde en twitter'. Lo que se busca no es un aspecto más acorde con la realidad, sino un editor de imágenes con más cabeza y mejor mano. ¿O han visto que estos mismos personajes se quejen de las gruesas capas de maquillaje que se les aplican antes de salir a plató? Poco tiene que ver, siguiendo con el caso de la colaboradora, las imágenes de Terelu a pie de calle con las de ¡Qué tiempo tan feliz! tras pasar por maquillaje y peluquería. Pero, claro, lo fácil es echarle la culpa a las revistas, 'que retocan mucho'.
En fin, dejemos que cada uno asuma su parte de culpa y corramos a hacernos un selfie en instagram con un buen filtro Valencia. ¿Han visto lo bien que queda? Menos mal que nosotros no somos famosos y podemos retocarnos lo que nos apetezca...
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